Di no a las drogas y las encuestas
Las negociaciones de investidura empiezan a parecerse a esa serie sobre Bolívar que dan en Netflix que cuenta con 60 capítulos, pero que dicen que se hace tan larga como si tuviera 120. Entre tantas vueltas a lo mismo y esa sensación de que los partidos implicados se dedican a lanzarse órdagos los días impares y mostrar una cara más razonable los pares, sólo queda resaltar algunas frases que quieren ser rotundas, pero que terminan pareciendo ridículas. Para todo lo demás, hastío, cansancio y una sensación entre los ciudadanos de que les toman el pelo.
Este lunes, inicio del sprint final de septiembre, hemos tenido un gran ejemplo con las palabras de la portavoz parlamentaria del PSOE, Adriana Lastra: “Nosotros no miramos las encuestas”.
No, no las miran. Las absorben por la piel, las consumen por vía intravenosa, las esnifan, se las ponen en forma de loción. Existe la idea de que los políticos no van ni al baño si antes un sondeo no les dice que esa es la decisión más adecuada. Quizá eso sea una exageración. Quizá.
Por otro lado, las encuestas se convierten en momentos de incertidumbre en la única manera indirecta que tienen los ciudadanos para dejar oír su voz. Es legítimo que los políticos se pregunten cómo recibirá la opinión pública algunas de sus decisiones más importantes. No lo es tanto cuando los sondeos se utilizan como argumento interno para no cumplir con tus propias responsabilidades. Formar un Gobierno después de las elecciones, si has sido el partido más votado, debería ser una de ellas.
Ya han pasado diez días de septiembre y eso ha tenido dos consecuencias: las temperaturas han bajado y los partidos tienen en su poder los primeros datos de los sondeos realizados en los primeros días del mes. Han debido de estar nerviosos en agosto, un mes en el que no tiene sentido encargar encuestas con la gente de vacaciones. Ahora ya tienen la dosis que requieren para tomar sus decisiones.
Sabemos precisamente por las encuestas que los españoles vuelven a creer que los políticos son parte del problema, no de la solución. “La convocatoria sucesiva de elecciones genera un hartazgo que erosiona la democracia”, dijo a este diario en agosto Xavier Coller, catedrático de Sociología en la Universidad Pablo de Olavide. Está claro que en caso de otra repetición electoral en menos de un año, los políticos estarán jugando con fuego.
José Juan Toharia, presidente de Metroscopia, era un poco más optimista: “No hay tanto una desafección a la política y a la democracia, sino a la incapacidad de los políticos para pactar”. Los ciudadanos están a favor de que haya pactos y rechazan la idea de que pactar es renunciar a tus principios. Los políticos se comportan con frecuencia como si fuera lo contrario.
Un problema añadido es que los ciudadanos rechazan unas nuevas elecciones, pero en su mayoría terminarán votando a los partidos que mejor les representan. ¿Todos? Seguro que no. ¿Cuántos? La encuesta de Celeste-Tel que da eldiario.es este martes anticipa que dos millones de españoles que votaron en abril podrían quedarse ahora en casa. Eso reduciría la participación al 66%. ¿Quiénes? Esa es la pregunta que interesa a todo el mundo.
Los dos últimos sondeos –el de Celeste-Tel y el de ABC el lunes– prevén que el PSOE puede mejorar sus datos (cinco escaños más en la primera, y catorce más en la otra). El PP también se vería beneficiado, y Ciudadanos, Podemos y Vox serían los perjudicados. Lo más llamativo es que ninguno de los dos estima que el bloque de las tres derechas pueda sobrepasar al resto de grupos y contar con la mayoría absoluta.
Es decir, ese resultado nos colocaría en la misma situación política que ahora. Si los protagonistas políticos mantuvieran sus posiciones –y con la contundencia que se manejan, esa sería la hipótesis de partida–, habría que pensar que todo seguiría igual y que tocaría en ese caso sentirse alarmado por la posibilidad de unas terceras elecciones.
El PSOE continuaría necesitando a Podemos. Podemos continuaría ante la tesitura de decidir entre negociar un Gobierno de coalición o limitarse a un pacto de legislatura. Las urnas depararían muy pocos cambios para tantos juegos ventajistas por debajo de la mesa y tanta propaganda difícil de digerir.
Desde luego, esas dos encuestas citadas, como otras, pueden estar equivocadas. Es muy difícil detectar cómo afectará el desencanto a los votantes de cada partido. En principio, nunca hay que esperar grandes cambios en unas elecciones separadas por unos pocos meses. Sin embargo, perder poco más de dos puntos puede tener una repercusión nada desdeñable en el número de escaños para algunos partidos a causa de la ley electoral.
¿A eso se reduce todo? ¿A examinar con lupa la próxima encuesta para ver si mantenerse en la posición de partida dará al PSOE un puñado más de escaños en los segundos comicios de 2019? ¿Cómo se puede apelar a la responsabilidad de otros partidos cuando uno es capaz de provocar una erosión de la democracia, en la línea de lo que decía Coller, porque puede salir beneficiado electoralmente? ¿Cómo es posible que se diga que no se confía en otro partido al que antes llamabas socio cuando los demás sospecharán que dejaste pasar meses antes de iniciar los contactos porque te convenía para las negociaciones?
Lo peor será cuando llegue la campaña y apelen a la responsabilidad de los votantes mientras guardan en el bolsillo interior de la chaqueta la copia de la última encuesta encargada. A los políticos les gusta referirse de forma constante a la falta de confianza en sus rivales. No son tan habladores cuando les preguntan sobre la pérdida de confianza en la clase política. Eso también sale en las encuestas, pero es la parte a la que no prestan atención.