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La llegada al Gobierno encumbra a Pablo Iglesias en Podemos y apacigua el debate interno

Pablo Iglesias, en el cierre de campaña de Unidas Podemos.

Aitor Riveiro

Si la política española fuera una serie, el último capítulo de la última temporada habría hecho las delicias de los espectadores. Casi en el fotograma final, uno de los principales protagonistas, cuyo futuro no se presentaba nada halagüeño, se ha consolidado como uno de los personajes clave de la próxima temporada. Si todo sale como está previsto, Pablo Iglesias (Madrid, 1978) será vicepresidente del Gobierno menos de seis años después de fundar Podemos. Y en el momento más delicado de la organización.

Ese último capítulo podría titularse “Perseverancia”. Pablo Iglesias no ha tomado el cielo por asalto, como planteó en aquella frase de reminiscencias marxistas que marcó la asamblea fundacional del partido. Corría el otoño de 2014 y Podemos acababa de lograr esa misma primavera cinco eurodiputados y más de 1,2 millones de votos en las europeas, sus primeras elecciones. La profundidad de la crisis había devastado a una mayoría social de españoles. Y muchos encontraron en Podemos y en su líder la respuesta a su enfado con la clase política y económica del país. Su objetivo fundacional marcó toda su estrategia: llegar al Gobierno para poder cambiar las cosas.

Un año después, el 20 de diciembre de 2015, Podemos y sus confluencias irrumpían en el Congreso de los Diputados como la tercera fuerza política. A punto de rebasar al PSOE. Podemos y sus socios lograron 5,1 millones de votos. De hecho, la suma con su futuro aliado, IU (923.105), superaba ampliamente el apoyo popular a Pedro Sánchez. Fue su momento álgido. Unos meses antes habían entrado con gran fuerza en los parlamentos autonómicos y aupado a unas cuantas candidaturas municipalistas a las alcaldías de algunas de las ciudades más importantes: Madrid, Barcelona, Zaragoza, A Coruña, Cádiz, Santiago, Ferrol,...

Desde aquellos comicios del 20D han ocurrido muchas cosas. Se han celebrado otras tres elecciones generales, con resultados cada vez peores; Podemos ha sufrido su primera escisión; los ataques de una mafia parapolicial, imbricada en las estructuras del Estado, a través de algunos medios de comunicación, según la instrucción judicial de la Audiencia Nacional; y la salida de dirigentes y cuadros ha sido constante, aunque también la incorporación de otros que no estaban en el momento fundacional.

Las crisis en los territorios han llevado a algunos dirigentes que salieron del proyecto a hablar directamente de refundación. Y la crisis se esperaba para después de las generales de noviembre, en las que el proyecto ha seguido siendo clave en la política española. “Tenemos las espaldas más anchas”, ha dicho Iglesias de forma reiterada en sus últimas entrevistas. El secretario general de Podemos asumió en primera persona la campaña, como viene haciendo en la última época. Por primera vez desde el 20D, en el cartel electoral aparecía solo el líder de Unidas Podemos. “Un Gobierno contigo”, fue el lema. Menos de 24 horas después de que se cerraran las urnas el pasado 10 de noviembre, Iglesias y de pronosticar, para asombro de algunos compañeros que persistía en la coalición tras haber perdido otros siete escaños y más de medio millón de votos, el líder de Unidas Podemos salía del Palacio de la Moncloa con un preacuerdo para un Gobierno de coalición “sin vetos”. El ocuparía una vicepresidencia.

Tres días después, Iglesias remitía una carta “a la militancia” en la que readaptaba su frase de octubre de 2014. Casi al final de la misiva el líder de Podemos dejaba escrito: “Recordad que el cielo se toma con perseverancia”. En el texto advertían también de que el partido deberá hacer renuncias en un gobierno liderado por Sánchez en el que el PSOE ocupará la gran mayoría de carteras.

La segunda vuelta de Vistalegre 2

La aseveración sirve de epílogo a la campaña del 10N, que se sostenía precisamente bajo el axioma de que las cosas importantes “no se logran a la primera”. La del pasado domingo no era la primera repetición electoral que afrontaba Podemos. En 2016, Pedro Sánchez tampoco logró armar la mayoría necesaria para gobernar y los españoles fueron llamados otra vez a las urnas.

