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Orgullosos de mentir

Vista del logo de Fox News frente a su sede de Nueva York, en una fotografía de archivo.

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Desde hace años Fox New se sienta en la mesa de miles de ciudadanos estadounidenses y les dice por qué deben sentir miedo, ansiedad y odio. “Enfádate porque estás siendo engañado”, les dice. “Tú eres más listo que ellos”, pareciese añadir. Es la base misma de las teorías de la conspiración, ser capaz de ver lo que otros no ven, como un elegido. Si te convencen y autoconvences de una narrativa falsa aliviarás tu angustia de algún modo.

Hace pocos días conocíamos que Dominion Voting Systems había llegado a un acuerdo de última hora por casi 800 millones de dólares en su demanda por difamación contra Fox News. Las audiencias previas al juicio ya habían constatado que Fox aireó repetidamente la mentira de que Dominion ayudó a manipular las elecciones de 2020, en perjuicio de Donald Trump. El juicio ha revelado hasta qué punto Fox News es esclavo del monstruo que ha creado, o que otros han creado para él. Cuando uno lee los correos electrónicos y mensajes de texto que se enviaban directivos y periodistas es consciente de que en plató se decía lo que la audiencia quería escuchar, es decir, lo que la audiencia había escuchado del propio Trump: que los demócratas solo podrían haberle ganado haciendo trampas. “En lo que es bueno es en destruir cosas”, le escribió por mensaje de texto la entonces estrella de Fox Tucker Carlson al productor Alex Pfeiffer: “Él es el campeón mundial indiscutible de eso. Fácilmente podría destruirnos si jugamos mal”.

Obviamente es y siempre ha sido preocupante que los medios repliquen mentiras de los políticos. Igual de preocupante que cuando algunos programas ponen el equilibrio de fuerzas por encima de la verdad. Es decir, espacios que sientan en una mesa a un científico que explica por qué la tierra es redonda, pero al lado, por equilibrar, sientan a un conspiranoico que dice que la tierra es plana. “Es que si no no hay debate”. Bueno, es que hay cuestiones en las que no debería haberlo.

La mentira siempre ha sido parte de la política, con promesas electorales no cumplidas, pequeños embustes para denostar al rival, o mentiras descaradas y brutales. Los políticos mienten por muchos motivos. Porque saben que mucha gente piensa que todos los políticos mienten y, por tanto, esperan que les mientan. Mienten porque el electorado convencido va a pasar por encima de la mentira con tal de que el otro no llegue al poder. Mienten porque las mentiras apenas pasan factura, salvo si es un caso flagrante de corrupción. Y sobre todo mienten porque producir una historia que difumine la línea entre la verdad y la falsedad es conveniente. Porque si la de la verdad está lo suficientemente degradada, en algún punto eso les puede llegar a favorecer. 

El problema ahora ya no es tanto que haya más mentiras, que siempre las ha habido, es que a los políticos (y a sus correas de transmisión, algunos periodistas o personas que se hacen llamar periodistas) les importa menos que los tachen de mentirosos. Se les ve incluso convencidos de lo que hacen, con orgullo y satisfacción. Es la escuela Trump tan bien replicada en España por algunos seguidores. Algunas y algunos parecen estar a punto de llegar al extremo de no distinguir ya qué es mentira y qué es verdad, como ese funcionario de la Organización Mundial de la Salud llamado Jean-Claude Romand que, cuando despertó en el hospital después de haber matado a su familia, descubrió en la mirada de los investigadores lo que él ya sabía: que nunca había sido funcionario de la OMS, ni siquiera médico, ni siquiera tenía un trabajo.

“Una mentira, normalmente, sirve para recubrir una verdad”, escribe Emmanuel Carrère en El Adversario. Pero “la mentira de Romand no ocultaba nada”. Existe un punto de perversión en el que mentir se convierte simplemente en un hábito que no encubre nada. Porque las mentiras a veces no salen gratis, como ha demostrado el caso de Fox contra Dominion Voting Systems, pero mentir sigue siendo rentable.

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