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La patria de Abascal

Homenaje a Juan Mari Jauregi en el 20 aniversario de su asesinato por ETA.
30 de octubre de 2020 22:13 h

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La patria de Abascal es esa en la que no cabemos todos, desde luego no quepo yo. Es una patria de ruido y furia. “Ardor guerrero vibre en nuestras voces y de amor patrio henchido el corazón”, dice el himno del ejército, ese en el que no sirvió Abascal porque se le pasó el tiempo pidiendo prórrogas cuando, por su amor patrio, debería haber ido de voluntario sin tanta excusa estudiantil. Caso de interesarle el patriótico himno, se lo podemos recitar de memoria los que pasamos un largo rato allí (la mili era obligatoria para los más tontos, pero no para los listos) cantándolo en una de esas unidades de intervención inmediata que tanto parecen gustarle.

Lo de la patria da para mucho, a algunos para demasiado. Hay incluso quien confunde patria con bolsillo, se enfunda mascarillas y pulseras rojigualdas, y mantiene a buen recaudo sus ahorros en Suiza, Caimán o Panamá, lejos del fisco español. Hay otros que blanden su concepto de patria, como un arma arrojadiza contra los antipatriotas.

Este patriotismo postural está lejos de lo que expresó el poeta Federico García Lorca en una entrevista, un mes antes de ser asesinado por los que se rebelaron contra la República una vez iniciada la Guerra Civil: “Yo soy español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre de mundo y hermano de todos. Desde luego, no creo en la frontera política.”

Recientemente Santiago Abascal subió al podio parlamentario con motivo de la moción de censura de su partido para defender su concepto de patria contra tirios y troyanos, no sé si con las mascarilla de los paracaidistas de la BRIPAC guardada en el bolsillo, y recitó, uno por uno, los nombres de las víctimas de ETA en dirección a la representante de Bildu en la cámara. Agraciadamente su padre, Santiago Abascal, y él mismo, amenazados por ETA como tantos miles, pudieron contarlo. Él sigue contándolo, porque aunque ETA se disolviera hace años su legado da mucho jugo.

En el colmo del despropósito, parte de los asesinados por el terrorismo de ETA serían definidos hoy como filoetarras, simplemente porque su ideología estaba en las antípodas de la de Abascal y su partido. “Tu te encamas con comunistas, separatistas y filoetarras”, le ha espetado Santiago Abascal en varias ocasiones al presidente Pedro Sánchez.

Como digo, Abascal, en la defensa de la moción de censura que se le convirtió en tragedia florentina, aprovechó para recitar uno por uno los nombres de todas las víctimas de ETA, recurso que copió de Antonio Basagoiti, expresidente del PP en Euskadi quien en marzo de 2013 hizo lo mismo en una sesión del Parlamento Vasco.

Una de esas víctimas que Abascal mencionó, era Juan Mari Jauregi Apalategui. Como a tantas otras víctimas, a Jauregi no le hubiera gustado nada que un representante de la ultraderecha le mencionara con intenciones espurias. Juan Mari fue asesinado por ETA en julio de 2000 en Tolosa porque pertenecía al PSOE y porque había sido gobernador civil de Gipuzkoa. Incluso, tiempo atrás había militado en el PCE y pasado por las cárceles de Franco. Este hombre, enorme y bonachón, estaba en las antípodas del terrorismo de ETA, pero también de las de Abascal, en lo político y en lo humano.

Su hija, María Juregi, tras el despliegue informativo del dirigente de Vox en el Congreso, le reconvino públicamente por utilizar el nombre de su padre en vano. “Es una falta de respeto a la memoria de mi aita que utilices su nombre - le dijo María a Santiago Abascal en un tuit-. No sé si sabrás que mi aita luchó contra el franquismo y era un firme defensor del diálogo y la democracia. No voy a permitir que manches su nombre. Basta ya de utilizar a las víctimas”.

María, que perdió a su padre en atentado terrorista cuando era una niña, ofrece en las redes sociales un camino muy distinto del del ruido y furia de Abascal y su partido. Hace algunos meses, cuando se vislumbraba la posibilidad de poner en marcha un gobierno de izquierdas, María escribió: “Mi aita (”padre“ en euskera) también estaría feliz porque: ETA no existe, porque vamos a tener un gobierno de izquierdas, porque era un firme defensor del diálogo”.

Quiere decir esto, que incluso desde el interior de un corazón destrozado por semejante pérdida, puede surgir una propuesta generosa y solidaria. ¿Cómo hubiésemos reaccionado los demás, como hubiese reaccionado yo, habiendo sufrido semejante dolor por la pérdida de un padre en tales circunstancias?

Con María, y con otras Marías, seguramente se podrá conformar una patria que acoja, ampare y ayude. Una patria de solidaridad alejada del discurso cerril, una patria de diálogo, respeto y comprensión. Una patria que atraiga, no que asuste.

A Abascal, hasta su ex compañero de partido y ahora enemigo público número uno, Pablo Casado, le reconvino durante el sustancioso debate de la moción de censura. “No sé cuál es su idea de patriotismo, pero yo no lo concibo como el insulto a los que dan su vida por la libertad de todos. Especialmente cuando han sido tus compañeros”.

Miguel de Unamuno, a finales del siglo XIX, explicó que “a medida que se ensancha la gran Patria humana, se reconcentra lo que aquí se llama patria chica o de campanario”, lo que demuestra que esto viene de lejos. No me extraña que el pensamiento del profesor vasco de Salamanca terminara exacerbando a los militares sublevados contra la legalidad republicana.

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