En las semanas previas al 26J se produjo una intensa batalla con el PSOE por el relato sobre las responsabilidades en la falta de entendimiento de la izquierda. Entonces ganó Sánchez. O así se analizaron los resultados de aquel 26J: Unidos Podemos, la unión de Podemos e IU, se dejó un millón de votos. Sánchez también bajó, pero menos. Por dos veces se rozó el sorpasso al PSOE, pero no se logró. Eso sí, el sistema electoral le sonrió esa vez y mantuvo la representación: 71 diputados.

Aquella convocatoria no dio como resultado un Gobierno de coalición. Todo lo contrario: Mariano Rajoy logró la investidura después de que el Comité Federal del PSOE empujara a la dimisión a su secretario general y acordara una abstención en la investidura del por entonces líder del PP.

En Podemos también se puso en duda a Pablo Iglesias. Las voces que criticaban su estrategia se habían dejado oír durante las negociaciones previas. La destitución del secretario de Organización, Sergio Pascual, prendió las alertas. Pascual era la mano derecha del número dos del partido, Íñigo Errejón. Compañero de Iglesias en la facultad, amigos desde hacía años, la pugna interna entre ambos había sido creciente.

El motivo real de la destitución de Pascual se conoció casi un año después, durante el segundo proceso asambleario del partido. Fueron las luchas de poder y las maniobras internas. Unas divisiones que, según las encuestas que manejan en la formación, encabezaban la lista de motivos para la creciente desafección que el partido generaba en la ciudadanía.

En Vistalegre 2 se dirimió el liderazgo orgánico y político del partido. El enfrentamiento directo entre Iglesias y su por entonces todavía número dos, Íñigo Errejón, se produjo en dos etapas. Primero, en Madrid, cuando contra pronóstico Ramón Espinar se impuso a Rita Maestre por la Secretaría General del partido. Después, en la II Asamblea Ciudadana, el gran congreso que definió el futuro del proyecto. Y que rompió para siempre la unidad interna de Podemos.

El combate lo ganó Pablo Iglesias, quien se impuso holgadamente. Y ambos pactaron una salida para Errejón: liderar el partido en Madrid.

No fue suficiente. O no le dejaron hacer lo que quería. Probablemente una combinación de ambas cosas. En el quinto aniversario de Podemos, Errejón lanzaba junto a Manuela Carmena el embrión del que sería su propio partido político: Más Madrid. Primero, como plataforma. Luego, como candidatura regional. Después, en noviembre, como el sexto partido estatal en disputa de un diputado en el Congreso y ya denominado Más País.

Era enero de 2019. Cuatro meses después, los españoles fueron convocados a las terceras elecciones generales en tres años y medio.

Las elecciones del 28 de abril supusieron un golpe para Unidas Podemos. Las urnas dieron la victoria a Pedro Sánchez. Unidas Podemos obtuvo 3.732.929 votos (el 14,31%) y 42 escaños. La candidatura que volvía a liderar Pablo Iglesias perdió el tercer puesto en beneficio de Ciudadanos. Al millón de votos perdido entre el 20D y el 26J se sumaban otros 2,4 millones de sufragios. Y un 40% de los diputados.


Pero todavía quedaba otra convocatoria electoral. La del pasado domingo 10 de noviembre. Una segunda repetición en tres años. Y, de nuevo, tras una negociación infructuosa con el PSOE de Pedro Sánchez. Un proceso en el que Iglesias llegó a dar un paso la lado al renunciar a la vicepresidencia en favor de la número dos del partido, Irene Montero. De haberse consumado aquél bipartito, hubiera podido constituir la primera piedra de la Transición en Podemos.

La coalición se había presentado a los comicios con un reclamo: aguantar y tener fortaleza para obligar al PSOE a un gobierno conjunto como única opción para evitar que Sánchez se fuera con el PP. El objetivo se ha cumplido. Si logran cuadrar la aritmética parlamentaria, Iglesias será vicepresidente del Gobierno de Sánchez.

Pero el 10N se ha vuelto a saldar con pérdida de votos y de escaños para Unidas Podemos: 700.000 sufragios y siete diputados menos. La candidatura que ha liderado Iglesias ha obtenido 3.097.185 votos, un 12,84%, y 35 diputados. Siete menos que en abril. La mitad que en 2016.

En la formación sostienen que la repetición electoral se ha desarrollado en un ambiente completamente negativo para ellos. La irrupción de Más País, el partido de Errejón, volvía a establecer un marco comunicativo de división interna.

