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¿A qué temen Irán y Arabia Saudí?

El presidente de Irán ojea un libro que muestra en su portada al ayatolá Jomeini en la Feria Internacional del Libro de Teherán.

Patricia Almarcegui

Lo escuché por primera vez hace casi dos décadas. En el futuro solo habría dos potencias, China e India. Como tales, serían interlocutoras entre sí, el resto no tendría importancia, a excepción de Oriente Medio. ¿Qué ocurriría con él?

Las revueltas árabes han funcionado como verdaderas espitas. Por un lado, hicieron caer a los presidentes dictatoriales y llevar a débiles procesos de transición a algunos países y, por otro, han hecho que las luchas sectarias tomen fuerza y evidencien diferencias cada vez mayores entre secularistas e islamistas, conservadores y liberales, y suníes y chiíes. Los conflictos regionales han encontrado unos espacios para desarrollarse. Así, mientras se asiste al caos de algunos países y a la violencia intercomunitaria, asistimos a un realineamiento de la región.

En este nuevo contexto, los dos poderes regionales más importantes son Irán y Arabia Saudí. Ambos compiten por la influencia regional en el Golfo Pérsico en concreto y Oriente Medio en general. Su rivalidad, sin embargo, es reciente. Durante la época del sah, no se veían como aliados, pero tampoco como enemigos. A partir de la Revolución iraní, los dos intentaron situarse a la cabeza del mundo musulmán. En la década de 2000, durante las presidencias de Rafsanyani y Jatamí, hubo un acercamiento. La razón principal de su rivalidad, tiene origen en la invasión estadounidense de Irak en 2003. Desde entonces, combaten en una suerte de guerra fría, donde Irak es el principal campo de batalla de una competición cuyo objeto es el liderazgo regional. En definitiva, las actuales divisiones sectarias entre Arabia Saudí e Irán tienen que ver más con un enfrentamiento geopolítico que busca el predominio en Oriente Medio, que con la religión.

En los últimos meses, los dos poderes están utilizando los cambios internos de los Estados Árabes, Yemen y Siria sobre todo, para potenciar su influencia en la región. A ello se suma, las intenciones de EEUU, que parecerían haberse modificado y buscar de facto una alternancia de socios en los conflictos de Oriente. En este nuevo mapa, ¿de qué tienen miedo Arabia Saudí e Irán?

En primer lugar, Arabia Saudí teme que los iraníes hayan ido ganando influencia en territorios de control de minorías suníes, sobre todo en Irak tras el derrocamiento de Sadam Hussein. Asimismo, que Irán esté apoyando en Yemen a los rebeldes huzíes (zaydíes de la rama del islam chií) para tener más poder en la región. De allí que, haya organizado operaciones militares para frenar el avance de estos. Lo que significa implicarse en un conflicto local y generar una dinámica muy delicada, pues ahonda en las diferencias entre el norte zaydí y el sur suní, que podría desembocar en la misma violencia entre comunidades de Siria. Pero su miedo más grande es la relación que puedan establecer Irán y Occidente en función del trascurso de las negociaciones nucleares. De allí que deba situarse por delante de Irán cuanto antes y prepararse para que este se integre en el juego regional de Occidente.

Mientras, el apoyo de Irán a la Siria de Bashar al-Asad sitúa al país en una situación muy difícil. Por vez primera, defiende sus intereses como un Estado sectario, lo que daña su imagen en el contexto islámico. Si Al-Asad no vence, Irán perdería a su compañero más preciado. Esto ha hecho que Rohaní busque un acuerdo sobre la cuestión nuclear con objeto de formar parte de nuevo de la comunidad internacional y ser el principal protagonista de Oriente. Aunque como no hace mucho recordaba el Ministro de Asuntos Exteriores iraní, el objetivo final sería eliminar las sanciones, en lo que parece un cambio más pragmático que otra cosa. Mientras los países árabes están viviendo las consecuencias de unos logros revolucionarios de los que se sienten satisfechos, Irán está perdiendo su imagen de régimen antiisraelí y antiamericano en Oriente.

Al mismo tiempo, EEUU parece inclinarse hacia Irán. Su intención no es modificar el régimen, como lo fue antes, sino solucionar la cuestión nuclear. A su favor se encuentra, el que Irán participa por tierra y aire contra Estado Islámico, el principal objetivo de EEUU. Las únicas capaces de derrocarlo en Irak son las milicias chiíes apoyadas por Irán. Del mismo modo que sucede en Siria, que luchan al lado de Al-Asad. Sin embargo, la irrupción de Estado Islámico obliga a EEUU a cuestionarse sobre las consecuencias que tendría el derrocamiento de Al-Asad.

Por lo que respecta a Arabia Saudí, el apoyo de EEUU ha existido desde siempre. Tras los últimos acontecimientos sucesorios de la monarquía (probablemente una de las grandes debilidades del país que debe someterse a las luchas internas que origina la sucesión), ha sido elegido Salmán bin Abdulaziz. El monarca ha afirmado que continuará con el enfrentamiento con Irán. EEUU no ha manifestado nada al respecto por lo que demuestra su consentimiento tácito.

En este contexto, el conflicto sectario está desplazando a la ocupación palestina como uno de los puntos claves de la política árabe. La lucha contra Israel parece adquirir menor importancia, debido a las propias crisis internas de los países de Oriente. A pesar de las irrupciones de las intervenciones extranjeras, las milicias no estatales y los regímenes dictatoriales en el poder, las sociedades árabes asisten a las consecuencias de interacciones políticas y sociales. Una de las cuales aventura ser definitiva y condicionará el mapa futuro, el refuerzo de las identidades.

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