La línea roja dibujada por Podemos –la celebración de un referéndum en Cataluña como condición para permitir un pacto de izquierdas– encierra una paradoja, una contradicción: la vocación mayoritaria y hegemónica del partido morado choca con una propuesta política que no parece concitar un consenso en el conjunto del Estado.
Podemos, leído bajo el prisma de su núcleo dirigente, nació con un objetivo muy claro: ser el partido que represente a una nueva mayoría social, el partido llamado a reconfigurar los ejes de la competición política para ocupar la centralidad de un nuevo tablero político, el partido encargado de liderar la creación de una nueva hegemonía político-cultural que termine con el dominio de la Transición como referente y genere nuevos consensos en torno a sí mismo.
La construcción de este nuevo actor político implicó por parte de sus fundadores adaptar y articular una narrativa superadora de las posiciones de izquierda y derecha, amable con las instituciones que cuentan con la simpatía de la ciudadanía (las Fuerzas Armadas, la Iglesia, la Corona y hasta el mundo del Corazón) y escurridiza frente a debates espinosos (por ejemplo el aborto). Un partido, en definitiva, en busca del votante mediano.
Hasta hace bien poco la posición de Podemos respecto a la cuestión territorial se ajustaba bastante bien a este guión. Por un lado, miraba con buenos ojos el principio democrático que sustentaba la demanda de un referéndum, pero por el otro diluía la posibilidad de ponerlo en marcha dentro el actual marco legal. Dicha postura, teniendo en cuenta el limitado margen de maniobra que permite esta cuestión, aun estaba en sintonía con su estrategia de llegar al mayor número de votantes posible. No obstante, los procesos electorales del 2015 hicieron que su posición respecto al conflicto catalán cambie, empujándolo a una suerte de contradicción entre su aspiración de partido mayoritario y su nueva línea roja ¿Por qué han atado su estrategia a la celebración de un referéndum en Cataluña?
La respuesta más lógica sería pensar que la oferta política de Podemos esté atendiendo a una demanda de cambio reflejada en las preferencias de los ciudadanos. Esto es, que realmente exista una mayoría también fuera de Cataluña que esté de acuerdo con resolver su encaje mediante el referéndum. Pero los datos que conocemos respecto a las preferencias sobre la organización territorial del Estado apuntan en sentido contrario. Lo explicaba muy bien Lluis Orriols en este mismo blog hace unos días. Sumado a esto, en las pocas encuestas que se ha preguntado al conjunto de los españoles sobre el apoyo a la celebración de una consulta en Cataluña no aparece una dato sólido que apunte hacia un consenso en torno al referéndum como solución. Si bien no son un porcentaje insignificante los que apoyan la vía de la consulta, una gran parte de ellos señalan que deberían ser 'todos los españoles' quienes decidan (véase, por ejemplo, la encuesta de Metroscopia).
Si el votante mediano español tiene simpatía por el status quo en torno a la cuestion territorial y no está a favor de un referéndum en Cataluña, debemos aventurar otro tipo de explicaciones para enterder por qué Podemos se ha lanzado a apoyar esta vía. Aquí propongo dos, que a modo de hipótesis podrían etiquetarse como 'supervivencia' o 'liderazgo'.
La primera apuntaría a que Podemos ha acabado defendiendo con tanta contundencia la celebración de un referéndum en Cataluña por una cuestión de supervivencia política. Fundamentalmente arrastrado por la inercia generada por la fuerza política y electoral de Ada Colau. Una breve descripción sobre la evolución de la posición de Podemos respecto a cómo abordar la cuestión catalana ara el potencial recorrido de esta tesis.
