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¡Muera la inteligencia!

La bandera ondea a media asta por la muerte de Cristo en el Ministerio de Defensa

Montero Glez

Desde que fue aprobada, allá por el otoño de 1978, nuestra Constitución no ha dejado de ser un libro de humor plagado de chistes tan ocurrentes como aquel que dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal.

Visto lo ocurrido estos días de Semana Santa, suena a chufla el citado artículo constitucional pues, tanto en los cuarteles, como en el Ministerio de la Guerra, la bandera ha ondeado a media asta por la muerte de Cristo,  personaje que no se sabe a ciencia cierta si existió y que, si lo hizo, fue un hombre que andaba muy lejos de los asuntos militares. Para entendernos, Cristo vendría a ser un jipi de aquellos tiempos que estaba en contra de las guerras, predicando la paz y haciendo milagros con el agua hasta convertirlo en vinorro.

Pero vistas las imágenes de los “lejías” con sus caras congestionadas portando la cruz, hay que advertir que siempre será mejor que los legionarios alcen la figura de Cristo en vez de los fusiles o cosas aún peores. Viene al pelo recordar que la Legión Española es un cuerpo militar de origen atroz cuyo recuerdo nos lleva a épocas oscuras de nuestra historia más reciente. Desde sus orígenes, los legionarios han sido entrenados para reprimir todo lo que no se someta al orden establecido por Dios, por la Patria y por cojones, dicho con la sonoridad  que caracteriza sus modos tabernarios. 

Dicho esto, no se qué hizo la cabra ante el vergonzoso cuadro de estos días pero seguro que la mascota legionaria brincó con cachondez ante el disparate; una irracional escena que revela que la España carpetovetónica, cada vez que tiene ocasión, vive y berrea aquello de ¡Muera la inteligencia!

Por tales asuntos, podemos afirmar que Franco no ha muerto, sino todo lo contrario, sigue presente en cada uno de sus corruptos herederos. Esta Semana Santa los hemos podido ver canturreando la de “Soy el novio de la muerte”, entre capirotes, mantillas y balcones atorados por el peso de un idealismo que invade el Estado “aconfesional”. Con estas cosas, el tufo a cera Pascual penetra hasta las entrañas de un pueblo que todavía busca a sus muertos, enterrados en las cunetas de la historia.

Llegados aquí, cabe hacerse la siguiente pregunta pues, si por la muerte de un personaje hipotéticamente existente como lo fue Cristo, montan este espectáculo, cuando muera Franco, entonces... ¿qué diablos va a pasar?

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