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La prensa, el diésel y las mentiras de Volkswagen

Volkswagen invertirá 85.600 millones de euros en los próximos cinco años

Gumersindo Lafuente

El diésel mata, titulaba la semana pasada, justo antes de que estallase el escándalo. Y recordaba cómo durante décadas el lobby de los fabricantes de cigarrillos utilizó todo tipo de artimañas para engañar a sus clientes y así incrementar año a año sus beneficios. Invirtieron millones de dólares en trucar informes supuestamente científicos y regaron de dinero a los medios a través de generosas campañas de publicidad que relacionaban el tabaco con la libertad, el triunfo y, en los casos más descarados, hasta con estilos de vida sana.

Ahora, destapadas las mentiras de Volkswagen, nos enfrentamos con toda la crudeza a la realidad: el diésel mata. Pero la industria que amasa millones vendiendo los coches equipados con estos motores ha hecho todo lo posible durante años por hacernos ver que lo sucio era limpio, que lo tóxico era saludable. Y, además, mucho más económico que la gasolina.

Y no ahorraron en gastos. Las campañas de propaganda fueron identificando a los coches diésel con lo verde, lo natural, lo ecológico, cuando en realidad ahora sabemos que produce unas emisiones que son, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), causantes directas de cáncer de pulmón y posiblemente de vejiga.

Y fueron muy eficientes, muy convincentes. Es llamativo que la trampa se haya descubierto en EE UU, donde, debido al bajo precio de la gasolina, casi no se venden coches diésel, tan solo suponen el 2% del total. En Europa llegan al 53% y en España, uno de los líderes en el mundo en este asunto, estamos nada menos que en el 63,4%, teniendo en cuenta solo los coches particulares.

Descubierto un mentiroso, es razonable dudar de los demás. Curiosamente, hace bien poco, Competencia sancionó con 171 millones de euros a las principales marcas de coches instaladas en España por intercambiar información que pervertía la libre competencia. ¿Y saben quien se libro por chivarse? Aciertan, el grupo SEAT/ Volkswagen. Así que si pactaron en los precios y las ofertas, por qué no sospechar de lo demás.

Y en todo este embrollo cabe preguntarse, como lo hicimos cuando empezaron a surgir los escándalos de corrupción, qué papel jugamos los periodistas. En el oficio es conocido el excelente trato que reciben los especialistas en el mundo del motor por parte de las marcas. Y si tienen derecho a voto en los diferentes certámenes de coche del año en España, Europa, etc, más. Eso no quiere decir que estén vendidos a las marcas, pero si sumamos la importancia del sector en la financiación de los medios (en la lista de los 20 mayores anunciantes de 2014 están tres grandes grupos del motor) el resultado es que estas compañías y sus productos reciben siempre más caricias que pescozones. 

Por eso no me extraña que, a pesar de la enorme cantidad de revistas especializadas, de la gran atención que prestan al sector los diarios y de las numerosas pruebas a las que someten a los coches los periodistas especializados (incluidas mediciones de gases contaminantes) haya sido una universidad de Virginia la que casi por casualidad ha descubierto a los tramposos.

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