Jenni, Nico y Lamine
Hace unos días, tras el partido de La Roja contra Georgia, en el que Nico Williams y Lamine Jamal marcaron un gol cada uno, algunos descerebrados subieron a Twitter (ahora X) una foto en la que los dos chavales se abrazaban felizmente. Hasta aquí bien, lo repugnante es que añadían comentarios de este tenor: “¿Pero qué Selección Española es esta? Parece una broma de mal gusto”.
Quizá algunos de ustedes no sean futboleros, no hayan visto nunca imágenes de Nico y Lamine (pronúnciese Lamín) y por lo tanto ignoren que los dos son de piel oscura. Esto era precisamente lo que cabreaba a los ultras carpetovetónicos. Recibieron un rápido varapalo en esa misma red social. La peña los puso muy merecidamente de “tontos del culo” para arriba. Y es que, como ha dicho el filósofo José Antonio Marina en el reciente Festival de las Ideas y la Cultura de este periódico, “no todas las opiniones son respetables, lo que es respetable es el derecho a exponer tu opinión”.
Opiniones las hay de todos los tipos. Unas pocas brillantes, algunas acertadas, otras discutibles, demasiadas repugnantes. Las racistas pertenecen a esta última categoría y no merecen otra cosa que el abucheo.
Nico y Lamine nacieron en España (en Pamplona el primero, en Mataró el segundo), hablan castellano como usted y como yo y militan en el Athletic Club y el Barcelona FC, respectivamente. Los dos son magníficos delanteros y ante Georgia, el pasado viernes, y Chipre, anteayer, han aportado jugadas, asistencias y goles de calidad a la cesta de nuestra selección masculina de fútbol. A mediados de los años 1990, ese gran escritor de novela negra que se llamaba Jean-Claude Izzo sentenció en 'Total Khéops': “Amargados de nacimiento. Sólo sentirán odio por los más pobres que ellos. Árabes, negros, amarillos. Nunca estarán contra los ricos”. Se refería a aquellos marselleses de clases populares que repetían como loros las sandeces de Le Pen.
Izzo dio una pista importante para comprender el ascenso de la ultraderecha en las últimas décadas: ofrece a gente desfavorecida un odio de sustitución, el odio a los recién llegados, a los de piel oscura, a los que aún son más pobres, a los diferentes culturalmente. El odio no es desdeñable, es un sentimiento muy poderoso. Ya le funcionó a Hitler en su tiempo.
Fíjense, nuestros ultras no tienen nada contra los apellidos Smith, Tertsch o De Meer de algunos de sus dirigentes por la sencilla razón de que son blancos y acomodados. Pero se sublevan contra la presencia en La Roja de un “negro” y un “moro” como Nico y Lamine.
Pues que se vayan al carajo. España es plural política, cultural, religiosa y racialmente. Lo ha sido siempre. ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene gotas de sangre celta, íbera, fenicia, romana, árabe, bereber, judía o, en mi Andalucía natal, hasta inglesa (va por ti, Bertín)? Y ahora, por mor de la globalización, lo es más.
Viví mi infancia, adolescencia y primera juventud bajo el franquismo. La obsesión de aquel aciago régimen era “la sagrada unidad de España”. Una España blanca, católica, castellanoparlante y muy de derechas. Todo lo que no fuera eso no tenía cabida. Judíos y moriscos ya habían sido expulsados siglos atrás. Luteranos, ilustrados, liberales y rojos ya habían tenido su merecido. Vascos y catalanes habían recibido un buen castigo.
Pero si la Transición tuvo un espíritu, este fue el de la aceptación de que no hay una sola España, sino muchas. El de la reconciliación en paz y libertad de todas ellas, sean cuales sean su color y su sabor. Los mismos que aprobamos la Constitución de 1978 aprobamos la amnistía de 1977. Los mismitos. Seguíamos el consejo de Azaña: “Paz, piedad y perdón”.
Vuelvo al fútbol, que nos ha dado alegrías en este verano que está a punto de acabar. La más grande, el Campeonato del Mundo conquistado por nuestra selección femenina. Con un juego coral y hermoso, con vigor y talento, con ganas y limpieza. Ahora millones de españoles futboleros también somos fans de Olga Carmona, Salma Paralluelo, Alexia Putellas, Aitana Bonmatí y Jenni Hermoso. Caramba, carambita, carambirurí, resulta que La Roja femenina también es diversa y multicolor como la España real: una gitana andaluza, la hija de una ecuatoguineana, dos catalanas, una madrileña….
Este verano ha comenzado a resquebrajarse el bastión machirulo del fútbol. Con una gran victoria deportiva e, inmediatamente después, con el rechazo social que suscitó la cavernícola chulería de Luis Rubiales en la celebración de ese triunfo. El movimiento #SeAcabó ha conseguido una extensa mayoría a favor de la idea de que un beso robado a una subordinada es una agresión sexual. Es una magnífica noticia.
Sospecho que los descerebrados que tuitearon contra Nico y Lamine son también de los que siguen creyendo que cualquier machote puede tocarle el culo a una mujer que trabaja en la calle. Caiga sobre ellos el oprobio colectivo y el peso de la ley. A las mujeres ni se les toca ni se les besa sin su consentimiento. No se hace nada con ellas sin su consentimiento.
Falta mucho por conseguir, ya lo sé. Muchos nudos que deshacer, muchos barridos que hacer. La dimisión de Rubiales no cierra la crisis del fútbol femenino, informa este diario y tiene razón. “La igualdad”, decía la filósofa Simone Weil, “es una necesidad vital del alma humana”. La que reclaman nuestras futbolistas es tan vital como el oxígeno. Para ellas y para todos.
Pero, discúlpenme, soy de los que prefieren ver el vaso medio lleno. Y creo que este verano ha aportado agua fresca al vaso de la igualdad en el deporte y en la vida en general. Con un Mundial ganado por mujeres y con una batalla también ganada contra los Rubiales que creen que pueden abusar de su poder cuando tratan con mujeres.
¿Por qué no pasaron los ultras el 23 de julio? Pues porque hay otras Españas además de la suya. Las Españas que aplauden a Nico y Lamine, las que apoyan a Jenni y sus compañeras.
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