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La parte contratante

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Elisa Beni

“Dice ahora… la parte contratante de la segunda parte será considerada como la parte contratante de la segunda parte.

– Eso sí que no me gusta nada. Nunca segundas partes fueron buenas. Escuche: ¿por qué no hacemos que la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte?“

Una noche en la Ópera

Leí una vez en un estudio que los rubios de ojos azules que abundan en el Valle del Ebro no son de ascendencia celta sino visigoda. Pueblos germanos. Quizá por eso, es broma claro, se me ha quedado grabada en la mente la clarividente pregunta realizada por una colega alemana al finalizar el Consejo de Ministros. ¿Por qué no puede haber una coalición? En Alemania es muy común. En realidad, es un contrato. Es sencillo. Un contrato con unas cláusulas, que pretenden servir al cumplimiento del objeto del mismo. Un objeto del contrato. Unas cláusulas o condiciones. Una firma.

Lo más pasmoso fue la respuesta de la ministra Celaá. Somos distintos, oiga. No voy a darle mucha explicaciones pero ya entiendo que usted que es alemana no lo entienda. Somos españoles, nosotros. Otra cosa. No lo entendería. Tampoco se lo explico ni a usted ni a nadie. Quédese con eso. Esto es otra cosa.

No deja de darme vueltas. Desde luego a la única que entiendo es a la periodista alemana. Deberían haberle explicado que en España preguntar lo obvio, los sustancial, no forma parte del protocolo al uso. Aquí, lo suyo es preguntar por la segunda parte contratante pero no sobre por qué no es posible llegar a un acuerdo. Aquí, una inspiración extranjera puede ser ejemplar o extraterrestre según el momento y según el interlocutor. Aquí, tras la pírrica victoria de Rajoy, recuerdan, la Gran Coalición se convirtió en el más grande argumento para pedir que el PSOE invistiera al candidato popular y aquí, defenestración de Sánchez mediante, se invistió a Rajoy aunque sin entrar en nada más. El PSOE que pudo votar eso no sabe de qué le hablan cuando le hablan de Alemania. O es otro PSOE u otra parte contratante, que eso tampoco una alemana lo va a entender.

Lo cierto es que un contrato precisa de un objeto, aquello que se quiere obtener por ambas partes al suscribirlo, y posteriormente de unas cláusulas que especifiquen la forma en la que se va a llegar a conseguirlo. Después, hace falta la intención de suscribirlo y el consentimiento. En España sigue valiendo con un apretón de manos para cerrarlo. Lo que no ve la alemana, ni vemos los demás, es que nadie se haya sentando a especificar cuál sería el objeto de ese contrato para un gobierno progresista más allá de un gobierno progresista para gobernar. ¿Gobernar qué y cómo? Gobernar, oiga. Mandar desde Moncloa y sentarse en el Consejo de Ministros. Y la alemana puede que ya no entienda nada y sea capaz de lanzar al aire alguna otra pregunta absurda del tipo ¿gobernar para qué? ¿gobernar para quién? Nadie se ha sentado a ver cuál sería el objeto de este contrato.

Hasta la fecha sólo hemos oído disquisiciones sobre alguna de la cláusulas. Más concreto, sobre una de las cláusulas, quizá la menos relevante para la ciudadanía, que sería la consistente en plasmar en nombres y sillones y direcciones generales, aquellos nombres que fueran los más convenientes para llevar a efecto el objeto del contrato. ¿Compartidas, repartidas, sin partir? Supongo que cualquiera de estas opciones debería responder a la mejor forma de perfeccionar el contrato y para saber cuál sería deberíamos tener sobre la mesa el objeto del mismo. Quizá, digo yo, y a lo mejor mi colega alemana, si en la negociación de cláusulas el indicador de izquierda se queda en un grado que se le hace demasiado corto a una parte contratante, ésta no debería quemarse entrando a compartir la ejecución y debería preservar la independencia y la influencia apoyando o no las propuestas concretas que se introdujeran en el contrato. O a la inversa ¿De qué contrato me habla? De ese del que ellos no han hablado todavía.

Hasta ahora sólo sabemos que una parte propone un contrato de adhesión, en el que una parte redacta las cláusulas y otra lo firma sí o sí porque no le quedan más narices si quiere obtener el objeto del mismo, bien sea volar o subirse a un tren o contratar un envío. Claro que esto no es lo mismo y claro que hasta los contratos de adhesión pueden contener cláusulas abusivas que se declaren nulas en el control de legalidad. Un contrato de adhesión puede producirse si una sola parte posee todos los elementos necesarios para perfeccionar el contrato, pero me parece que no es este el caso que nos ocupa. O sí, no lo sé, aunque eso parecería. Puede que sea eso lo que tiene perpleja a la germana.

Luego está la cuestión de los mandantes en nombre de los cuales las partes suscriben el acuerdo. Son la primera parte contratante de la segunda parte contratante. Una cuestión puramente marxista. En este caso se trata de los votantes de ambos partidos. Esos que fueron llamados a las urnas para evitar la llegada al poder del trifachito. Esos que acudieron convencidos y motivados a las urnas y que siempre pensaron en obtener los números para un gobierno progresista. Los contratantes primarios a los que, en la mayor parte de los casos, no les importa que la segunda parte contratante prefiera tener las manos libres o que la otra parte contratante de la segunda parte piense que hay nombres que deben estar sentados en esa mesa de la que salía Celaá, sí o sí. No sé si me explico o es que en España somos de otra manera y por eso ni a mí me entiende la alemana ni yo les entiendo a ellos. Tal vez sea así porque la jerigonza o habla de germanía sea difícil de comprender, pero sepan que tal germanía es lengua de delincuentes y que no viene de lo germano sino de lo germá. Y que germanía es hermandad en catalán.

Ya me dirán que a qué llegamos a lo catalán en todo este lío incomprensible para un cabeza cuadrada y les diré que puede que sea ese el problema que todo lo embrolla, o así parece que lo ha mostrado el candidato, que nos dicen que saldrá esta semana a vender el relato. No sabemos si un relato que pueda entender un germano o siquiera un hermano. O si será un relato en el que el gobierno sea, como el matrimonio, un contrato de obligaciones incoercibles, es decir, de cuyo incumplimiento no se deriva otra consecuencia que la ruptura del contrato mismo. ¿Eso les queda claro? Meridiano porque quizá sea la causa de que en este país no se entienda nada. Y es que ha pasado demasiadas veces que las más brutales rupturas del contrato entre elegido y electores no han tenido consecuencia alguna y sus infractores han vuelto a ser revalidados en las urnas una y otra vez. No todo es siempre un eterno retorno.

¿Lo entienden ustedes? Corran a explicárselo a la periodista alemana. Es la única que tiene las ideas claras.

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