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Feministas feas

Una de las fotos de la serie 'Princesas Caídas' de Dina Goldstein.

Ana Requena Aguilar

Basta ver los cinco primeros minutos en Youtube para entender por qué Cenicienta es el referente de Vox. Esa chica delicada, esclavizada por una mujer malvada que se casó con su padre y que derrocha –sí, Disney usa ese verbo– su fortuna mientras consiente a sus dos hijas biológicas, bruscas y desagradables. Para colmo, las tres compiten por un hombre que, obviamente, prefiere a la chica dulce a la que no puede retener la primera noche. Es difícil condensar más tópicos machistas en menos trama.

En su frase, Buxadé utiliza una idea, también usada en ocasiones por algunos miembros del PP y Ciudadanos, según la cual el feminismo es perverso porque es paternalista y le dice a las mujeres lo que tienen que hacer. Pero el feminismo no obliga, da posibilidades –un anhelo de vida mejor, como dice Beatriz Gimeno– y esa ha sido siempre una de sus fortalezas. El feminismo te hace saber que no tienes por qué ser como ellos dicen. Que, valga la redundancia, tienes derecho a pedir derechos. A vivir tu vida como consideres. Al placer. A decidir si quieres un hijo o no y cuándo. A ir por la calle sin miedo. A la mitad de todo y a que todo cambie. A cuestionar lo que te han contado.

Probablemente sea eso –las posibilidades, las ventanas abiertas, la certeza de que hay muchas otras formas de vivir– lo que moleste a quienes prefieren seguir sosteniendo un statu quo en el que las opciones para las mujeres se reduzcan casi al mínimo, al mínimo de los estereotipos de siempre o al tipo de vida que no moleste mientras cumplamos con lo que el patriarcado y el capitalismo espera de nosotras.

En ese statu quo están las madrastras y las hermanastras, y las cenicientas. Las feas y las guapas. Las putas y las que esperan un zapato de cristal para tener sexo (que no cuenten conmigo). Es esa repetición de estereotipos que funcionan de dos en dos, que nos atrapan entre la espada y la pared y que tan útiles son para un sistema que nos prefiere calladas o asfixiadas o enfrentadas por un príncipe.

Eso sí, en su statu quo, ninguna, ni las guapas ni las feas, podemos abortar tranquilas ni tener leyes que nos protejan de la violencia que sufrimos por ser mujeres. Proteger es prevenir y es tener normas y justicia con perspectiva de género, y tener recursos y dinero para sostenerlos; no utilizar nuestros derechos para alimentar el racismo o el miedo al otro que algunos aspiran a inocular en nuestras vidas.

Mejor sería que Cenicienta y sus hermanastras se fueran juntas a la fiesta. Antes, en casa, las tres seguirían ese ritual en el que las mujeres nos probamos juntas las faldas, las camisetas, los pendientes; nos reímos mientras hablamos y nos ayudamos a sentirnos mejor. Un ambiente muy diferente a ese de Cenicienta, en el que las hermanas se arrancan la ropa, se envidian y discuten. Bailarían y se divertirían y quizá se acompañarían a casa o, cuanto menos, se enviarían un mensaje preguntando “¿has llegado bien?”. A lo mejor hay príncipe o princesa o vibrador o una película cuando llegas a casa y aún no quieres dormir.

Buxadé es de los que sigue pensando que 'feas' es lo peor que nos pueden decir a las mujeres. Como cuando no respondemos a los 'piropos' de un hombre y pasamos de ser tías buenas a zorras en una milésima de segundo. Lo peor, más bien, es tratar de imponernos historias que ya no nos valen, ni a las guapas ni a las feas, ni a las que se llaman feministas con orgullo ni a las que rechazan el término. No se trata tanto de si se nos puede llamar o no princesas, se trata más bien de cambiar el cuento en el que vivimos.

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