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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Los Diez Mandamientos de un Debate Electoral

Pedro Sánchez abrirá y terminará el debate ante Mariano Rajoy

Víctor Lapuente Giné

Los debates políticos son un ejercicio sano para la democracia. Pero, como todo ejercicio, debe seguir unas pautas para evitar que, en el afán de buscar resultados milagrosos, acabemos haciéndonos más daño que beneficio. Me temo que algo así está sucediendo con los debates en España.

Para que los debates sean constructivos, debemos seguir unas normas. Basándome en la experiencia de otras democracias, he elaborado la siguiente lista de consejos, o mandamientos, sobre cómo hacer debates electorales. Espero que genere un cierto debate sobre nuestros debates:

  1. El ganador del debate no es un candidato, sino todos los votantes.

El objetivo del debate no es la victoria de un candidato, sino maximizar la información sobre los programas políticos. Que el mayor número posible de votantes reciba la mayor cantidad posible de información relevante para ejercer su voto. Los medios de comunicación dedican grandes espacios a comparar el desempeño de los candidatos a nivel agregado. “¿Quién ha estado mejor?” “¿Quién ha ganado a los puntos?”. Cuando, por el contrario, lo relevante es el Qué y no el Quién. ¿Qué información relevante recibe el ciudadano sobre la posición de cada partido en una serie de asuntos en la agenda pública (propuestas para aumentar el empleo, para frenar los desahucios, contra el cambio climático, etc)?

  1. Un buen examinador no deja que los alumnos elijan el asunto a responder.

Sin embargo, los debates en España incluyen muchas invitaciones al libre albedrío del tipo: “Los españoles están muy preocupados por el elevado paro ¿Cuál es su medida estrella para reducirlo?” o incluso “¿Cuál es la primera medida que tomarán al llegar al poder?” Los políticos aprovechan obviamente la oportunidad para hacer su mitin en prime time, lanzando su mensaje más efectista, su eslogan publicitario. Un buen debate, por el contrario, debería minimizar las posibilidades de escapismo, centrándose en forzar a los políticos a explicitar los costes directos, o de oportunidad, de sus propuestas políticas.

  1. No estructures el debate en temas, sino en preguntas.

En sus ansias de cubrirlo todo en dos horas de debate, los periodistas crean temas (economía, educación, pensiones, regeneración democrática) con la idea de discutir un poco de todas las cosas. Cuando, como casi todo intercambio intelectual serio, es más productivo hablar mucho de pocas cosas. El resultado de esta ambición temática desmesurada en los debates españoles es que los políticos tienen licencia para moverse por donde les da la gana dentro de los márgenes amplísimos del “tema” en cuestión. O incluso se van a otros temas. Así, alguno de nuestros presidenciables hablaba en un debate reciente sobre la Operación Púnica en el bloque teóricamente dedicado a…la educación.

  1. No discutas propuestas concretas, sino disyuntivas concretas.

No se trata de pedir a un político que opine sobre una propuesta en el vacío. Por ejemplo, a los políticos del PP se les pregunta a menudo “¿qué opina del Ingreso Mínimo Vital propuesto por el PSOE?”. De manera natural, el político evalúa la propuesta en términos genéricos, apoyándose en los datos que mejor le parezcan. O se escapa, con ese recurrente “para nosotros, la mejor política social es que se genere empleo” (como si alguien pudiera estar en contra de esto). En un debate constructivo hay que obligar al político a tomar partido en una comparación lo más precisa posible, con una pregunta más del tipo: “En España hay X millones de hogares sin ingresos. El PSOE propone un Ingreso Mínimo Vital de X euros/mensuales ¿Qué medida particular pondrán en marcha ustedes si gobiernan en enero de 2016 para ayudar a esos hogares?”. El político se resistirá a responder. Pero ahí es cuando el periodista debe repreguntar hasta conseguir una respuesta a esa disyuntiva.

  1. Los debates nos los marca la “actualidad”, sino los periodistas.

Por comodidad, los periodistas recurren frecuentemente a la “actualidad” para justificar la introducción de determinados asuntos de discusión. Que si un político hizo no sé qué declaración polémica, “causando un gran revuelo en las redes sociales”; que si el presidente de un país vecino ha hecho no sé qué propuesta vaga para hacer una intervención militar; lo que sea. La cuestión es conocer la opinión de los políticos sobre estos temas “de actualidad”. Como son asuntos donde a) la propuesta política no está lo suficientemente definida, y b) no existen vías alternativas de acción con las que comparar la propuesta, el resultado es una sucesión de mini-mítines de los candidatos. Ahorremos tiempo precioso y prescindamos de esas preguntas.

  1. En el debate, nuestros representantes no son los políticos, sino los periodistas.

Los representantes de los españoles – como mínimo, de los 9 millones que siguieron el debate de Atresmedia el pasado 7 de diciembre – no eran Sánchez, Iglesias, Rivera o Sáenz de Santamaría, sino Ana Pastor y Vicente Vallés. Los periodistas que moderan un debate son nuestra voz, con lo que debemos empoderarlos para que conduzcan el debate con libertad, para que se detengan a interrogar a los candidatos lo que consideren oportuno. No son los políticos a quienes hemos de liberar en nuestros debates de sus “corsés”, sino los periodistas. Son los periodistas quienes deben hablar “sin cortapisas”.

