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Educación para la sequía

La escasez de agua pone en riesgo la producción de alimentos, según la FAO

José Luis Gallego

Esto empieza a ponerse cada vez más feo. Estamos a punto de finalizar el año hidrometeorológico en curso, que arranca cada uno de septiembre, y los mapas de la página de vigilancia de la sequía de la Agencia Estatal de Meteorología siguen siendo cada vez más inquietantes (AEMET). Es cierto que la cosa va por barrios y que el tiempo fluctúa mucho de un mes a otro, como es característico de nuestro clima. Así, el mes pasado la comunidad que registró el menor índice de precipitaciones fue Galicia, mientras que en buena parte de Canarias y Extremadura ha llovido ligeramente por encima de la media. Pero no nos engañemos: este país se está olvidando de llover.

Si tomamos un poco de perspectiva y echamos una mirada al mapa de lluvias de los últimos tres años comprobaremos que los tonos de la sequía se van extendiendo como una mancha de aceite desde la Comunidad Valenciana, donde alcanza el rojo más intenso, al resto de España. De hecho, salvo un puñado de provincias del norte en las que el amarillo reverdece un poco, el único territorio donde el verde húmedo adquiere un poco de fuerza es la punta norte de la isla de Santa Cruz de Tenerife.

Y esto no son modelos de proyección como los que elabora el panel de expertos en cambio climático de las Naciones Unidas (IPCC), cuyos pronósticos nos sitúan en la zona cero del calentamiento global, donde se pueden consolidar los peores escenarios. Esto son datos exactos. La sequía vuelve a estar aquí. Como siempre ha ocurrido, dirán los menos dados a aceptar las verdades incómodas. Y así es, se trata de un fenómeno recurrente en el clima mediterráneo, lo que ocurre es que esta vez es altamente probable que haya venido para quedarse. Por eso haríamos bien en asumirlo y prepararnos para ello.

Y no estoy hablando de multiplicar la capacidad de agua embalsada o de coger el mapa de cuencas fluviales y ponernos a planificar trasvases hasta que no las reconozca ni la madre naturaleza. No. Hablo de una solución mucho más eficaz y fulminante: educar para la sequía.

Es necesario educar a la ciudadanía en los buenos hábitos en el uso de agua. Debemos volver a aprender a manejarnos con los grifos para pasar de la costumbre de derrochar al hábito de ahorrar. Hay que poner de moda la moderación, especialmente entre los más jóvenes. El respeto al agua debe ser la característica común a la hora de consumirla y hacer uso de ella, con independencia del entorno en el que nos manejemos: ya sea doméstico, urbano, agrícola o industrial. Toda gota cuenta y todos debemos comprometernos con el ahorro porque el ahorro es la principal reserva de agua con la que contamos.

Vuelvan a echarle un vistazo al mapa de precipitaciones de la AEMET. Es ella, la sequía. Son sus colores, pero esta vez pueden convertirse en un tatuaje más que en una calcomanía. Por eso debemos asumirla y adaptarnos a ella de una vez por todas en lugar de pensar que esto ya ha pasado otras veces y que ya cambiará el tiempo y volverá a llover. Porque esta vez puede que tarde demasiado en hacerlo. Y es que lo que está cambiando no es el tiempo, sino el clima. No es otro cambio de escenario: es que estamos en otro teatro.

A este país se le están amontonando las urgencias, por eso resulta tan difícil intentar llamar la atención sobre cualquiera de ellas. Pero es que a los que andamos metidos en temas de medio ambiente no es que se nos amontonen, es que nos están aplastando. Por eso si la educación ambiental es urgente, la educación para la sequía es inaplazable.

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