La universidad española no funciona así
En todas las universidades europeas se producen errores administrativos, mecánicos y humanos, en las universidades españolas también. En todas las universidades europeas existen procedimientos reglados para corregir tales, en las universidades españolas también. Procedimientos reglados para proteger los intereses de los alumnos, que requieren el control de un tercer órgano y que obligan al profesor a justificar expresamente su cambio de criterio. Si en una universidad española se produce un error en un expediente académico, la corrección debe hacerse mediante una diligencia formal, donde debe constar de manera expresa la causa de la corrección y quién se hace responsable.
En la universidad española las actas cerradas y depositadas ya bajo custodia de la secretaría no se corrigen de palabra, tampoco por teléfono. Igualmente la corrección debe hacerla el funcionario habilitado por la secretaría a tal efecto, no cualquier funcionario. Si las dos notas cambiadas a Cristina Cifuentes son fruto de una corrección de errores, la universidad debe tener las correspondientes diligencias explicando y habilitando tal corrección; basta con que las acredite para zanjar el asunto sin rozar siquiera la famosa ley de protección de datos.
En la universidad española el acta de los exámenes de cada asignatura, como es el caso de “financiación de las comunidades autónomas”, se formaliza en un documento colectivo, donde se graban en un único documento las notas de todos los alumnos presentados y matriculados y, a veces, se producen efectivamente errores; especialmente en asignaturas con cientos de alumnos. Sin embargo, el acta del trabajo de fin de máster es un acta individual, un documento específico para cada alumno que han de firmar todos los profesores que evalúan el trabajo; no hay otros alumnos con quien confundirse y el documento, con un único alumno y una única nota, pasa por el control de al menos tres profesores y un funcionario, la posibilidad de error resulta prácticamente nula, por no decir imposible.
En ningún máster de ninguna universidad europea los trabajos de fin de máster resultan voluntarios, ni se presentan o defienden de manera informal, en la universidad española tampoco. Han de presentarse en la secretaria del departamento responsable del título, con entrada de registro y con un número mínimo de copias. La Universidad Rey Juan Carlos solo tiene que presentar el libro de registro del departamento responsable del máster, que además es público, y allí constará día, hora y número de copias depositadas por la alumna Cristina Cifuentes. Así de sencillo, de nuevo ni se roza siquiera la Ley de protección de datos, invocada en este caso como si las notas de unos exámenes fueran un secreto de Estado que hubiera que proteger. De hecho, en la mayoría de las universidades el trabajo de fin de máster se defiende en un acto abierto al público. Invocar la ley de protección de datos resulta tan extemporáneo como clamar por las tablas de Moisés.
Una vez que la propia presidenta se haya aclarado consigo misma y sepamos si aprobó e hizo su TFM en 2014 y a la segunda, como dijo ella, o en 2012 y a la primera, como dice ahora la universidad, nadie como la misma Cristina Cifuentes tiene en su mano poner a disposición del público ese trabajo sobre el reparto autonómico de las competencias de seguridad, que le valió nada menos que un 7.5; aunque solo sea en aras de la transparencia que todos defendemos.
Este miércoles seguramente fue un gran día para Esperanza Aguirre, que debió disfrutar como nadie viendo a su némesis cocerse en la salsa de los papeles raros y maniobras extrañas. También debió ser un buen día para Mariano Rajoy, harto de que todos le den lecciones de ética y viendo cómo otra aspirante se eliminaba sola, a lo Núñez Feijóo y sus fotos con narcos. Pero definitivamente fue un mal día para la universidad española, que ni funciona así, ni tiene por qué soportar que se crea que funcionar así es lo normal. Si está todo tan claro y todo se puede explicar, tiene que haber papeles de sobra para acreditarlo; así es en todas las universidades europeas y especialmente en la universidad española que conozco y donde trabajo.