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Meterse en un jardín

La secretaria general del PSOE-A, Susana Díaz, perdedora en las primarias del PSOE-A, en rueda de prensa

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Se dice coloquialmente que uno se mete en un jardín cuando pisa innecesariamente un terreno resbaladizo o se adentra en una situación complicada de forma inadvertida. El fin de semana ha ido de jardines varios y de políticos atolondrados. En Madrid y en Sevilla. Vergeles prescindibles sobre los que transitaron Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Susana Díaz. Todos salieron mal parados. 

La presidenta de la Comunidad de Madrid quiso retar al rey a no firmar los indultos de los líderes del procés, algo inconcebible en una monarquía parlamentaria. “¿Qué va a hacer el rey de España a partir de ahora? ¿Va a firmar esos indultos? ¿Le van a hacer cómplice de eso?”, se preguntó la dirigente autonómica con el desparpajo al que acostumbra. O Ayuso desconoce la letra y el espíritu de la Constitución o quería arrastrar conscientemente a Felipe VI al centro mismo del debate político para convertirlo en un insumiso. No está claro si es más grave lo primero o lo segundo. Su propio partido ha tenido que desautorizar una vez más las palabras de la presidenta madrileña, que en Génova han causado alarma y en Zarzuela, espanto por el disparate que representan. No es para menos. La lideresa popular pretendía que el rey se saltara la Carta Magna y se rebelara contra el Gobierno.   

Pablo Casado está que trina con la inquilina de la Puerta del Sol, y no sólo por su penúltimo patinazo. El líder del PP ha visto cómo en la manifestación de Colón, a la que fue con los pies a rastras, la gente vitoreaba y abrazaba a Ayuso mientras a él lo recibieron con abucheos en su discreto, corto y acomplejado recorrido entre la calle Génova y la plaza tomada por la ultraderecha. No se atrevió a desmarcarse de una movilización convocada por Rosa Díez y secundada con entusiasmo por Vox y, al final, resultó preso de una trampa con la que sabe bien que solo gana su competidor de bloque. Todo por carecer de un rumbo fijo o una estrategia inalterable y sucumbir al miedo de que Abascal siga achicando su espacio. 

La tercera pisacharcos no es del PP, aunque hubo un tiempo en que fue adulada y jaleada por la derecha política, mediática y empresarial. Era “la más grande”, la “todopoderosa”, “la baronesa del sur”, “la autora intelectual de la máxima autoridad”. Susana Díaz ha vuelto a pifiarla. Por su soberbia, por su arrogancia, por creerse eterna, por su habilidad para hacer enemigos, porque ya no engaña ni intimida y porque la militancia la ha puesto otra vez en su sitio al apostar claramente por su relevo. 

Pedro Sánchez ha acabado, seis años después, con su carrera política. La venganza es un plato que se sirve siempre frío y, aunque el presidente y secretario general del PSOE tuvo dudas sobre si debía o no dejar que Díaz fuese otra vez candidata a la Junta, al final escuchó a quienes conocen bien el partido en lugar de a las huestes del redondismo, que llegaron a pactar con la ex presidenta regional un cambalache para repartirse el control orgánico en Andalucía antes de que la dirección federal tomase la decisión de adelantar las primarias.  

En Ferraz habita alguien que tenía, además de echados los números, la convicción de que la militancia hacía tiempo que había pasado la página del susanismo y perdido el respeto a una lideresa más temida que querida, que siempre sobrevaloró sus expectativas. Y no se equivocó. Aquí acaba una leyenda que nunca existió más allá del falso relato de algunos tótems del PSOE empeñados antaño en que tan poco llegase a tanto. Ni tenía la fortaleza orgánica de la que presumía ni el liderazgo social que sus incondicionales le atribuían. Con Díaz al frente del liderazgo, el PSOE andaluz perdía votos a chorros, algo que Sánchez no podía permitirse ante las próximas generales. 

Sin pretenderlo, la de Triana, igual que Ayuso con su apelación a Felipe VI, e igual que Casado con su presencia en un deslucido Colón II le han hecho un favor a Sánchez en un momento de debilidad. Ni los españoles han salido en tromba a protestar por los indultos ni los socialistas andaluces quieren como cartel electoral a alguien que ya es un lastre, se creyó por encima del bien y del mal y ejerció su poder con mano de hierro. Tampoco la quieren un minuto más en la secretaría general, pero ella se atrinchera por si de aquí a diciembre, que se celebra el congreso regional, puede aprovechar algún resquicio que le permita sobrevivir y arrastrar su triste, accidentada y sobrevalorada existencia política. ¡Qué necesidad de meterse en semejante jardín para salir humillada por enésima vez!

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