Durante las primeras semanas las encuestas daban a Errejón un resultado alto. Muy alto, hasta 16 escaños. Finalmente, se ha tenido que conformar con un apoyo similar al que obtuvo Alberto Garzón en solitario en 2015: 3 diputados, contando el de Compromís. Si en el momento fundacional de Podemos hubo quien dijo “si Pablo silba, los muertos de IU resucitan”, en referencia al votante que solía apostar por la coalición de izquierdas, en los pasos iniciales de Más País también se oyó una frase similar, con Errejón y Podemos como protagonistas. Lo primero, ocurrió. Lo segundo, no.

La vicepresidencia que cerró el debate

La del 10N ha sido la última batalla entre ambos. El domingo, ante los periodistas, Iglesias mandaba “un abrazo solidario” a Errejón al ser preguntado por sus resultados. Una frase que ya ha pasado al olvido, atropellada por los acontecimientos políticos que, lejos de reducir su velocidad, siguen acelerando.

La escisión de Errejón era la punta de lanza de una corriente subterránea que atravesaba Podemos. La fortaleza estatal del partido, que mantiene un suelo de más de tres millones de votos, contrasta con su traslación territorial. Las elecciones de mayo dejaron al partido muy lejos de los resultados de 2015 y sin presencia en algunos parlamentos autonómicos. Las estructuras orgánicas en muchos lugares prácticamente no existen.

Hace 10 meses, eran muchos quienes dentro de Podemos barruntaban que las elecciones de abril podrían ser el punto final del liderazgo de Iglesias. Hubo un primer conato de algunos secretarios generales de organizar un contrapoder aprovechando la salida de Errejón. Iglesias aguantó el órdago, nadie dio el paso de postularse y los barones plegaron velas.

Con todo, en mayo se cerraron seis gobiernos autonómicos con presencia de Podemos. En algunos casos, como en Baleares o Valencia, dos de los territorios que podían ser hostiles con Iglesias, con una vicepresidencia. Ese hipotético debate sobre el liderazgo en Podemos será nonato.

No todo han sido rivales. Pablo Iglesias ha mantenido durante estos años algunos aliados. Con muchas reticencias y con disparidad de criterios, a veces planteadas en público y otras en privado. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se cuenta entre ellos. También el coordinador federal de IU, Alberto Garzón, quien ha defendido dentro de IU y del PCE la continuidad de la alianza entre su coalición y Podemos.

IU sufrió en 2015 un duro varapalo electoral en todos los niveles y muchos temieron por la continuidad del proyecto. La alianza con Podemos les insufló energía. Son muchas las voces que reclaman recuperar la identidad, pero el abismo al que se enfrentaría la organización si volviera a concurrir en solitario ha cimentado la confluencia.

En estos años, los tres se han apoyado el uno en el otro en momentos de necesidad. En la campaña de mayo, Iglesias arropó a Colau, quien logró retener la Alcaldía por el apoyo in extremis de Manuel Valls. Cinco meses después, ha sido la líder de Barcelona en Comú la que ha acudido a la llamada de su socio en Madrid.

La capital catalana fue, junto a Cádiz, la única de las “ciudades del cambio” que se retuvieron tras el éxito de 2015. Y sin la presencia de Iglesias. La relación entre el liderazgo estatal del partido y la dirección andaluza de Teresa Rodríguez es mala desde los inicios de Podemos.

Las diferencias políticas y estratégicas son difícilmente reconciliables, pese a alianzas tácticas cuando ambos enfrentaban a Errejón. Rodríguez quiere independizarse de Podemos. Pero sin romper la alianza, a diferencia de lo que hizo el líder de Más País. Su idea es montar una confluencia al estilo de la catalana o la gallega. Gobernar su territorio sin ataduras y tener voz en el Congreso bajo el paraguas de Unidas Podemos.

La repetición electoral ha paralizado los decididos planes de Podemos Andalucía de iniciar el camino hacia esa confederación. La alianza de Gobierno quizá los posponga sine die, aunque Rodríguez ya dijo en campaña que ella apoyaba a Iglesias para ser “presidente”, no para un acuerdo como el sellado.

En la carta que remitió Iglesias a los militantes el pasado jueves, el secretario general de Podemos apelaba a la necesidad de reconstruir la organización ante lo que se les viene por delante. La guerra relámpago con la que irrumpió el partido pasó a una “guerra de posiciones” en las que las trincheras moradas han perdido muchas e importantes posiciones. Pero su paladín ha llegado al objetivo. Cuando era más difícil y más inesperado. Cuando las debilidades estaban más repartidas entre aquellos llamados a entenderse.

Ahora multiplica su tarea y llega el momento de la verdad. El de demostrar, como dice el lema oficioso del partido, que “se puede”. Pero esa será la siguiente temporada.

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