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Hegel y el espíritu del 2 de octubre

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont

Andrés Ortega

El doble enfoque, la doble dialéctica, que cabe encontrar en La fenomonología del espíritu, puede tener su aplicación en lo que ocurra entre Cataluña y el conjunto de España a partir del 2 de octubre. Es evidente que mucho de lo que pase a partir de entonces dependerá de lo que haya sucedido en este recorrido final hasta el 1 de octubre, incluidos los atentados en Barcelonas y Cambrils, y las reacciones a ellos. Han sido bien gestionados desde el punto de vista policial (tras los hechos) y social, pero con algo más que preocupantes fisuras a pesar solidaridad ciudadana a escala de toda España que quedó patente en la gran marcha del sábado en Barcelona. Ésta, sin embargo y tristemente, por momentos pareció más dirigida contra el Gobierno de Rajoy y el propio rey Felipe VI –en la primera manifestación que participa un monarca español– que contra el terrorismo.

Los atentados yihadistas no sólo no van a detener el pulso por el 1 de octubre catalán, sino su gestión ha complicado aún más el ambiente. Y pueden tener efectos que aún son difíciles de percibir. Puigdemont ha acusado a Rajoy de utilizar la seguridad en contra del proceso independentista, y la gestión política e informativa desde el Ministerio del Interior ha dejado que desear. Incluso por las redes sociales inevitablemente han surgido teorías conspiratorias de que estos atentados estaban dirigidos a dinamitar el procés, lo que, como siempre, tiene una cierta receptividad: se han detenido las manifestaciones de turismofobia (es este terrorismo, en parte local, el que ha acabado asesinando turistas). Otro efecto está claro: arrinconar a los pocos –poquísimos, pero con posible amplio alcance– que busquen provocar actos de violencia de cara al 1 de octubre. El rechazo a todo tipo de violencia se ha reforzado.

En su obra central, Hegel planteaba dos visiones contrapuestas, que a su vez interactúan entre sí. Una, en la primera parte del texto, es la dialéctica entre el amo y el esclavo –en la que éste tiene su propia fuerza, a veces superior a la del amo- que ha nutrido muchas de las cosas que han ocurrido desde el 28 de junio de 2010 (sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut), por tomar una fecha de referencia, aunque las raíces históricas se remontan a mucho antes. Esta es la confrontación entre la estrategia de buscar el “bochorno de España”, que parece seguir el Govern de Puigdemont y que se manifestó también en las pitadas y algunos carteles impresos a miles del sábado en Barcelona, y la del “bochorno de Cataluña” que durante meses y años se ha seguido desde el Gobierno en Madrid.

La segunda dialéctica, contenida en la segunda parte del texto, se aleja de ese espectro de dominación o fortaleza para abogar por relaciones de reconocimiento recíproco. Aunque Hegel no fuera precisamente un demócrata, sí entrevió que, en una comunidad organizada democráticamente, las relaciones entre los ciudadanos –y hay que recuperar el concepto básico de ciudadanía– son de reconocimiento recíproco. Y este reconocimiento de la realidad catalana no ha sido poco, sino mucho, en esta época democrática, pero tiene que reforzarse e intensificarse en un futuro próximo. Esas son las dos opciones para el 2 de octubre, y si no se sabe entrar en la segunda dinámica, se impondrá, lamentablemente, la primera, en la que ahora se está. En términos menos hegelianos y más ramplones se podría definir que hay que optar entre cortar o recoser. Ya hemos señalado en repetidas ocasiones en qué podría consistir esta última opción.

En lo ocurrido en estos meses y años ha habido un desajuste de percepciones que han jugado dialécticamente entre sí. Los independentistas catalanes han minusvalorado no ya la fuerza política del Gobierno, sino la del Estado español, incluida su dimensión internacional pues ningún Estado importante, ni ninguno de la UE, apoya esa separación. A su vez, el Estado, o más concretamente, el Gobierno, ha medido mal la fuerza de la sociedad catalana. Pues incluso si los independentistas no son mayoría social (y han ido perdiendo peso en las encuestas) sí representan un sector muy amplio de una sociedad que abrumadoramente apoya la idea de un referéndum, aunque no sea este referéndum. De cara al 2 de octubre y más allá habrá que contar con que el independentismo se habrá reforzado y representará de forma permanente una fuerza muy importante que no se podrá ignorar este hecho. La mala gestión de la situación ha hecho crecer esta opción de forma duradera, y si se sigue en la primera dialéctica hegeliana, seguirá creciendo. Mientras los no independentistas se han sentido abandonados en términos discursivos.

Claro que cabe pensar también de forma más táctica que los últimos compases de lo que está ocurriendo están dirigidos, en Cataluña, no tanto a asegurar un referéndum que no tiene garantías democráticas y supone un quiebro constitucional, sino a las siguientes elecciones que recompondrán el panorama político catalán incluso si hay una nueva mayoría pro–independencia en el Parlament. De hecho, muchos de los movimientos que han precedido a esta fase final, como la dimisión de varios consellers, tenían este objetivo: evitar exponerse a las consecuencias judiciales de seguir avanzando por un camino inconstitucional.

Convergència, ahora PdCat, derrumbada en los sondeos, necesita que haya algún tipo de urnas el 1 de octubre y que, al menos proporcionalmente, lleguen a expresarse, de un modo u otro, tantos votos a favor de la independencia como el 9N de 2014, es decir, 2,3 millones. La cuestión, para el Gobierno español y las fuerzas constitucionalistas, será primero impedir la votación, y después plantearse ¿con quién negociar un futuro? Y a falta de posibles inhabilitaciones –esa es una gran incógnita–, sólo hay, hoy por hoy, una figura para ello entre el independentismo: el líder de Esquerra Republicana y actual vicepresidente del Govern, Oriol Junqueras. Pero claro, ambas partes han de salir de la primera dialéctica hegeliana, para pasar a la segunda. La nostalgia de los 25 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, y las reacciones mayoritarias y espontáneas a los atentados, acontecimientos evidentemente muy diferentes entre sí, responden a la segunda opción. En todo caso, lo que sea posible sólo lo será a partir del 2 de octubre. Hasta entonces, primará la primera dialéctica.

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