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Salgamos despacio que hay prisa

Madrid anima a compartir fotos para una crónica colectiva del confinamiento

Elisa Beni

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“El hombre sólo se entiende a sí mismo cuando se ve a sí mismo en cada uno de sus semejantes”

Lev Tolstoi

Será porque han comenzado a abrirse las primeras flores, será porque la esperanza es una característica de los valientes y de los audaces, lo cierto es que en los últimos días han comenzado a brotar las informaciones sobre la forma de volver a salir al mundo, las pautas para desconfinarnos, las miradas puestas en un fin próximo.

Lo estamos haciendo bien, los datos lo reafirman, y por eso no debemos darnos demasiada prisa. En esta pandemia está claro que las prisas no son buenas consejeras a la hora de volver a la vida normal. Tenemos el caso de Singapur, que fue puesto como ejemplo, y que tras un nuevo brote del virus ha tenido que volver a encerrarse tras haber salido. No se me ocurre nada peor, más desmoralizador, más paralizante, que iniciar una vuelta a la normalidad y tener que abortarla porque las cifras de contagio se disparan. No podemos cometer ese error aunque a todos nos consta que hay quienes presionan y van a seguir haciéndolo bien por intereses económicos bien por intereses políticos que les llevan a considerar que un gran fallo, éste sí, del Gobierno de la nación les vendría de perillas para sus intereses.

Fue Aristóteles en su archiconocida Ética a Nicómaco el que dejó dicho que “hay cosas que están por encima de las fuerzas humanas y estas, entonces, son temibles para todo hombre en su sano juicio”. No le costaría mucho al estagirita darse cuenta de hasta qué punto hay quien se encuentra en nuestro país en ese punto de insania que le impide darse cuenta de donde hallar la virtud política. Hoy mismo vamos a ver una muestra de ello, forzada exclusivamente por intereses partidistas. No hace falta que acudan en masa los diputados para controlar al Gobierno “y aquel que se excede en audacia respecto a las cosas temibles es temerario” o bien “es un jactancioso con apariencias de valor”. Hoy veremos en el Congreso a ejemplares de ambos, de temerarios y de jactanciosos, que lejos de ayudar van a ser los primeros en acuciar para ver si se comete un error.

Este es el error que el Gobierno no puede permitirse. Las respuestas de los distintos países han contenido algunos fallos muy similares y casi todos procedentes de haber minusvalorado la virulencia con la que la pandemia nos llegaría a afectar. Quizá las llamadas al lobo reiteradas de la OMS durante los dos brotes víricos anteriores –SARS y MERS– propiciaron que líderes del mundo no oyeran claro las llamadas. La cuestión es que ahora ya no podemos permitirnos ese lujo. Ahora ya hay evidencias claras de los peligros que se corren si se deshabilitan demasiado pronto las medidas adoptadas sin contar con una vacuna. “Se necesita muy poco para estropear el trabajo realizado hasta ahora. Basta con que nos equivoquemos en los tiempos”, ha resumido Roberto Speranza, el ministro de Sanidad italiano. No podemos darnos el lujo de equivocarnos con los plazos. Estamos entregando nuestro tiempo y nuestra libertad en aras del bien común y ese es un caudal que no se puede despilfarrar y mucho menos por los intereses espurios de algunos. Ni ese ni el de los derechos y libertades que tantas vidas pasadas costaron. Tampoco esa es una opción.

No se trata del único capital intangible que corre riesgo. Del otro, del vil metal, ya se ocupan día tras días sesudos personajes y prestigiosos economistas, columnistas, editorialistas y tiralevitas. Son los capitales inmateriales los que precisan de más mimo aunque en muchos casos vayan relacionados. Eso es lo que sucede con la respuesta aplazada de la Unión Europea a la sangría de vidas que se cobra el virus en tres de los países con mayor población –exceptuando a Alemania– y que tiene que ver con el capital inmaterial de unión y solidaridad que muchos pensábamos que formaba parte de la esencia de la UE a la que suponíamos haber trascendido ya el estadio de club de mercaderes.

Lo digo por esa nueva liga hanseática que ahora pretende dar la espalda al sufrimiento de los que se consideran sus socios, como si en la injusticia y la solidaridad hubiera algún término medio y como si no entendieran que la liberalidad es virtuosa y que ellos se están colocando del lado vicioso de la tacañería y la mezquindad. Abundando en ello los Países Bajos, esos que viven en gran medida del dumping fiscal por el que consiguen que más de 3.000 billones de euros de inversión extranjera fantasma acaben tributando en su país y que son conscientes de que muchas de las empresas de nuestro Ibex 35 utilizan esa fórmula para ahorrarse impuestos y no contribuir al esfuerzo de lo público en su propio país. Ya se lo ha dicho el Der Spiegel a la propia Merkel: “en una situación así dárselas de guardián presupuestario es mezquino y sórdido”.

Vayamos despacio que nos espera fuera toda una vida.

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