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Mariano no juega al ajedrez

Magnus Carlsen, campeón del mundo de ajedrez, fotografiado en Lisboa en la final de la Champions League 2014 (foto subida a su cuenta de Instagram)

Begoña Huertas

La estrategia de la negación viene imponiéndose desde el primer día de este eterno Gobierno de Rajoy. Ya antes, el hundimiento del Prestige no causó más que unos hilillos de petróleo, y además la culpa fue del capitán. En el accidente del Yak-42 se culpabilizó a la tripulación. Después vino la tragedia del Madrid Arena, y la del tren Alvia, en las que los políticos tampoco admitieron responsabilidad alguna, del mismo modo que la culpable de contagiarse de ébola fue la propia enfermera.

Igualmente, el pasado domingo en Madrid no ocurrió nada que incumbiera directamente a nuestros gobernantes cuando en las horas previas al partido Atleti-Dépor se libró una batalla entre ultras de uno y otro equipo con el resultado de un muerto. “Todo sucedió a 500 metros del estadio”, “no pongamos el foco en la policía” o “es responsabilidad de los clubes” fueron algunas excusas. Ya no suena raro. Tampoco hay pobreza en España ni corrupción ni apenas crisis. El PP, negando la realidad desde 2011.

Un testigo de esa pelea recordaba lo sucedido en estos términos: “volaban mesas y sillas de la terraza, mientras los chavales estaban a palos con bates de béisbol”.

¿Los chavales?

Vaya, parece que no sólo el Gobierno niega la realidad. El supuesto chaval que murió tenía cuarenta y cuatro años. Los chavales eran bestias que arrancaron los tubos de hierro que sujetan algunos árboles para golpearse con ellos. Sin embargo esa palabra, chavales, le quita importancia a la brutalidad encuadrándola dentro de una especie de “juego de niños”. Pero esto no es normal ni es inevitable. El deporte es otra cosa. Quizás sea lo que el fútbol tiene de negocio, de business, y toda la podredumbre que eso conlleva lo que mueve a estas barbaridades. Quizás los intereses y la vista gorda de los clubes y de las fuerzas de seguridad no ayuden precisamente a eliminarlo. Quizás saber asumir la frustración debería ser una enseñanza prioritaria en las escuelas, para que los  “chavales” aprendieran cuanto antes que en los deportes, como en todo, a veces se gana y a veces se pierde. Sin embargo vivimos bajo un gobierno que si algo no soporta es la frustración de reconocer que se equivoca.

Hace un par de semanas se celebró el Campeonato Mundial de Ajedrez en el que el noruego Magnus Carlsen, actual campeón del mundo, revalidó su título. Este chaval  cumplió precisamente el pasado domingo veinticuatro años. Si las autoridades del PP son incapaces de reconocer errores y están especializadas en negar lo evidente, Carlsen afirmaba por el contrario en una entrevista:

“Jugar de manera perfecta en posiciones extremadamente complicadas es casi imposible. Sé que siempre voy a cometer errores. Lo que tengo que evitar es equivocarme en las cosas más sencillas. Si puedo conseguir eso, después las cosas irán mucho mejor”

Esto no solo es válido para el ajedrez, esto es toda una enseñanza de vida: tratar de no equivocarse en lo básico. Para un gobierno, lo básico debería ser la seguridad de sus ciudadanos, su bienestar y su educación. Desde hace ya unos años, el BBVA ofrece a las escuelas un “Programa de Educación Financiera” llamado, en un bonito juego de palabras, Valores de futuro. El programa incluye numerosos talleres, cuyos títulos lo dicen todo: “El supermercado del mundo”, “El banquero de los pobres”, “El principito y el hombre de negocios”. Tras la unidad didáctica “Lo que necesito para ser feliz” viene otra titulada “Vamos de compras”. ¿Dejamos la educación de los valores en manos del BBVA?

Bueno, la realidad es que hacerlo no implicaría, en este momento, demasiadas diferencias. El Partido Popular comparte esos valores. El Ministerio de Educación habla de una nueva asignatura titulada “Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial”, que además pudiera ser impartida por profesores de filosofía (¡ese disparate, paradójicamente, sería lo mejor que podría pasar!). Incluso tenemos quien se ofrece a dar clases particulares, como es el caso de Arturo Fernández, el jefe de los empresarios madrileños, que frecuentaba el chalet del pequeño Nicolás para darle charlas, a él y a sus jóvenes amigos, de “espíritu empresarial”. ¿No es extraordinaria esta coincidencia de todos ellos en el contenido de las materias educativas?

Así las cosas, aunque sea inútil decirlo, lo digo: abogo por el ajedrez como asignatura obligatoria en los colegios.En Noruega, el canal público transmitió en directo el Campeonato Mundial entre Carlsen y el indio Vishy Anand logrando una audiencia superior a la de la selección de fútbol.

Al terminar sus partidas, podía verse cómo Carlsen y Anand comentaban dónde se habían equivocado o con qué movimiento propio no estaban del todo contentos. Nada como el ajedrez para combatir con éxito las frustraciones y fomentar el espíritu crítico. No digo que nuestros políticos tengan que ser capaces de hacer eso cara a cara con sus adversarios y luego estrechar su mano (sencillamente no puedo imaginarlo), pero al menos que reconocieran sus errores ante los periodistas.

Esta semana un juez desestimaba el recurso de Jaume Matas contra su decisión de anular el tercer grado concedido por Interior, alegando que no veía ninguna prueba de “reeducación del recluso ni constatación en el cambio de valores”. Claro que no hay reeducación, claro que no hay cambio de valores. Aquí no pasa nada.

Por cierto, Magnus Carlsen es un apasionado seguidor del Real Madrid.

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