Existen tres etapas del discurso de Podemos respecto a Cataluña, y el salto de uno a otro siempre ha estado ligado tanto a su desempeño electoral como a los gestos de la lideresa de Barcelona en Comú.[*]
En un primer momento, en torno a su fundación, Podemos defendía que los ciudadanos de Cataluña pudiesen decidir democráticamente qué querían ser, pero reconocía que esto no era posible dentro del marco legal actual. Por eso empujaba a favor de un posible referéndum “dentro de un proceso constituyente en donde se discuta de todo” (véanse aquí las palabras de Pablo Iglesias). Con esta coletilla los de Iglesias eludían entrar de lleno en el problema catalán envolviéndolo en una misma discusión en torno a las reformas sociales y de regeneración democrática que querían para España. Pero este proceso constituyente en donde se hablase todo, se argumentaba, era imposible sin una reforma constitucional. Es decir, dentro de “un cambio de régimen”. Para entonces, el referéndum como vía para destrabar el problema catalán no aparecía con propio peso en su discurso.
Esta posición comenzó a cambiar cuando Podemos, por falta de fuerza, se vio abocado a presentarse en coalición con otros partidos en las elecciones autonómicas en Cataluña. Las negociaciones de la cúpula de Madrid con Catalunya Sí Que es Pot (CSQP) les obligó a concretar un apoyo explícito al referéndum como instrumento para evitar el choque de trenes entre el independentismo y el inmovilismo del PP. Pero, mucha atención, Podemos seguía entendiendo que la celebración de un referéndum solo sería posible en el marco de un proceso constituyente (entrevista a Pablo Iglesias durante la campaña de las elecciones catalanas). Colau no vió con buenos ojos este distanciamiento y no apoyó de manera activa en la campaña electoral, mientras que los partidos independentistas nos tardaron en señalar a Podemos y a CSQP como el nuevo caballo de Troya del centralismo.
Los resultados de las catalanas, muy por debajo de los esperado, habrían terminado por producir el último movimiento de la formación morada en relación al conflicto catalán. Los de Iglesias, sumergidos en una competición electoral muy ajustada y conscientes de la necesidad de los votos en Cataluña para disputar el tercer puesto con Ciudadanos (quien sí había hecho una importante demostración de fuerza en las autonómicas) o incluso el sorpasso a los socialistas, no habrían tenido más remedio que plegarse al discurso de Colau, fuerte defensora del referéndum previo a cualquier tipo de reforma constitucional.
Así, al formar la coalición En Comú Podem para las elecciones generales (ahora sí con el beneplácito del partido liderado por Colau) Podemos comenzó a apostar ya sin ambigüedad por la celebración de un referéndum en Cataluña. Los resultados le han permitido cumplir en cierta medida con sus expectativas electorales. Sobrevivieron. Pero ahora se encuentran con una propuesta entre las manos que, en contra de sus aspiraciones hegemónicas y mayoritarias, está en disonancia con las preferencias políticas del votante medio español.
La 'hipótesis de liderazgo' para explicar la posible incongruencia entre las aspiraciones de los de Iglesias y su posición en relación al conflicto catalán es menos intuitiva pero acorde a la estrategia de los partidos políticos que, además de buscar llegar al poder, pretenden modificar las preferencias políticas de los votantes. Pues no olvidemos que los partidos que aspiran a conseguir el poder pueden hacerlo presentando una plataforma política con propuestas lo más cercanas posible a las preferencias del votante mediano o intentando convencer a este mismo a que se mueva hacia las preferencias del propio partido (liderazgo).
Así como Tony Blair convenció a los votantes del viejo laborismo a que soltaran amarras de los principios marxistas y de su férrea relación con los sindicatos para abrazar los postulados de la Tercera Vía, o como Ronald Reagan arrastró a líderes y votantes Republicanos hacia preferencias económicas anti-intervencionistas nunca antes defendidas en Estados Unidos, Podemos puede que esté embarcado en una estrategia a mediano-largo plazo de atraer a los votantes hacia su visión plurinacional de España. Una estrategia con el objetivo de persuadir –o seducir según suelen repetir algunos de sus líderes– a los votantes de que lo mejor que podemos hacer en relación a la cuestión territorial es entender que España –así como la formación y la continuidad de los Estados en el siglo XXI– ya no puede concebirse exclusivamente mediante ataduras forzadas y forjadas al rededor de criterios históricos, culturales y bélicos. Sino, también, con el principio democrático por delante.
[*] Quiero dejar constancia de mi agradecimiento hacia Arturo Puente por el trabajo de documentación y de discusión en torno a este tema.Arturo Puente