Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El hilo luminoso

Lámpara con bombilla led en un bar en Logroño, en una fotografía de archivo. EFE/Raquel Manzanares

45

El punto de inflexión es ese momento mágico en el que una idea, una tendencia o un comportamiento social cruza un umbral, se inclina y se extiende como un incendio.

Malcolm Gladwell

Hay una sensación poderosísima para un cerebro entrenado que no es otra que la de descubrir el hilo luminoso de una argumentación y seguirla hasta sus conclusiones, sean estas o no comunes con las propias. Es el gozo del que descubre la lógica de las jugadas de dos maestros en un torneo de ajedrez, la que te mantiene en vilo ante el prodigio de un sistema filosófico e, incluso, la que te engancha en una ficción de suspense en la que intentas cazar las pruebas dejadas por el autor y terminas gozando con el estupor que te produce la verdadera respuesta. Nuestra mente disfruta con el ejercicio de la razón. La razón es innegociable para la supervivencia y el progreso. El gran paso de los ilustrados fue consagrar la necesidad absoluta de aplicar el estándar de la razón para entender el mundo, para que así no recurriéramos a sucedáneos o engaños como “la fe, el dogma, la revelación, la autoridad, el carisma, el misticismo, las visiones o las corazonadas”.

La razón es luminosa, ilumina la vida humana y es su única guía fiable. Las luces. Es ese hilo luminoso que enjareta el pensamiento humano y que puede seguir múltiples vías. Por eso hay que saber dejarse llevar sin miedo por los vericuetos del razonamiento de otro ser humano. No hay riesgo alguno en aceptar el juego y descubrir que hasta el más oscuro de nuestros adversarios, incluso de nuestros enemigos, si no hace trampas y no se aparta de las normas de la lógica y la razón, nos puede descubrir ideas y argumentos llenos de interés. Lo aterrador son las orejeras y no sólo el usarlas, sino el intentar imponérselas al resto. Esa es, en parte, la tétrica historia de la humanidad.

La razón, que no el sentimiento. De la razón puedes fiarte, es un pilar vigoroso para construir tu vida, de los sentimientos que son emociones -“alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”-  debes desconfiar casi siempre. El sentimiento nos lleva a la revelación, a la fe, al carisma o a las corazonadas. El que quiere que nos rijamos así, quiere dominarnos.

Las creencias nos pueden llevar a desafiar la evidencia. Algunos ya talludos recordamos las tiras de Quino y entre ellas una en la que Susanita, la amiga de Mafalda, insistía en que la nieve sale de la tierra y sube hasta el cielo, mientras se va quedando enterrada en una gran nevada. No son muchos los que perseveran hasta quedar sepultados por sus propias nieves mentales, pero existen. Algunos los llaman fanáticos. Morir por las ideas está muy bien pero ¿por cuáles? Brassens, ya saben.

Los que no hayan descubierto ese gozo, busquen el hilo luminoso y verán. Lo más adecuado para empezar es disciplinarse y obligarse a leer o escuchar razonamientos cuanto más distantes de nuestra postura mejor. Razonamientos, no soflamas ni excitaciones. Razonamientos que respeten las normas del pensamiento lógico y no caigan en las trampas que ya conocemos: falacias, pensamiento circular, ad hóminem, apelación a la autoridad, en fin, toda la panoplia. Es como el gimnasio, puro entrenamiento. Prueben, por ejemplo, a leer a autores que odian, a leer prensa que les parezca infame. Un ecosistema democrático saludable se basa, precisamente, en la existencia de toda una gama de ideas posibles a las que acudir y que contrastar. No hay un buen periodista, lo admiren o lo odien, que no lo haga. No importa que unos apliquen una línea y otros otra, siempre y cuando yo tenga acceso a todas ellas y pueda contrastarlas. La verdad tiene múltiples caras y uno está más cerca de ella cuando ha intentado verla desde todas las perspectivas. Lo único que tiene sentido evitar es aquello que repugna a la razón, lo que no parte de los principios sólidamente probados y no alcanza sus conclusiones siguiendo las normas de la lógica. Eso y sólo eso es basura intelectual, mera propaganda. 

En las antiguas sinagogas a los estudiantes se les hacía defender una postura e, inmediatamente, pasar a defender la contraria. En los debates universitarios, la postura a defender suele extraerse por sorteo y la habilidad intelectual consiste en encontrar argumentos válidos para defender aquello que te ha tocado. Algunos alegarán que estos sanos ejercicios son una especie de 'chaqueterismo' intelectual, pero no solamente no lo son sino que te forman para siempre en el respeto al otro y a sus planteamientos. Lo que cuenta es el hilo luminoso, ser capaz de crearlo y que otros sean capaces de seguirlo. Si el hilo luminoso existe, si es bueno y sólido, entonces no hay peligro alguno para nadie. Lo que nos amenaza es el pensamiento no racional, la vuelta al fanatismo y a la mera fe por muy loable que nos parezca, no el hecho de que otros piensen diferente. Eso no va a cambiar jamás. Los que han intentado cambiarlo, con fuego y sangre, sólo han conseguido muerte y destrucción, pero jamás acabar con la distinta forma de enfocar lo humano.

Ciertamente, dentro de nuestros sesgos cognitivos existen muchos que nos llevan a reafirmarnos en nuestra posición cuando la vemos contradicha. La primera vez que nos enfrentamos a informaciones que la socavan nos enrocamos como si una amenaza se cerniera sobre nosotros y precisáramos doblar la apuesta por nuestras convicciones. Cuando aumentan las evidencias, cuando la realidad se desvela ante nosotros, se llega al llamado “punto de inflexión afectivo” que, según Pinker, es un equilibrio interno entre la gravedad del daño que nos produce renunciar a nuestra opinión y el hecho de que las evidencias en contra sean flagrantes. Eso exactamente les ha ido pasando a los negacionistas del cambio climático, por poner un ejemplo actual.

La honestidad intelectual consiste casi siempre en ver las dos o más caras de un problema. Puede que la solución que cada uno le encontramos a la vista de estas no sea la más perfecta, pero al menos será racionalmente irreprochable. Con esto y con aceptar que habrá otras respuestas estaríamos ya listos para no linchar al disidente.

Es más importante divisar ese hilo luminoso que la ideología de quien argumente. Asombrarse con lo diferente, respetarlo, es de una grandeza que se aleja de la intolerancia. Es mejor que todo fluya a que todo se detenga.

Probablemente sólo con esto estaríamos salvados. 

Etiquetas
stats