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Los refugiados como fuente de riqueza (ética y económica)

Gumersindo Lafuente

En plena tormenta de escándalos compitiendo por los primeros titulares de los noticieros. Aturdidos por el desfile de los “afectados” por los papeles de Panamá, con el ministro Soria a la cabeza. Poco sorprendidos por el regreso de Mario Conde a la cárcel, que puja en las portadas con el alcalde pepero de Granada y con su expresidente Aznar (y el de todos, qué puñeta) cazado por Montoro (qué personaje). Y aún con un gobierno en funciones que sigue resistiéndose a ser controlado por el Parlamento, corremos el peligro de olvidarnos de la tragedia que se vive a las puertas de la Unión Europea.

Los refugiados, que huyen de guerras, de violencia, del hambre, de la ausencia de futuro, se están encontrando con el muro más contundente que existe: la miseria moral de una Europa que ha decidido tirar el derecho internacional a la basura y, tras el acuerdo con Turquía, ha empezado a devolver de manera miserable y automática a todos lo inmigrantes, merezcan o no la protección internacional.

Hasta Cristine Lagarde desde el Fondo Monetario Internacional (ese lugar poco dado a las sutilezas éticas) ha advertido a Europa que los refugiados pueden ser a medio plazo una fuente de riqueza que dada la atonía de la economía del viejo continente no deberíamos despreciar.

Sin embargo, embarullados en la política del denominador común más insensible, olvidando los valores básicos de la UE y con la complicidad cobarde del gobierno de Rajoy, Europa ha realquilado espacio en Turquía para quitarse de en medio un problema que debería ser una obligación. Un compromiso moral, ético y legal. No se nos olvide esto último. Así lo certifica la Convención internacional de 1951 sobre refugiados.

Y tampoco podemos dejar de lado que el socio en este desaguisado, el receptor de miles de millones de euros, es un país que está aprovechando la situación para masacrar a los Kurdos y silenciar a la oposición.

Pero hay más. El británico Kevin Watkins, Director del Overseas Development Institute, y especialista en el tema, pone el acento en la supuesta lucha contra los traficantes de personas, que es otra de las coartadas de los responsables europeos para saltarse la ley, y muy especialmente del gobierno de David Cameron. “El resultado es improbable -asegura Watkins-. El modelo de negocio de los traficantes se basa en la intermediación para explotar un desequilibrio entre la oferta y la demanda. El número de personas en busca de asilo y de otros migrantes que buscan entrar en Europa excede con mucho el número de personas que se permite entrar: la OTAN no tiene poder para suspender las leyes de la economía.”

Watkins concluye que cuanto más altas sean las vallas más beneficios obtendrán los traficantes y compara la situación con la que se vive en América con la droga desde que Nixon en 1971 inicio su particular guerra contra el tráfico provocando el crecimiento de los mercados ilícitos, minando a estados enteros y provocando la pujanza de los carteles, primero colombianos y ahora mexicanos.

Por último, pero no menos vergonzosa, es la coartada del terrorismo. Los refugiados no son terroristas. Ninguno de los autores de los últimos atentados lo era. Los refugiados huyen precisamente del terror y recibirles en nuestras comunidades tendría justo el efecto contrario, nos haría más fuertes contra la intolerancia y la violencia. Pero ya vimos, con Jorge Fernandez Díaz a la cabeza, nuestro inefable ministro del interior, como enseguida empezó a extenderse esa falacia.

Y mientras yo escribo y ustedes leen, la realidad es que con nocturnidad y alevosía se ha empezado a devolver a personas, como si fueran ganado, cuando no a reprimirlas con gases lacrimógenos. Por eso es tan relevante esta pregunta: ¿Qué le vamos a decir a nuestros hijos, a nuestros nietos, cuando nos pidan explicaciones dentro de unos años de lo que ahora sucede ante nuestras narices y nuestra pasividad? Se la hacía Ana R. Cañil hace unos días aquí mismo y nos conduce a recordar otros momentos tremendos de la humanidad en los que sucedieron tragedias similares.

No podemos hoy cerrar los ojos ni darle la espalda a este problema. Como dice Lagarde, que de eso debe saber, es posible que a corto plazo tenga costes fiscales para los países europeos, pero a medio plazo los beneficios compensarían sobradamente esa ligera inversión. Así que no hay disculpa, ni siquiera económica, para seguir viviendo esta vergüenza.

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