  1. El debate no es un combate de boxeo, sino una discusión en clase.

Los periodistas usan la metáfora pugilística para referirse al debate ideal: en lugar de un formato “encorsetado”, el moderador debe dejar que los contendiente se peguen. Como el buen arbitro de boxeo, o como un buen Mateo Lahoz para quienes prefieran las metáforas futbolísticas, el árbitro debe abstenerse de intervenir y ha de permitir un máximo contacto entre los políticos. Creo que esta actitud es un error. Sin un control estricto de la discusión (que permita el cuerpo a cuerpo, pero dentro del debate sobre unas propuesta política concretas), el enfrentamiento entre políticos se convierte en un intercambio de frases hechas, de mini-mítines y lugares comunes de cada partido. A mi juicio, los periodistas-moderadores, deben inspirarse, por el contrario, en el severo profesor que dirige, con puño de hierro en guante de seda, una discusión entre sus estudiantes sobre un tema concreto. El buen profesor dará un máximo de libertad dentro de unos márgenes sustantivos estrictos, para que los estudiantes muestren toda su capacidad analítica sin que puedan evadirse. Mantener a los contendientes dentro de los raíles de la discusión, dentro del ring de una discusión concreta, requiere un intervencionismo más frecuente del que vemos en nuestros debates.

  1. El debate debe estar más centrado en los partidos y menos en los candidatos.

Nuestros medios de comunicación lo copian casi todo de EEUU. Lo cual está bien en muchos aspectos, pero en relación a los debates electorales no es tan apropiado por dos motivos. En primer lugar, la política estadounidense gira entorno a las personas: tienen un régimen presidencialista y un sistema electoral mayoritario que es una sucesión de duelos individuales, desde las primarias a la presidencia pasando por el asiento de cualquier cámara legislativa. Por ello, tiene sentido que las características del individuo (oratoria, aplomo, incluso forma de vestir o vida privada) cobren cierta relevancia. Pero en un sistema parlamentario como el nuestro, los debates deberían girar más entorno a los partidos. Por ejemplo, las campañas, como ocurre en otros países con sistemas parlamentarios y proporcionales como el nuestro, podrían ser sucesiones de debates temáticos (sobre educación o políticas de bienestar, economía e innovación, cultura, regeneración democrática, etc) donde los responsables en cada partido de esos temas se enfrentaran en distintos medios de comunicación. Ello no quiere decir que el líder del partido no importe. El liderazgo es clave también en regímenes parlamentarios. Pero los líderes de los partidos no pueden monopolizar el debate como si estuviéramos en EEUU. No puede ser que todos sepamos qué vino le gusta más a Rajoy, qué baila Sánchez, cómo gesticula Rivera o qué hace el padre de Iglesias; y, sin embargo, no sabemos qué edad de jubilación propone cada partido. El segundo inconveniente de seguir los debates personalistas propios de EEUU se llama Donald Trump. Pues ese es el tipo de candidato que emerge cuando los debates políticos se personalizan tanto: el rico famoso de lengua afilada con acceso privilegiado a los medios de comunicación. ¿Queremos eso?

  1. El éxito del debate no depende de la forma, sino del fondo.

A nivel formal, el debate de Atresmedia del 7 de diciembre fue impecable. Más de 500 personas trabajando para presentar un producto de gran calidad mediática, con un pre- y post- partido a la altura de la final de la Champions. No lo critico. Todo lo contrario, felicito a los organizadores. Pero el espectáculo estuvo descompensado. Las preguntas iniciales de los bloques temáticos fueron, por lo general, demasiado genéricas. No acotaban el terreno de respuesta para los políticos. Y, en el desarrollo de la discusión, los moderadores (como en cualquier otro debate en televisión o radio) intervinieron bastante en cuestiones formales, como dar y quitar la palabra; pero poco en cuestiones sustantivas, como guiar la discusión hacia dilemas concretos. Ciertamente, se habló de propuestas particulares. Por ejemplo, el contrato único de Ciudadanos. Rivera nos contó sus ventajas y los demás sus inconvenientes. Pero no pudimos contrastarlo con las ventajas (e inconvenientes) del contrato propuesto por los otros partidos. Y así con cualquier otra propuesta: no podemos evaluarla sin compararla con otras alternativas igualmente concretas. Esta es labor de los organizadores del debate: poner las condiciones que faciliten la comparabilidad de medidas para que los ciudadanos vean los costes y beneficios de la manera más cristalina posible. ¿Es muy difícil? Sí, pero es ahí donde hay que invertir los recursos: en trabajar cómo atrapar a los políticos en comparaciones de políticas públicas concretas. ¿Es posible hacerlo con todos los “temas relevantes”? No, pero hay que priorizar. Y es que, de nuevo, es mejor discutir mucho de pocas cosas que poco de muchas.

  1. La clave no es la inteligencia, sino la estructura del debate

Tras leer los mandamientos anteriores, la tentación que sientes es la de siempre: es que no podemos pedir peras al olmo; con los políticos y periodistas tan mediocres que tenemos en este país, no podemos tener mejores debates; etc. Pero no caigas en la tentación. Porque no tiene fundamento alguno. Los políticos españoles, lo midamos como lo midamos, no son peores ni están menos formados que los de otros países europeos, incluyendo los nórdicos por cierto. Los cuatro candidatos en el debate de Atresmedia exhibieron unas dotes intelectuales encomiables (y quien piense lo contrario, que se ponga delante de millones de telespectadores en prime time, jugándose su carrera profesional, y que intente hacer un discurso coherente, sólido e inteligible). Igualmente, Vicente Vallés y Ana Pastor son dos periodistas excelentes, con una asombrosa agilidad mental para extraer lo mejor de sus entrevistados. En otras palabras, la materia gris para el debate de Atresmedia no podía ser mejor. Lo que faltó no fue inteligencia, sino cómo se estructuró el debate.

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Victor Lapuente Giné es profesor de ciencias políticas de la Universidad de Gotemburgo y autor de El retorno de los chamanes (Ed. Península).

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