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Liberales forjados en el BOE

Imagen de archivo de Rafael del Pino, presidente de Ferrovial. EFE/Mondelo

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Es enternecedor escuchar en boca de las grandes familias del régimen la apelación al libre mercado para justificar el derecho de una empresa como Ferrovial a llevarse al extranjero su residencia fiscal para lograr unas ventajas aún mayores que le permitan tener más y mejores beneficios. Familias y empresas que han podido hacer su enorme fortuna gracias a que la dictadura les garantizó que en España nunca hubiera una libre concurrencia empresarial. Familias como la de los Del Pino, que lograron amasar una ingente fortuna gracias a participar en el bando vencedor de una guerra y de tener los favores de la dictadura franquista primero y de la democracia transaccional después. Familias y empresas que de mediar una disputa de libre mercado, al que apelan y dicen aspirar, no habrían salido del terruño caciquil de explotación agraria de manufactura en el que comenzaron su acumulación material. Ferrovial es el último caso que se usa para difundir ese relato, pero está enraizado en lo más profundo de las oligarquías cañís.

El comportamiento y el discurso liberal en la empresa de quien nació con todo y se cree que se lo ha ganado parte de la educación de pijos mimados que se crían en burbujas donde nunca hubo un no ni una privación, donde se les ha enseñado que son seres especiales con talento por encima del vulgo. Astrid Gil-Casares era la mujer de Rafael Del Pino. Después de divorciarse y tatuarse de manera compulsiva para convertirse en la pija underground de La Moraleja, le dio por contar en varias entrevistas cómo era su vida en su burbuja de excesos: “Vivía en una estratosfera y con una vida muy fácil. No me tenía que preocupar de nada. De cosas tan tontas como tener que salir de casa con llaves, o aparcar, o hacer colas. Y no pasa nada cuando no lo tienes”. Es llamativo ver cómo ahora, que sigue viviendo en La Moraleja, en una vida de lujo y sin privaciones, piensa que aquello fue algo del pasado. Que ya no tiene privilegios. Ahora es una esforzada literata que escribe novelas y hace películas para que participen sus otras amigas pijas.

Astrid Gil-Casares decía de Rafael Del Pino para explicar por qué se fijó en él: Rafa es como James Bond. Inteligente, atractivo, sexy. Lo hace todo bien. Es el que mejor dispara, el que mejor esquía, el que mejor pilota helicópteros, el que mejor discursos hace […] Si mañana estallara la tercera guerra mundial y hubiera que irse a vivir a la jungla, él acabaría teniendo la mejor cabaña del bosque. No lo dudo. Sería el rey de la jungla”. Esa es su realidad. Esa es la autopercepción que estos pijos mimados tienen de sí mismos y de los de su clase. Seres superiores que son capaces de lograr cualquier cosa incluso si partieran de una posición de igualdad con quienes están acostumbrados a sobrevivir en condiciones adversas. Por eso en su ideología económica está arraigado el prescindir de los servicios públicos, que garantizan un mínimo de bienestar a quien no nace con sus privilegios. Una vez que el Estado les ha proporcionado su riqueza necesitan laminarlo porque ya no lo precisan. Es un pensamiento de casta arraigado en todas y cada una de estas familias criadas en el seno de una autarquía.

Ignacio Villalonga fue uno de los primeros liberales que desde una economía plenamente dirigida e intervenida por el favor de Franco a sus intereses consideraba que había que liberalizar la economía cuando favorecía sus propios intereses. Liberales forjados en el BOE. La Fundación Villalonga, que él mismo creó, publicó en España las obras de Ludwig Von Mises. En el año 1959, en un discurso para evaluar la marcha de la economía, el empresario valenciano expuso de forma diáfana sus ideas, las mismas que pueden encontrarse en los discursos de la derecha en la actualidad y del empresariado que representan personajes como Rafael Del Pino: “Hay que adecuar las utilidades de los trabajadores en función del rendimiento, pues será inútil gravar a las clases pudientes con muchos impuestos si las clases trabajadoras no dan el rendimiento debido. Y esto no es una orientación en contra de los obreros, sino precisamente todo lo contrario. Se puede aumentar la retribución en función del rendimiento, porque de otro modo se premia a los malos y se castiga a los buenos, y esto es precisamente lo que hay que evitar”.

Ese pensamiento anarcoliberal de las élites, difundido gracias a poder hacer carrera por haber sido miembros con renombre de la asonada fascista y de la represión, está incardinado en la filosofía de estos constructores del régimen que no habrían podido poner una sola piedra si no hubieran enterrado con cemento a la República y sus defensores. Ferrovial es solo un síntoma leve de una afección profunda que carcome la posibilidad del progreso en España. Una enfermedad nacional provocada por unas élites plagadas de pijos mimados que lo único que tuvieron que hacer fue poner a su nombre las fortunas acumuladas gracias al calor de una dictadura. 

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