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La genialidad de explotar

Manifestación de "riders" frente al Congreso de los Diputados.
4 de agosto de 2021 22:20 h

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Iba a explicarles la impresión que me produjo ayer que, en un ascensor, alguien me pusiera bajo las narices un reloj horrible, kitschs, inasumible y que girándolo, para que viera la corona del cierre, me dijo: 360.000 euros. No era mal tema el del parvenu, arrancado de la miseria, que no duda en dilapidar lo que ingresa en lujos extraños que le vuelven el hazmerreir. No obstante en términos sociales, resulta aún más inescrutable, más obsceno, esa corriente que pretende convencernos del grave daño social que supone deshacernos de los jetas que se quieren forrar a base de pisotear los derechos que durante años se lucharon y se pelearon.

No sé, tal vez pueda comprender mejor al rapero muestrario que al economista neoliberal que nos echa la bronca por poner coto a lo inadmisible.

Las nuevas tecnologías han sido un terreno abonado para que algunos hicieran de su capa un sayo. El emprendedor que lo emprenda buen emprendedor será. Saltarse las reglas del juego no es buena idea. Un buen montón de gente ha pretendido forrarse a base de inventar modelos de negocio, aparentemente novedosos y modernos, pero que no suponían sino el intento vía aplicación, de saltarse todo aquello que los empresarios convencionales están obligados a respetar. Así, claro, todo vale. Fíjense que cualquier negocio que imaginen en el que los costes de personal queden reducidos por la inoperancia de los derechos incrementa de forma exponencial sus posibilidades de rentabilidad. ¿Las plantaciones de algodón en las que campaba Escarlata O’Hara hubieran sido factibles con agricultores asalariados y con derechos occidentales? No hay más preguntas.

Primero ha sido el llanto por la marcha de Deliveroo. Se van porque Glovo y los demás les han comido la tostada, eso para empezar, pero si su defección es debida a la ley que aplica a los riders (llamar a los repartidores esclavizados con un nombre guay forma parte del sistema) los derechos comunes a todos los trabajadores, sólo queda sacar el pañuelo y despedir el duelo. Inventarse un modelo de negocio en el que uno soslaya todos los derechos de los trabajadores es tan fácil como convertirse en un negrero. No lloren por una escabechina que nunca fue. No hay trabajadores que se queden en la calle: precisamente la empresa lleva meses peleando en los tribunales que no son sus trabajadores. No son los peligrosos comunistas los que les impiden aceptar lo inaceptable sino el propio Tribunal Supremo. En esto consiste parte del escudo de protección que nos hemos dado, en protegernos incluso de nosotros mismos impidiendo que la necesidad nos lleve a aceptar lo socialmente inaceptable. No aceptamos ser esclavos, no aceptamos vender órganos, no aceptamos renunciar a lo que nos es debido. El Estado de Derecho nos lo impide y con razón.

La misma genialidad, la de hacer negocio y forrarse explotando o vulnerando derechos, ha tenido varios reveses más estos días. Vean los pisos turísticos, por ejemplo. La novedosa idea era inventar una aplicación que permitiera crear un mercado turístico paralelo exento de las obligaciones e impuestos a los que vienen obligado el mercado general. Una competencia desleal con visos de modernidad y con un grave perjuicio para vecinos, barrios y ciudades. Ahora se quejan porque hicieron inversiones para forrarse con la especulación de alquilar sus pisos como si fueran hoteles pero sin las obligaciones de estos. Afortunadamente hasta los alcaldes del PP se han dado cuenta del daño irreparable y de la supina injusticia que suponía el afán de lucro de algunos sumado a la jeta inveterada de los que creen que una aplicación o una página web sirven para saltarse décadas de regulación. A Carmena la pusieron a caldo por pedir que los pisos turísticos en Madrid sólo pudieran ser aquellos que tuvieran una entrada independiente que no molestara ni deteriorara la vida de los vecinos habituales. Lo cierto es que fue o demasiado considerada o torpe porque puso una condición imposible. Almeida ahora lo deja claro, y le tengo que aplaudir, o eres un primero o un bajo o no puedes instalar un piso turístico. Espero que además los controlen y les cobren los impuestos pertinentes y les apliquen la misma normativa que al resto. ¿Saben, qué? Que probablemente con esta igualdad de trato no traiga cuenta pillarse uno de estos y sea más eficiente acudir a un hotel. Los jetas que emprenden por encima de la ley.

Las cocinas fantasma. No saben la pesadilla que las grandes ciudades han sufrido con el auge de la comida a domicilio. Es como una bola en papilla. Primero se inventan la app que explota repartidores y luego nos damos cuenta de que los sitios están muy lejos a veces de los consumidores y los explotados tienen que rular mucho, así que nos sacamos de la manga las cocinas fantasma en medio de la urbe para entregar aún más rápido. Colegios con tiros de chimeneas industriales junto al recreo, vecinos cuyos patios han visto crecer infames monstruos metálicos para arrojar humo y olores, calles saturadas de motos y bicis de repartidores… Les van a hacer una pasada por las normas. Una vida inhumana a cambio de que los listos que se inventan modelos inviables puedan hacer de las suyas.

Me gusta cuando les espeto a los absurdos teóricos neoliberales que sí, que el empresario es una figura necesaria socialmente, pero que sólo cuando consigue levantar un negocio rentable sobre los pilares de los derechos de los trabajadores y el Estado de Derecho. Lo otro, lo otro es querer convertir la esclavitud en un estado cool en las redes y, afortunadamente, aún quedamos muchos que estamos dispuestos a impedirlo.

Los Rolex del dinero fácil son muy horteras. Sólo por eso es para pensarse tener uno. Otro día les cuento lo del rapero. 

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