Cuando Quevedo, presuntamente, te llama puta
La otra tarde, en plaza de toros 'La Malagueta', una mujer saltó al ruedo y se abrazó a un novillo moribundo. Cuenta que aún pudo sentir los estertores de su aterrada respiración. Le había oído bramar de dolor por la tortura que le aplicaron -y que estaba siendo aplaudida por un público que de respetable no tiene ni el nombre- y se lanzó a ofrecerle unos últimos segundos de solidaridad y compasión: irse de esta vida con algo que no fuera solo maldad. Su nombre es Virginia Ruiz y su gesto ha dado la vuelta a un mundo cada día más horrorizado con la sádica violencia que se celebra en España como fiesta nacional.
Hace unos días escribí aquí sobre violencia machista y violencia torera, que relacioné como dos patas de un mismo monstruo estructural. Como había que entender la reflexión, y eso es demasiado pedir a quien ve arte en la tortura, muchos taurinos se llevaron las manos a la cabeza, aprovechando las dificultades en la compresión lectora para hacer pasar por indignación su ya definitiva desesperación: los estertores de muerte de sus víctimas son ahora también los de su excrecente negocio. Mi artículo se tituló El macho sanguinario y varios de esos taurinos, falazmente ofendidos por ver su mundo acusado de machismo, se apresuraron en las redes sociales a ilustrar su desmentido deseándome un buen macho que me diera mi merecido. Son dos formas distintas de apoyar una misma teoría.
A Virginia Ruiz, cuya valentía han destacado numerosos medios, sobre todo internacionales, también le ha contestado el machismo taurino desde un medio cuya existencia es probable que desconozca la mayoría, aunque entre sus apologetas de la tortura se encuentran personas destacadas en el lobby taurino: ‘Mundotoro.com: el portal de toros y toreros’. Quien escribe el, llamémosle, artículo ni siquiera tiene lo que hay que tener para dar la cara con su firma (yo diría un mínimo de valentía; supongo que el autor -me cuesta creer que una mujer, por taurina que fuera, se refiriese así a otra mujer- diría cojones) y esconde su pobreza estilística y moral tras las siglas CRV. Por su parte, el medio que le da esas míseras alas cierra la posibilidad de comentarios. Son todos tan valientes (tienen tantos cojones) como aquellos a quieres defienden: los que se ensañan con un animal hasta dejarlo destrozado y tirado entre sangre, vómito y orines. Esa valentía de matador.
Lo traigo a colación como botón de muestra del mundo “de toros y toreros”, ya que procede de uno de sus principales medios, y porque el ataque a la activista de 'La Malagueta' está infestado de alusiones sexuales e, incapaz de articular una respuesta crítica a su acción, se centra en su condición de mujer. Es decir, puta. No lo dice el autor, claro, se escuda en Quevedo (acaso el Google del autor no ha llegado a la posibilidad de que se atribuya a Tomás de Iriarte). Y no es que Quevedo o Iriarte estuvieran hablando de Virginia Ruiz, claro: de ella está hablando el autor. El valiente CRV la llama “rubia promiscua del reclamo”. A su gesto compasivo lo define como “abrazo copulativo post mortem de la rubia al indefenso novillo (…) abrazo erótico zoofílico”, para concluir que “llama a gritos a una hostia”. Ahí lo tienen, explicando mucho mejor que yo lo que es el macho sanguinario.
Parece probable que CRV no sea más que un pobre hombre sin nombre (para empezar, se deduce que solo conoce de Quevedo lo que se refiere a putas, y no su epístola Contra las costumbres de los castellanos, dirigida al Conde-Duque de Olivares, donde critica el daño que se inflige a los toros y cómo embrutece a la población). Pero, despreciando así a una mujer y gozando del sufrimiento de un animal, CRV se vuelve quintaesencia de la España más negra. Y mientras él la escupía por esa prosita, murieron más mujeres a manos de machos sanguinarios, murieron más hombres en esos festejos populares en los que machitos y machotes van a divertirse con el terror de un rumiante. Y murieron muchos animales, como el novillo al que abrazó Virginia Ruiz. Con el sonido de fondo de los aplausos de esa España moribunda.
Por supuesto, en esa España negra que representa la tauromaquia, al machismo y a la brutalidad con los animales se añade el clasismo. Nuevamente falto de argumentos no vergonzantes, el tal CRV critica que Virginia Ruiz llevara un caro “peluco” (lo que en un castellano menos rastrero se conoce como reloj). Es un detalle que no he oído que los taurinos hayan afeado a Juan Carlos y Elena de Borbón, por ejemplo, que es más que probable que luzcan “pelucos” así para presenciar la tortura. CRV llama “pija” a Virginia Ruiz porque la España negra no digiere que una antitaurina lleve un reloj caro y vista una indumentaria que solo se consiente a los señoritos en los palcos de sombra y a los políticos corruptos que achicharran al sol la barriga y la entrada regalada.
Esa España negra es la que fomenta el PP con sus recortes a los programas de protección a las mujeres, su defensa de una educación sexista, su clasismo y su apoyo a la tauromaquia, que siempre es violencia contra los animales y consiente que se llame putas a las mujeres. Esa España negra es del PP. Y con esa España negra de la tauromaquia se esforzó también, después de la Transición, en reconciliarse el PSOE, que fue su principal impulsor entonces y traicionó así la ética antitaurina de Pablo Iglesias, fundador del partido: a través de la llamada fiesta nacional, los socialistas quisieron demostrar que podían gobernar respetando ese símbolo del españolismo. Obviaron que ese símbolo venía chorreando sangre. Obviaron que solo era símbolo de violencia, de señoritismo, de machismo. De miseria moral. Y siguen sin evolucionar al respecto. Una tarea que añadir a las muchas que tiene pendiente este PSOE.
Como tantas otras personas, una inmensa mayoría, Virginia Ruiz representa a una sociedad nueva, que no tolera lo intolerable. Una sociedad evolucionada que se está rebelando pacíficamente contra las violencias y articulando políticamente una nueva estructura de convivencia y de gestión que combata esas violencias. Saltando sola a la arena de la violencia macha, soportando las patadas, empujones e insultos de los torturadores y de sus secuaces, Virginia Ruiz pasó también a representar a unas mujeres que ya no se acobardan ante los machos sanguinarios. Los que nos darían de hostias. Los que nos llaman putas. Aunque para ello, cobardes, tengan que recurrir a Quevedo, a Iriarte o a unas tristes siglas que escondan su despreciable rostro: el de la España negra.