La pregunta del referéndum
Uno de los problemas que tendrá que solucionar el próximo gobierno es el apaciguamiento por una o dos generaciones del tema territorial. La estrategia del PSOE de ZP de reconocer a Cataluña como nación se estrelló en el Constitucional. Y la estrategia del avestruz desarrollada por el PP ha avivado a los independentistas. No sé si a estas alturas es posible ofrecer algún pacto político que no sea la independencia para parar el choque de trenes, pero por lo menos de momento la mayoría de la población catalana no se ha expresado inequívocamente a favor de la independencia. Por ello, estamos a tiempo de una solución democrática, pacífica y sin independencia, que pase por un referéndum. El diablo estará en los detalles de dicho referéndum. En el de la OTAN, según contaban los profesores veteranos de Somosaguas, hubo mucha cocina para encontrar la pregunta que ofreciera menos resistencias. Ahora está claro que hay una pregunta clara e inequívoca que podría incendiar muchos lugares del Reino de España, por ejemplo: ¿está Vd. a favor de que Cataluña sea un Estado independiente?
Si esta pregunta no, ¿cuál entonces? A mí se me ocurren dos preguntas que levantarían menos tensión, pero que podrían ser un primer paso hacia una solución. En la versión más dura, se me ocurre “¿está Vd. a favor de que España modifique su Constitución para integrar en un Estado federal a las nacionalidades históricas?”. Responder no a esta pregunta es más ambiguo, pues puede ser tanto un sí a la independencia como un sí a mayor centralización. Esa ambigüedad permite que el ‘no’ se pueda interpretar de diversas maneras. En un caso extremo, el ‘no’ podría ganar en las comunidades castellanas y en Cataluña, por ejemplo. Y claramente significaría lo contrario. De hecho, en los últimos años se observa una tendencia a la polarización con respecto a la cuestión autonómica, en el sentido en que en las comunidades autónomas con más sentimiento nacional propio se desea más autonomía, mientras que en el resto, menos. Pero esta pregunta tendría la virtud de que si gana el ‘sí’ en Cataluña, o el País Vasco, queda claro que hay una mayoría contra la independencia.
Quizá ya se haya dado cuenta de la pregunta alude a nacionalidades históricas. Eso se debe a que podemos acogernos a una definición jurídica: las que tenían estatuto autonómico en la II República (Cataluña, País Vasco y Galicia). Eso supondría dejar en otra división al resto de las autonomías. Y eso fue lo que intentó la Constitución de 1978, distinguiendo entre la “vía rápida” y la “vía lenta”. Pero la dificultad de asumir la identidad compleja de nuestro Reino, hizo que aquello derivara en café para todos, que es una forma de quitarles la razón a los nacionalistas periféricos. Se está diciendo que el sentimiento nacional propio, diferente del español, es tan fuerte en Cataluña como en La Rioja, por poner un ejemplo. El nacionalismo español está dispuesto a convivir con los nacionalismos periféricos si los devalúa al nivel de sentimiento regionalista, como los coros y danzas folclóricos del franquismo. En resumen, una pregunta que tuviese en cuenta el hecho nacional específico de una parte del territorio, sería difícil de tragar por los nacionalistas españoles centralistas.
Para evitar este escollo, la pregunta podría ser más sencilla: “¿Está Vd. de acuerdo en que España se convierta en un Estado federal?”. Si gana el ‘sí’ sabemos que estamos en contra de la independencia (y de mayor centralidad). Para asegurarse que no haya tensiones territoriales tras el referéndum, tendría que contar con el máximo apoyo posible. El resultado sería malo de gestionar si, por ejemplo, en Cataluña y en las comunidades castellanas gana el ‘no’, o en unas el ‘no’ y en otras el ‘sí’. Para evitar este riesgo, debería contar con el apoyo de todos los partidos. Si un partido como el PP, o como Podemos, no apoyan el ‘sí’, no habríamos solucionado nada. Un ‘sí’ con un amplio apoyo sería un impulsor del cambio de la Constitución.
Un referéndum de este tipo es posible que no satisfaga a todos. Para unos, porque no se hace la pregunta que quieren, y porque sería en toda España. Para otros, porque no es necesario cambiar la Constitución. Pero lo que estas elecciones han demostrado es que ningún partido cuenta con los apoyos suficientes como para conseguir su programa político de máximos, sino simplemente para moverse un pasito más hacia sus grandes objetivos. Y los últimos años nos muestran que la rigidez en las propias posiciones es la mejor forma de lograr que la sociedad se fracture.