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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz
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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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La era del egoísmo nacional

El líder de Vox, Santiago Abascal,  con candidato ultra argentino, Javier Milei.

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Junto al cambio climático, el mundo experimenta otro calentamiento, el de la política. Se están deshaciendo los dos estandartes de la globalización: el orden internacional y el liberalismo político. Por un lado, EEUU ya no puede ejercer de gendarme del planeta. La influencia china es lenta pero implacable. El régimen de Pekín lleva años esparciendo por todo el planeta inversiones millonarias y créditos para la construcción de infraestructuras públicas, convirtiéndose no sólo es un actor global con mayor capacidad de veto, sino también de iniciativa para alterar el status quo. El poder ruso es explosivo, pero igualmente incuestionable. Ya sea atacando directamente Ucrania o tejiendo una red con Teherán para desestabilizar Oriente Próximo, Moscú está debilitando las perspectivas democráticas en numerosas casillas del tablero global.

Pero el principal enemigo no está fuera, sino dentro de las murallas del mundo democrático: las naciones se vuelven más egoístas. Partidos ultranacionalistas están reemplazando a los liberales en todos los continentes. Los Republicanos de hoy --Trump, De Santis y cualquier candidato con opciones a las primarias para las presidenciales de 2024-- están en las antípodas de las políticas de puertas abiertas y de generosidad hacia el mundo exterior no sólo de los Demócratas, sino de los Republicanos de antaño. Modi en India representa también dos o tres pasos atrás, por no hablar de la extrema derecha latinoamericana, cuya estrella más reciente, Javier Milei, quiere “sacar a patadas en el culo” a los políticos. En la Europa occidental el nacionalismo cotiza al alza de la mano de Meloni y Le Pen y, en la oriental, las recientes elecciones en Eslovaquia o Polonia dejan como primeros partidos a populismos que se alimentan de la nostalgia y las teorías de la conspiración contra Bruselas y la modernidad.

El conflicto palestino-israelí no puede entenderse sin la regresión política en ambas sociedades. El culpable del ataque es Hamás, que llevó a cabo una acción deliberadamente criminal e inhumana. Pero la política, tanto de Gaza como en Israel, lleva años subiendo en la escala de egoísmo. Gaza ha pasado del posibilismo de la Autoridad Palestina y de un activismo que se enorgullecía de la resistencia no violenta (pensemos en los palestinos que, tras los acuerdos de Oslo protestaban frente a los soldados israelíes con ramas de olivo) al culto a la muerte de Hamás, cuyo interés parece residir en maximizar el número de muertes, tanto de israelíes (da igual que militares o civiles; aunque, seguramente, con preferencia por éstos) como de palestinos (guardando misiles en hospitales y mezquitas y lanzándolos desde las zonas más pobladas para que luego Israel mate más personas al responder). E Israel ha pasado del pactismo de Ehud Barak, quien negoció con Arafat bajo los auspicios del presidente Clinton, al gobierno ultranacionalista de Netanyahu con ministros de extrema derecha. Un ejecutivo que llevaba meses retorciendo el Estado de Derecho, intentado desactivar los poderes del Tribunal Supremo.

Desde esta perspectiva, ¿Cómo está España? ¿Hemos subido en el índice de egoísmo nacionalista? Creo que, si sumamos el procés y el subsiguiente ascenso de Vox, tenemos una dosis nada desdeñable de energías egoístas, de formaciones que velan por los intereses de su tribu, la que sea, frente a los valores liberales y cosmopolitas.

En España hay un poso de resentimiento mayor que en otros países de nuestro entorno. En un trabajo reciente para la revista European Journal of Political Research, Tom van der Meer y Patrick van Erkel exploran la evolución en 15 naciones de la Europa Occidental de una variable fundamental para sostener una democracia, la confianza política. Aunque no es fácil interpretar su evolución: la confianza de los ciudadanos de un país en sus representantes políticos naturalmente sube y baja con las coyunturas económicas y las crisis políticas. Si hay recesión, la gente desconfía más del gobierno, pero, si llega la recuperación, la gente vuelve a confiar. Así que Tom van der Meer y Patrick van Erkel miden la diferencia entre la confianza que deberíamos esperar en función de la coyuntura del momento y la confianza real que observan en cada país. Y esa diferencia tiende a cero en casi todos los países, como muestra el gráfico 1 para Suecia.

Pero hay dos excepciones: España y Francia. En ambos países vemos una divergencia negativa. La caída de la confianza ciudadana es mucho más pronunciada de la que esperaríamos en ambos países por la fuerte crisis económica y política de la última década (antes del Covid). Tanto en Francia como en España hay pues una frustración estructural, que no obedece a los vaivenes de la coyuntura, y eso es preocupante, porque nada alimenta más el egoísmo político que una población resentida.

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