Daños colaterales
No voy a dudar de la veracidad de las informaciones que aseveran que la decisión de abdicar fue tomada por el Rey a principios de año y de que tanto el presidente del Gobierno como el jefe de la oposición la conocen desde marzo. Entra dentro de la lógica de los “asuntos de Estado” que se pactara no hacerla pública hasta después de que se produjera la cita electoral prevista, con el objeto, supongo, de no convertir el debate Monarquía/República en un ítem de campaña, y también de que estuviera atado y bien atado cómo será la ley orgánica que confiera legalidad a lo que es una decisión soberana.
Asumamos que todo eso ha sido tejido y entretejido con toda la sibilina delicadeza que manejan aquellos que se creen llamados a proteger los destinos de la patria. Pensemos que eso incluye también la clarificación de la posible disputa sobre el alcance de la irresponsabilidad penal del Rey recogida en la Constitución para no dejarle al albur de las jaurías que pudieran querer ahora lo que no pudieron antes.Todo ello habría sido hábil y sabiamente pactado y sellado a nuestras espaldas y por nuestro bien antes de conocer la situación a la que nos llevarían estos comicios.
Y de ella es de la que quiero hablar ahora. De esas consecuencias políticas inevitables, sobre todo para la izquierda, que se derivan de un tránsito dinástico que se pretendía amarrado, rápido y con las menos consecuencias.
El escenario actual nos pone sobre el tapete a un jefe de la oposición que está dimitido y a un Partido Socialista de facto sin líder que corre un poco como pollo sin cabeza en busca de un timonel y, sobre todo, de un sentido. Las elecciones nos han traído también una realidad del voto de izquierda que ha crecido exponencialmente en apoyo de aquellos que corean sin parar “PPSOE la misma mierda es”.
La abdicación provocó ayer los primeros movimientos que van a volver a poner a los socialistas contra las cuerdas. El debate en torno a la República, y al derecho del pueblo a decidir sobre la forma de Jefatura del Estado, no va a ser ahorrado a pesar de las prisas. Y si lo es no lo va a ser sin consecuencias. Izquierda Unida, Podemos, Equo, CC.OO y hasta las Juventudes Socialistas han pedido que este debate se produzca y, es más, que se dé en las urnas consultando a los españoles.
Ante esto sólo el PSOE institucional, el del aparato, el de la “casta”, ha cerrado filas con el PP para asegurar que la transferencia se haga de forma rápida, eficiente y sin lugar para las dudas. El tránsito dinástico se hará, no nos quepa duda, pero no le va a salir gratis a ese PSOE que ha tenido ya que retrasar el Congreso en el que ponerle no cascabel al gato sino cabeza al pollo que correteará aún un rato esparciendo sangre. Será un golpe más para su inclusión en la “casta”, para su señalamiento como traidor a sus esencias y a sus principios que son, sin duda, republicanos. Muchos militantes, de esos de base que tampoco saben si serán oídos en serio en el proceso, están clamando también por activar la tecla republicana que siempre latió bajo sus siglas.
No sé si Felipe VI va a intentar liderar un consenso que refunde y reinvente el régimen político español, pero su entronización en estas circunstancias va a suponer, sin duda, un quebradero de cabeza más para el sostenimiento del sistema turnista (que no bipartidista) en el que se había transformado la Transición.