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Derecha callejera

Casado, Abascal y Olona, junto a representantes de los sindicatos corporativos de la Policía en la protesta de este miércoles en Madrid.

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“Creo que a un dirigente político le es exigible no tanto andar de manifestación en manifestación y de pancarta en pancarta como tener criterio y opiniones sobre los asuntos importantes de España y el mundo. No se hace política yendo todas las semanas de unas a otras manifestaciones”. José María Aznar hizo esta reflexión en febrero de 2003, siendo presidente del Gobierno, a raíz de la participación del líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, en una manifestación contra la gestión del caso Prestige, la mayor catástrofe ecológica de la historia reciente de España. En sintonía con su jefe de filas, el secretario general del PP, Javier Arenas, tachó a Zapatero de “hombre-pancarta”, expresión que tuvo un largo recorrido en las tertulias de la derecha. Antes de eso, el líder socialista había participado, en 2001, en una marcha contra la Ley Orgánica de Universidades.

La doctrina Aznar sobre las manifestaciones dio un giro de 180 grados tras la llegada de Zapatero a la Moncloa. Los populares descubrieron de repente la calle como un atractivo campo de batalla para minar al Gobierno. A lo largo de los siete años de mandato socialista, el PP convocó o apoyó activamente 13 manifestaciones, primordialmente contra la política antiterrorista del Ejecutivo y las leyes del aborto y el matrimonio gay.  En una entrevista con la Cope en 2006, Mariano Rajoy, entonces líder de la oposición, alardeó: “Mi partido es el que moviliza todas las manifestaciones; el que respalda, moviliza y llena”. Ya en el poder, Rajoy olvidó su fascinación por las movilizaciones: ahora exaltaba a las “mayorías silenciosas” que no se echaban a las calles, como dijo en 2012 en un intento por minimizar la magnitud de las protestas de los indignados. 

Pero la política, ya se sabe, es pendular, y los socialistas regresaron a la Moncloa, de modo que el PP, esta vez con Pablo Casado a la cabeza, vuelve a amar la calle. Las limitaciones de la Covid le han impedido movilizarse con la intensidad que quisiera, pero ahí va, haciendo lo que bien puede: en diciembre de 2020, protesta contra la 'ley Celaá'; en junio, manifestación junto a Vox y Ciudadanos contra la amnistía de los presos del 'procés'; y, este mes de noviembre, apoyo a las protestas de los agricultores convocadas para diciembre y participación en las movilizaciones de la Policía contra la reforma de la 'ley mordaza'. “El mensaje de que los populares 'recuperan' la calle y toman la bandera de las protestas es decisivo en este momento en Génova para aumentar su base electoral”, informaba el Abc hace un año. Decía el gran timonel Aznar que así no se hace política, pero, parafraseando a Cantinflas, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, y cuando no hay más cosa pues jálele a lo que bien parezca, mi cuate. 

Allá el PP y sus devaneos callejeros. Lo que merece una reflexión más detenida es su participación y la de Vox en las movilizaciones de la Policía, que concluirán este sábado con un acto para el que está prevista la presencia de Casado y Abascal. He rastreado en internet encuestas de valoración de las instituciones, y prácticamente todas sitúan en los primeros lugares a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Según algunos sondeos, esa aceptación goza de un nivel de transversalidad social mayor que el de otras instituciones. La Policía debe cultivar este activo y cuidarse mucho de los 'abrazos del oso' de la derecha, de su estrategia de apropiación de las instituciones cuyas consecuencias nefastas ya han sufrido en desprestigio la monarquía o el poder judicial. Por otra parte, no veo apropiado que la Policía –más aún si se considera su naturaleza de fuerza de seguridad-  se movilice contra una iniciativa que compete al Congreso, sede de la representación popular, sobre todo cuando dicha iniciativa no se circunscribe a temas de interés gremial para los agentes, sino que se refiere a asuntos de más amplio alcance, relativos a los derechos civiles, que atañen a todo el cuerpo social. Hay que recordar además que algunos de los retoques más sensibles a la ley obedecen a indicaciones del Consejo de Europa y el Tribunal Constitucional.

Dicho lo cual, ¡que viva la calle! Y que el PP la siga queriendo con el mismo entusiasmo cuando vuelva al poder, que en algún momento lo hará.

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