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Defensa de un país moribundo

Jose A. Pérez Ledo

Aprovechemos la agonía del sujeto para apilar los hechos, uno encima de otro, como hacen los abogados guapos en los dramas judiciales.

El caso arranca en 2012, cuando un Gobierno recién estrenado entrega RTVE al señor González-Echenique, con ese guión tan bien cruzado para que nadie le tome por un González cualquiera. Un tipo caro, fogueado entre abogados y altos funcionarios. Un hombre que, el mismo día que juraba su cargo ante Dios, le endiñaba los Telediarios al mayor rostro, por presencia y superficie, de todo Telemadrid. Julio Somoano se llama el beneficiado, autor de la muy independiente tesis: “Estrategia de comunicación para el triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones generales”. Hecho 1.

Después llegó el bofetón a los teatreros, cineastas y, en general, a los profesionales del esparajismo. A ver si se habían creído estos que el numerito en los goyas aquellos les iba a salir a devolver. El ministro Wert, sensible como pocos al arte de la mueca, subió el IVA cultural al 21%. Y Montoro remató de cabeza soltando aquello de que, si la gente no ve cine español, coño, que lo hagan bien. Lo que faltaba ya es que tengamos que ver cualquier porquería solo porque lo ha hecho un señor de Extremadura que se las da de artista.

Hecho 3. Por si el soplamocos a la cultura no hubiese sido lo suficientemente disuasorio, los gobiernitos autonómicos del PP decidieron quitarle salas al teatro y dárselas al mucho más respetable mundo de los eventos. Donde esté una presentación de Audi, con sus plóteres, sus azafatas y sus cosas, que se quite un Fernando Fernán Gómez.

La tele pública, el cine y el teatro ya estaban más o menos bajo control. Faltaba la prensa. El hecho 4. Aquí ni siquiera hizo falta gran esfuerzo porque los periódicos, ya se sabe, llevan tiempo bailando la conga el filo del abismo. Al Gobierno le bastaba con soplar un poco. Y sopló. Por el barranco cayeron los directores de La Vanguardia, El País y El Mundo, aunque, en honor a la verdad, nadie tiene muy claro si el motivo fue pasional, económico o una combinación de ambos.

Pedro Jota sostiene que lo suyo fue una vendeta gubernamental. O sea, que le largó Rajoy a base de mover sus hilillos. Claro que Pedro Jota también dijo que el 11-M lo hizo ETA y que él jamás dijo nada parecido. De hecho, si uno tira de la hemeroteca, este hombre lo ha dicho todo y lo contrario, en papel y en Orbyt.

En fin, estos son los hechos y aquí tienen a la víctima, medio muerta y sin queja. A punto de palmar sin apenas un rechiste en la tele pública ni en los periódicos ni en el cine ni en el escenarios. Tan solo alguna quejilla en los periódicos digitales y en esas obras alternativas que no tienen escenografía para poder tener actores. Y también, mira tú qué mundo más loco, en varios programas de la tele privada. Paradojas del mercado.

La cuestión ahora es ver cómo demonios arreglamos semejante desaguisado. Cómo, a la chita callando, el público va recuperando la tele pública. Cómo hacen los dramaturgos para reconquistar los escenarios ocupados por Audi, Levi's y compañía, y cómo se las ingenia León de Aranoa para volver a pasear su cámara por la periferia. Descartada la violencia, por peligrosa y antiestética, no nos queda otra que seguir haciendo ruido. Al fin y al cabo, si el moribundo se queja, es porque sigue con vida.

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