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Una vacuna contra la estupidez

La portavoz parlamentaria del PP, Cuca Gamarra, el presidente del PP, Pablo Casado y vicesecretaria de Política Social del PP, Ana Pastor

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El principio de Hanlon ya nos advirtió de que no siempre podemos atribuir a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez. La estulticia acompaña al ser humano en más ocasiones de las que podemos imaginar y a veces campa a sus anchas por el universo político. Ninguno estamos libres de la necedad, cierto. Lo grave es insistir en ella, que se propague, que haya partidarios que la secunden y que, además, no exista remedio contra ello.

Hay que ser muy aficionado a la sandez y a sembrar la discordia para convertir el primer día de vacunación contra la COVID-19 en pasto de la polarización y la discordia. Vociferar por una pegatina o sembrar dudas sobre el reparto es la penúltima desfachatez de una derecha que antepone su estrategia de desgaste contra el Gobierno a que los españoles empecemos a ver un poco de luz al final de este largo túnel.

Al “moderado” Pablo Casado le ha parecido una “gran noticia” que mayores y sanitarios hayan empezado a recibir las primeras dosis de la vacuna, pero -siempre hay un pero- a su versión más excesiva que es la que asoma más le resulta un acto de propaganda, fanfarria y autobombo el sistema de distribución de las dosis y que en el embalaje estuviesen estampados el escudo institucional del Gobierno junto a las banderas de España y Europa. Ya saben que las enseñas solo le pertenecen a la derecha y solo sus partidarios pueden exhibirla con orgullo, ya sea en la correa del reloj, en los tirantes o, ahora, en las mascarillas. Si es el Gobierno quien la luce, lo más probable es que haya un motivo espurio y que se trate de un acto impúdico o bravucón con el que purgar pecados inconfesables. 

El caso es que ha llegado Casado para criticar de Sánchez lo que calló -cuando no aplaudió- de Díaz Ayuso. Y no será porque no le dé disgustos y en Génova no estén de las extravagancias de la presidenta madrileña hasta el pico del charrán -antes gaviota-. Pues aun así no se recuerda una sola crítica del líder de los populares por el envoltorio con el que la presidenta de los madrileños decoró las mascarillas que repartió gratis en las farmacias y tampoco que cuestionara el publirreportaje que se hizo en Barajas a pie de avión mientras recibía un cargamento de material sanitario. Mucho menos que le afeara que llegara dos horas tarde a la Conferencia de Presidentes por semejante acto de autopromoción y charanga. 

La propia Ayuso, que ha convertido su presidencia en un reality permanente, ha deslizado también que Sánchez podría no estar asignando las vacunas de forma equitativa a las Comunidades Autónomas. Esto, segundos después de acusar al presidente del Gobierno de ser el responsable de que la nueva cepa del virus se haya colado en nuestro país y circule libremente. La consigna debió ser clara porque corrió como la pólvora por las redes sociales y hasta la ¿moderada? Ana Pastor, habló de “propaganda” gubernamental mientras España entera se emocionaba con la imagen y las palabras de Araceli Rosario Hidalgo, la mujer de  96 años cuyo nombre se ha colado estos días en los informativos por ser la primera española en recibir la vacuna contra el COVID-19. 

No les sonroja que, al margen de las dudas que aún quedan por resolver sobre la duración de la inmunidad y los posibles efectos adversos a largo plazo, la llegada de las vacunas se haya celebrado en España, igual que en toda Europa, como el mejor regalo navideño, después de un año aciago, de muerte y desesperanza. Lo han hecho todos los gobiernos y todos los ciudadanos, más allá de su ideología. De ahí que resulte más incomprensible aún el ejercicio de ruindad practicado por algunos dirigentes del PP en un momento de celebración que han compartido también sus propios votantes, que como los de cualquier otro partido, también querrán ser vacunados.

La estrategia, aunque conocida, no deja de ser procaz e insultante para todos aquellos que, con Sánchez o sin Sánchez en La Moncloa, lo único que quieren es que el virus, como el drama sanitario, social y económico, acabe cuanto antes. Pero ya saben que la estupidez no descansa y que siempre hay un bobo de guardia. En Navidad, también.

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