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El temor a la ultraderecha no vale como excusa para la inacción

El presidente de Vox, Santiago Abascal (4d), participa en un acto público en el Palacio de Ferias y Congresos de Málaga (Andalucía, España), a 22 de octubre de 2019.

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Haciendo uso de la expresión anglosajona, podemos decir que hay un elefante en la habitación de tamaño gigantesco: la dificultad de parte de la derecha española para asumir de buen grado que a veces en este país no gobiernan ellos, y su mayor incapacidad aún para respetar que haya en el Gobierno una formación a la izquierda del PSOE.

¿Cuál sería el camino para que no hubiera otro gobierno formado por PSOE y Unidas Podemos?, se preguntan en esas filas. ¿Qué actores políticos obstaculizan la posibilidad de un gobierno de derechas? ¿De qué modo se podrían bloquear los Presupuestos de un Ejecutivo integrado, entre otros, por “bolivarianos comunistas”?

Si las tres derechas no se unifican, las respuestas llevan siempre a un mismo punto: a la derecha no le dan los números a nivel estatal. Todas las combinaciones posibles la conducen irremediablemente a una única salida: la continuación del juego sucio, eliminar a alguno de los sumandos actuales.

Entre los aliados posibles para el Gobierno no pueden estar quienes forman un pacto con la ultraderecha, pero sí caben algunas formaciones con las que puede compartir enfoque en temas de gasto y distribución económica, por ejemplo. Algunas de ellas son las que Vox quiere ilegalizar. 

“Vox lleva este martes al Congreso su propuesta para ilegalizar a ERC, BNG, Junts, Bildu, CUP y cualquier partido independentista”, rezan los titulares. No le dan los números, pero ahí queda la idea. 

También disponen de otra opción, que llevan tiempo practicando: Elaborar una campaña para estigmatizar a Unidas Podemos hasta que sea vista como una formación susceptible de ser anulada.

Jugando en esa línea, el líder del PP, Pablo Casado, no tiene problema en pactar con quienes defienden el franquismo mientras presenta la existencia de Podemos como un obstáculo infranqueable para la renovación del Poder Judicial. Con la inestimable ayuda de varios medios de comunicación que repetirán como mantras mensajes de ese tipo, confían en allanar camino para que en el imaginario colectivo las fuerzas que impiden un Gobierno de derecha y ultraderecha queden fuera de juego. Ese es el elefante en la habitación. 

Más allá, el escenario, el contexto: una crisis económica global derivada de una pandemia. Una Europa con preocupantes avances de la ultraderecha, un Trump con ganas de volver a ganar en Estados Unidos, un Bolsonaro en el país más grande de Latinoamérica, y demasiados medios de comunicación siguiendo ese juego.

Solo la defensa de los derechos sociales y humanos puede construir el cordón sanitario necesario para que las líneas no se difuminen. Por eso no vale aferrarse al temor al mensaje ultraderechista para justificarse y no hacer nada. Ante la crisis, el único proyecto alternativo pasa por políticas expansivas, de inversión, que apuesten por los servicios públicos, por los derechos sociales.

Y si se produce una crisis de características gigantescas como el incendio del campo de refugiados de Moria, se debe reaccionar marcando la diferencia con los defensores de la barbarie, asumiendo que un Estado digno es aquél dispuesto a hacer un hueco a las personas refugiadas que ahora duermen a la intemperie. Lo han entendido bien los países y ciudades que han ofrecido ayuda y acogida, demostrando que no hay que tener miedo a los derechos humanos. ¿Qué oposición contundente es, si no, la que se va a marcar ante la ultraderecha?

En cuanto al periodismo, dejemos de llamar normas a los vicios. Hannah Arendt alertó hace ya muchos años del enorme peligro de la banalización del mal y sin embargo numerosos medios hacen de ella su práctica diaria. El cinismo de la equidistancia coloca al mismo nivel al franquista y a sus víctimas, al enemigo de los derechos y a quienes sufren por no tenerlos.

No es preciso publicar qué dicen ambos lados cuando uno de ellos es el fascismo, escribía recientemente el profesor y analista Eric Alterman en un artículo del semanal norteamericano The Nation. Casi cuatro años de gobierno con Trump han abierto un necesario debate en el periodismo estadounidense y cada vez son más los que empiezan a entender que “la nueva era del periodismo justo” no consiste en dar la misma credibilidad al demócrata y al ultraderechista. 

La responsabilidad social es clara. Desde platós, redacciones y tribunas se configuran atmósferas, tendencias, valores, enseñanzas. Si a alguien le cuesta aún entenderlo puede echar mano de la Historia, que deja escalofriantes ejemplos. 

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