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Por qué Feijóo quiere ser Urkullu

Feijóo, sobre si acompasará las elecciones con Euskadi: "Vamos a intentar seguir trabajando con independencia del ruido"

Esther Palomera

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Un 5 de abril, Roosevelt declaró en el marco de la Gran Depresión una emergencia nacional y prohibió a los estadounidenses acumular grandes cantidades de oro. Un 5 de abril, Winston Churchill dimitió como primer ministro. Un 5 de abril, se conectó por primera vez el teléfono rojo que unía el despacho del presidente estadounidense John F. Kennedy con el del líder soviético Nikita Jrushchov. ¡Ojo con abril! que, dice el refranero, es helador y sutil. Los días se alargan, la noche cae más tarde y vuelven las golondrinas, pero es un mes inestable que, además, dio nombre a las Tesis de Lenin para la conquista del poder por la clase trabajadora.

Ni Iñigo Urkullu ni Alberto Núñez Feijóo han repasado la historia antes de elegir fecha para las elecciones vascas y gallegas. Les basta con lo que acontece en el presente para llamar a las urnas. Y el presente se llama Catalunya. La política española está tan atolondrada que damos por normal que el presidente catalán anuncie elecciones -en diferido- y sean los de Galicia y Euskadi quienes convoquen y pongan fecha a las suyas. Una cosa ha llevado a la otra. Y, luego, dicen que el conflicto político no determina, no influye, no enturbia...

Urkullu no quiere interferencias en su campaña y su decisión ha arrastrado también al popular Núñez Feijóo. Huir del marco catalán es el propósito de ambos, pero era el líder del PP gallego quien miraba de reojo a Vitoria para mantener la coincidencia de los comicios gallegos y vascos que tan buenos resultados le dio en el pasado.

Que Feijóo es imprevisible lo atestigua aquella comparecencia lacrimógena de 2018 en la que renunció in extremis a participar en la carrera por el liderazgo del PP nacional, pese a que estaba llamado a hacerlo y él mismo se dejó querer una y otra vez. De hecho no ha despejado aún si optará o no a un cuarto mandato, aunque lo haya insinuado. Ahora se enfrenta por primera vez en una década a un resultado incierto en Galicia mientras el PNV llega a la cita con cierta tranquilidad, después de haber aprobado los presupuestos para 2020 y no haber tenido sobresaltos con el PSOE en estos años de coalición de gobierno.

El presidente gallego tendrá que comerse sus palabras de que en su Comunidad se vota cada cuatro años, pero dirá que lo hace por responsabilidad, por tradición o porque el gobierno que salga de las urnas en abril tendrá tiempo para formalizar los presupuestos para 2021. Unos con cuentas públicas y otros sin ellas, lo que le importa es alejarse del debate catalán para que, en el caso de la derecha gallega “no repita los sobresaltos” (sic) que ha tenido en la política española en los últimos años. Hablaba, claro, el presidente de Galicia de Vox y del agujero que los de Abascal han hecho y siguen haciendo a Casado mientras que, de momento, no han sido capaces de abrirse un espacio claro en Galicia.

Urkullu lo tiene fácil. No se esperan cambios, si acaso a mejor para un PNV que reeditaría su alianza con los socialistas vascos, que también registrarían una leve subida como consecuencia de su participación en el gobierno vasco. Lo de Feijóoóo no está tan claro. Sin posibles aliados, o revalida la mayoría absoluta o está perdido. Si fuera lo primero, el gallego tendría otra oportunidad en la escena nacional con un PP echado al monte que con Casado no tira y al que le pisa los talones el partido de Abascal. De Ciudadanos, ni hablamos. Su crisis es tan profunda que solo la miopía de la dirección nacional de los populares vislumbra un beneficio a aliarse con Ciudadanos que no detecta ningún sondeo. No aportan un voto en Euskadi, donde no tienen representación en la Cámara de Vitoria. En Catalunya, el retroceso será antológico. En Galicia, ni están ni se les espera. Y en el resto de España, en la competición por el liderato se va imponiendo la peor parte, la de una dirección inflexible e impermeable a la discrepancia y con una Arrimadas a la que ya se le ha puesto la misma cara que a Rosa Díez durante los últimos estertores de UPyD. Sólo faltaría que Toni Cantó -como hizo con su jefa de filas en sus tiempos de diputado del partido magenta- pida la retirada de la sucesora de Rivera con el que forzar un cambio de rumbo para que la historia se repita al milímetro y el final sea idéntico.

Pase lo que pase, Feijóo ha decidido hacer de Urkullu, seguir los pasos del lehendakari y desafiar el trazo por el que discurre el PP nacional respecto a Ciudadanos y respecto a Vox. Si le sale bien, los actuales inquilinos de la calle Génova tendrán un motivo de preocupación. Uno más.

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