Sin feministas no habrá cambio
Cuando nos enteramos de que Tsipras no había incorporado a una sola mujer en la formación del Gobierno de Syriza en Grecia, nos quedamos boquiabiertas. O quizá no. Quizás, en el fondo, no fue sino una muestra más del machismo al que ya nos tiene acostumbradas una izquierda menos revolucionaria de lo que aparenta. En Grecia y aquí.
Lo de Tsipras ha sido un desafío a la justicia, a la democracia y al respeto por la igualdad. Como lo fue aquí el vergonzoso episodio en Sol, cuando comenzó la acampada del 15M y algunos pidieron la retirada de una gran pancarta que un grupo de mujeres feministas había descolgado desde un andamio de la plaza. Lo que decía la pancarta era algo tan indiscutible como “la revolución será feminista o no será”, pero hubo que explicárselo a esos hombres. Supuestamente, los que andaban por allí eran los menos machistas.
Desde un punto de vista moral, resulta inconcebible que aún estemos en estas. Que las mujeres que luchan por una igualdad que es quintaesencia de los derechos humanos sean denominadas “feminazis”. Que incluso lectores de este medio cuestionen el contenido, y hasta la existencia, de un blog como ‘Micromachismos’, que no es sino un necesario catálogo de las discriminaciones que las mujeres sufrimos a diario.
Hay alguno que hasta se declara “antifeminista”, que viene a ser como si te declararas racista. Cuando se acusa a las feministas de criminalizar a los hombres (a todos los hombres, suelen decir), se manipula el verdadero objetivo feminista: criminalizar, como merece, al machismo. De esa forma, las víctimas (todas las mujeres, sí) pasan a ser verdugos. Una estrategia más vieja que el comer.
El machismo es el abuso que el poder patriarcal ha ejercido históricamente sobre las mujeres. Y que sigue plenamente vigente, como se puede comprobar en el día a día de cualquier mujer y como demuestra una formación de Gobierno como la de Syriza. Un abuso que se manifiesta tanto en micro como en macro, porque es sistémico. Negarlo forma parte del discurso de ese poder. Sea a través de la ceguera o de la pataleta, el negacionismo “antifeminista” es interesado: se obceca en no perder privilegios.
Sin mujeres no hay democracia. Sin feministas no habrá cambio. Son más que hastags lo que nos traen Luisa Capel y Carolina Pulido, portavoces de Ganemos Madrid: es empoderamiento de la sociedad civil, que solo puede entenderse con mujeres y con feminismo. No entenderlo, y aplicarlo así, sería más de lo mismo: injusticia, anclaje, falsa revolución. Si de por sí es vergonzoso que tengamos aún que defender estas bases, más lo sería que, dada la necesidad, no fuéramos explícitas en su formulación.
Desde Clásicas y Modernas, una asociación para la igualdad de género en la cultura, que preside la escritora Laura Freixas, se ha puesto en marcha una iniciativa que, siendo un mero gesto simbólico, busca crear conciencia frente a la discriminación que sufrimos las mujeres y la responsabilidad de los hombres ante esta desigualdad, aunque solo sea por omisión.
Se dirigen a ellos a través de una carta que han hecho pública, pidiéndoles que durante el próximo mes de marzo se nieguen a participar en debates, tertulias radiofónicas, congresos, jurados, conciertos, antologías, etc., de composición exclusivamente masculina. Ya ha sido firmada por MAV (Mujeres de Artes Visuales), CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales), AMIT (Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas) o Mujeres en la Música.
En la carta se hace ver que, cada mes de marzo, numerosas instituciones y personas relacionadas con la gestión cultural organizan o participan en actos a favor de la igualdad de género. Los 364 días del año restantes, la presencia de las mujeres en esos ámbitos se desploma. Clásicas y Modernas pide a los hombres que “no se sienten a hablar, a debatir, a participar, a compartir conocimiento o creación sin pensadoras y creadoras”, que digan: “No, sin mujeres”. Que, para decirlo, usen incluso el privilegio que les concede el sistema de ser los primeros a quienes se llama, cuando no lo únicos. Que conozcan a las mujeres de sus respectivas áreas (pintoras, escultoras, compositoras, dramaturgas, filósofas…) y las nombren, las designen, las propongan. Que las recuerden cuando hagan sus listas de recomendación de libros, de películas, de canciones.
“Cuando las mujeres estén, estemos presentes en el imaginario colectivo, estaremos presentes en el diseño de las políticas, de los currículos, de la creación de las ciudades, de la educación, de la cooperación. Cuando las mujeres dejemos de ser representadas por hombres y escondidas por el discurso de lo masculino como universal, no harán falta días por la igualdad de género”, concluye la carta. En 2013 estas feministas dirigieron al Ministerio de Cultura un ‘Manifiesto por la igualdad de género en la cultura’, que merece la pena recuperar.
Para comprender el alcance de las desigualdades crónicas del sistema que denuncian, basta con atender a los datos que proporciona MAV: más de 6 de cada 10 estudiantes de Arte son mujeres, pero 7 de cada 10 premios artísticos se conceden a un hombre; 6 de cada 10 miembros de jurados de premios artísticos son hombres; 2 de cada 10 directores de museo son mujeres; las mujeres, sin embargo, representan más de la mitad del personal de los museos. Es decir, “los hombres mandan, las mujeres trabajan”.
CIMA destaca que apenas un 8% de las películas que se producen en nuestro país son dirigidas por una mujer y que en guión y producción las películas con participación femenina no alcanzan un 20%. El motivo: los puestos de dirección y decisión en los medios audiovisuales y cinematográficos están ocupados en su mayoría por hombres.
Queda clara la necesidad de unas políticas, en Madrid y en todo el Estado, explícitamente feministas. Solo desde esta, básica, distribución equilibrada del poder, podremos emprender cualquier otra, justa, redistribución. Pues ningún nuevo edificio social podrá ser construido sin asentar sus cimientos. La igualdad de género es uno de ellos.