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Las ventanas rotas y la corrupción

Ignacio Vasallo

Bill Bratton es el policía más famoso de América. Después de dirigir el departamento en Boston ejerció de Comisionado en Nueva York entre los años 1994 y 1996 (si bien es cierto que regresó en 2014), hasta su dimisión en septiembre, tras unos años en el mismo puesto en Los Ángeles.

Bratton consiguió una fuerte reducción de la criminalidad en sus destinos gracias, según él mismo, a la aplicación de la teoría criminalista de las ventanas rotas que señala que el desorden urbano y el vandalismo, aunque sea de entidad menor -una ventana rota en un edificio abandonado- traen como consecuencia un incremento del crimen y de las actuaciones antisociales de todo tipo. Y que solo puede ser combatida con una tolerancia cero con las conductas antisociales que traerá consigo una mejora en la calidad de vida y una menor aceptación del crimen por parte de la sociedad.

Por supuesto, la práctica de la tolerancia cero es controvertida y ciertos sectores sociales de las grandes ciudades la asocian a una cierta brutalidad por parte de las fuerzas del orden.

Con la corrupción pasa algo similar; la sociedad española ha aceptado históricamente y sigue aceptando muchas ventanas rotas, pequeñas transgresiones de las normas que, al no ser reprimidas, abren el camino a comportamientos realmente delictivos.

La corrupción no es más que la apropiación individual de los bienes comunes; en su forma más burda el cobro por una persona, para su lucro o la de su organización, de dinero que encarece la correspondiente obra y que tendría que haber beneficiado al conjunto y no al individuo. Algo tipo Gurtel, por ejemplo. Cuando se descubre, hay una cierta indignación en la sociedad, no demasiada, e incluso algunos sobornados, nunca los sobornadores, terminan pasando cierto tiempo en la cárcel, pero, eso sí, sin devolver el cuerpo del delito.

Las ventanas rotas de la corrupción no necesitan sobornadores: son las pequeñas apropiaciones de lo común por parte de individuos que consideran su actuación más o menos normal. El automovilista que aparca en la acera de todos impidiendo el paso de los viandantes o en segunda fila ralentizando la circulación de los demás; el ciclista que circula por el sitio de los viandantes; el propietario del perro que no recoge los excrementos que ensucian nuestras calles; el dueño del bar que ocupa con sus mesas el espacio común o el amigo que se queda en el restaurante con la factura pagada por todos para deducirla como gasto de su empresa. Y por supuesto los que dan o piden pagos sin IVA.

Cuando los periodistas y los analistas políticos citan los ejemplos de países con poca corrupción, como es el caso de Suecia, no suelen tener en cuenta que allí las ventanas rotas se arreglan inmediatamente y que el bien de la sociedad está por encima del individuo.

Una sociedad fuerte tiene detrás un Estado sólido, como es el caso del país escandinavo. ¿Estamos los españoles dispuestos a pagar más del cincuenta por ciento de nuestros ingresos en impuestos directos para que las administraciones puedan servirnos mejor y controlarnos más? ¿Aceptaríamos que todas la declaraciones de la renta sean públicas (ahora que ya ha terminado el terrorismo)? ¿Tragaríamos con un Ayuntamiento que nos multara por beber en la calle? Mucho me temo que la respuesta sea negativa.

La sociedad española se ha acomodado a un sistema en el que la pequeña corrupción lo invade todo y la grande tiene poco castigo. Primero habría que arreglar las ventanas rotas y después conseguir instrumentos legales para obligar a los receptores de sobornos a devolver lo cobrado y a pagar una multa por una cantidad muy superior, que también tendrían que pagar los sobornadores, protección al que denuncia el delito, que actualmente no existe -en Estados Unidos aparte de una total protección puede cobrar una parte de lo recuperado por el Estado o de la multa impuesta-.

Hoy día, cuando en una cena entre amigos uno denuncia la corrupción del PP, la respuesta del simpatizante de la derecha es siempre la misma: ¿y qué me dices de los ERES?, que en vez de ser una frase acusatoria se convierte en exculpatoria de los suyos y justifica la corrupción dejando claro que aquí no solo no se han arreglado las ventanas rotas sino que se han ido rompiendo otras y que en el barrio de las ventanas rotas se ha instalado el vandalismo social. ¿Llamamos a Bill Bratton?

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