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¿Y qué hay de…?

Una mujer levanta una pancarta que dice "Quiero volver a ver mi familia" en una protesta el 2 de marzo en Estambul contra la invasión rusa de Ucrania.

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En febrero de 2017, unos días después de su toma de posesión como presidente de Estados Unidos, Donald Trump fue entrevistado por Bill O’Reilly, entonces estrella de su cadena amiga Fox News. El presentador le preguntó si se llevaría bien con Vladímir Putin (así fue) y ante la aparente disponibilidad del presidente de EEUU, O’Reilly afirmó: “Pero es un asesino. Putin es un asesino”. Trump replicó de inmediato: “Hay muchos asesinos. Nosotros tenemos muchos asesinos. Y qué, ¿crees que nuestro país es tan inocente?”.

Ahora sabemos que la manera evasiva de contestar de Trump con el ya clásico “y qué hay de” no fue casual. En sus cuatro años de mandato -y hasta hoy- siempre prefirió defender a Putin y la investigación de su propio Gobierno mostró cómo el Kremlin estuvo directamente involucrado en apoyar su campaña presidencial en 2016 y más allá. 

El “y qué hay de” -que en Estados Unidos se conoce como whataboutism, de “What about…?”- tiene una larga historia que se remonta al tu quoque (“tú también”) en latín y ahora es uno de los principales lemas de líderes autoritarios que utilizan esta justificación -que en realidad no es tal- para seguir cometiendo abusos con la premisa de que el mundo es en cada rincón el mismo lugar de ponzoña, corrupción e injusticias y no hay diferencias entre los países democráticos con elecciones y prensa libres y los que carecen de ellas. Tratan a toda costa de desmentir la idea de que las democracias tienen maneras para corregirse y no volver a caer en los mismos errores y abusos, sea por la vía de las elecciones castigando al político de turno, por la de los tribunales para examinarlo o la de la prensa y la oposición libres para denunciarlo. 

Tras la invasión de Ucrania, se han multiplicado los “y qué hay de…” En algunos casos vienen de la pura maldad para promover la inacción pase lo pase ante cualquier guerra; en otros, de la ignorancia y de unos pocos lemas inanes y cacareados sin cesar. 

Como premisa, el “y qué hay de” no debería ser excusa para la pasividad ante el horror que ahora mismo nos ocupa. Con ese pseudo-razonamiento no se podría actuar ni preocuparse ante ningún crimen contra la humanidad porque siempre hay un precedente igual o peor que pasadas generaciones provocaron o no supieron gestionar. Si tiene algún sentido el “qué hay de” es para extraer lecciones de las crisis presentes, tratar de aplicar soluciones a otros conflictos y tal vez mover a la empatía hacia personas que sufren de maneras parecidas y cuya voz puede tener más impacto, no como justificación infinita para no hacer nada en ningún frente. 

Nuestro deber, en particular como periodistas, es contar el “qué” en cada momento de la manera más completa y transparente posible. La realidad es que siempre lo hemos hecho. Por supuesto que hemos contado los “qués” que a veces se mencionan como prueba de una supuesta hipocresía. 

Igual que por desgracia está volviendo a suceder en Kiev, compañeros y amigos periodistas han perdido la vida para contarle al mundo los horrores de Ramallah, Fallujah, Aleppo o Kabul. Si los “whatabouters” no los estaban leyendo o no estaban viendo sus fotos, si no les importaba o si eran demasiado jóvenes para saber de qué estamos hablando, la culpa no será de quiénes hicieron tanto esfuerzo para contar y denunciar aquellas guerras, aquellos horrores, aquellos abusos. Y no sólo eso: los periodistas seguimos contando las guerras y sus consecuencias cuando los políticos y a menudo también los lectores están mirando hacia otro lado.

El “qué” es lo único que importa, siempre, en cada momento. Y el qué es ahora Mariúpol, Járkov, Kiev.

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