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Lo peor de un gobierno de coalición no es negociarlo, sino lo que pasa el día después

Las relaciones de Sánchez e Iglesias no serán tan fáciles en un Gobierno de coalición.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Una de las frases de Lyndon Johnson que más se recuerdan es la que utilizó en privado para resignarse a la idea de mantener a J. Edgar Hoover al frente del FBI, una perspectiva nada alentadora para cualquier presidente de EEUU en ese momento: “Bueno, probablemente es mejor tenerle dentro de la tienda meando hacia fuera que fuera meando hacia dentro”.

Es una idea que vale para todos los gobiernos de coalición. En Europa, es más habitual que el líder del partido más pequeño en un Ejecutivo de esas características esté dentro del Gabinete, no necesariamente como vicepresidente. Es algo que le conviene al partido mayor al que le puede perjudicar que el socio principal esté “fuera meando hacia dentro”. Liberado de la responsabilidad de formar parte del Gobierno, ese líder está obligado a defender las ideas de su programa, incluida aquellas que no figuran en el acuerdo pactado. Si la discrepancia es profunda, habrá problemas al quedar patente con bastante frecuencia para gran diversión de los partidos de la oposición.

Si esos partidos llevan muchos años formando coaliciones de gobierno, es probable que hayan desarrollado una relación de trabajo que ayude a superar esas diferencias ideológicas. Cuando esos partidos se comprometen en matrimonio por primera vez, puede haber sorpresas.

¿Da Iglesias más miedo al PSOE dentro o fuera?

Está claro que Pedro Sánchez no quería a Pablo Iglesias dentro del Gobierno. El presidente en funciones ha aprendido, como otros antes que él, que el silencio es la opción menos mala en los peores momentos. En esos casos, se encierra en Moncloa y se mantiene aislado de los periodistas, esa gente tan molesta que no para de hacer preguntas. Le vale con enviar a Carmen Calvo, José Luis Ábalos o Adriana Lastra a que se enfrenten a las fieras.

Iglesias se ha acostumbrado a administrar su presencia pública y a saber que le ha beneficiado en algunos momentos estar callado. Dentro del Gobierno, estaría muy condicionado por lo que puede o no decir a los medios de comunicación.

Al haber descartado formar parte de un gobierno de coalición, Iglesias tendrá más libertad para hablar en público. Sánchez podría encontrarse en una situación en que los ministros de Podemos son disciplinados y no cuestionan la línea del Gobierno, mucho menos hundir el barco, mientras Iglesias es libre para defender las ideas de su partido y lo que aspira a conseguir en el futuro, aunque no aparezca negro sobre blanco en el programa pactado.

Los socialistas saben que una entrevista o un simple tuit de Iglesias fuera del Gobierno podrán desatar la tormenta.

Negociar antes programa o gobierno

A lo largo de estas semanas, el PSOE ha insistido en que lo más apropiado era negociar primero el programa y luego la fórmula de gobierno. Los socialistas no han tenido inconveniente en resucitar un tipo de crítica habitual en Ciudadanos, cuyos dirigentes dicen que lo importante no son los “sillones”.

Es una crítica que casi se podría definir como “populista” en un sentido negativo, porque sirve para desprestigiar a la política al presentar a sus protagonistas como gente sin ideología y ávida de conseguir cargos. Los hay, y son unos cuantos, pero no son todos así. Evidentemente, cuando Ciudadanos ha negociado acuerdos de gobierno se ha preocupado por acordar también el reparto de poder en esa Administración. Siempre tendrán más confianza en uno de los suyos para llevar a la práctica los puntos de su programa que les parezcan más importantes. A Ciudadanos, también le interesa tener “sillones”.

Evidentemente, a Sánchez le interesa que el “sillón” de ministra de Economía esté ocupado por Nadia Calviño antes que por un dirigente de Podemos.

La insistencia del PSOE en negociar antes el programa contenía una trampa, lógica desde el punto de vista de los intereses socialistas. Si cerraban un acuerdo ideológico, en la línea por ejemplo de los presupuestos de la anterior legislatura, les resultaba más fácil negarse después a la entrada de Podemos en el Gobierno y luego, si se producía la ruptura, argumentar que ese partido se negaba a apoyar a Sánchez en la investidura por una cuestión de puro poder.

El truco funcionó hasta que Iglesias renunció a estar en el Consejo de Ministros.

El mal precedente del SPD

Cuanto menos importante eres en un gobierno, menos beneficios obtienes. Si las cosas funcionan, el mayor mérito se lo lleva el partido del presidente. Si todo va mal, ambas formaciones comparten el descrédito. Los votantes del segundo partido se preguntarán: ¿por qué estamos apoyando a este Gobierno?

El mejor ejemplo de la vulnerabilidad del segundo partido lo ha dado en los últimos años el SPD alemán. Forma parte del Gobierno de Angela Merkel y no deja de perder votos en todas las elecciones. En la mayoría de los sondeos más recientes, ya no es el segundo partido del país.

Quizá el Gobierno con Merkel no sea la única razón de su caída, pero el debate interno ha girado sobre lo mismo: una buena parte de dirigentes y militantes de socialdemócratas cree que deberían haber pasado a la oposición hace tiempo.

Estar en el gobierno resta libertad

El ideario de Podemos siempre ha estado muy centrado en denunciar desigualdades económicas, en especial en cuanto al derecho a la vivienda. Como se vio en la anterior legislatura, es un asunto que les separa claramente del PSOE, que cuenta con una serie de principios generales con pocas posibilidades de incidir directamente y en un plazo de tiempo reducido en el precio de los alquileres. En ese sentido, los socialistas son en el Gobierno más social-liberales que socialistas.

Todo dependerá de lo que pacten ambos partidos en las negociaciones que deberían culminar antes de la segunda votación de investidura.

Si hay acuerdo, la lucha de Podemos contra los desahucios se enfrentará a un reto. Los socialistas tienen claro que si formas parte de un gobierno, debes respetar el trabajo de otras instituciones, como los tribunales que ordenan los desahucios y las fuerzas de seguridad que obligan a ejecutarlos, dejando en la calle a familias que no pueden pagar un alquiler.

Formar parte de un gobierno que admite que eso se produzca supondrá una fuente de tensión con la base social de Podemos. Si la respuesta a esas situaciones se limita a promesas de nuevas leyes de eficacia dudosa, la tensión se trasladará a las relaciones entre el PSOE y Podemos.

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