Ernesto Cardenal: el cura poeta maldecido por Juan Pablo II y que abandonó la revolución sandinista
Durante años, fue la imagen de la dureza del pontificado de Juan Pablo II, un Papa aliado de los poderosos y que atacó con dureza las políticas socialistas y, especialmente, la Teología de la Liberación. En 1983, durante su visita a Nicaragua, Wojtyla se plantó delante del sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, ministro de Educación en el primer gobierno sandinista. Le abroncó. Luego lo suspendió.
“Usted tiene que regular su situación”, le espetó el Papa polaco, tan agresivo con el comunismo, al insigne poeta, que aguantó, de rodillas y con una sonrisa, el rapapolvo del Pontífice. Desde entonces, tanto él como los ya fallecidos Fernando Cardenal y Miguel de Escoto, fueron 'suspendidos a divinis', lo que implicaba la prohibición de ejercer como sacerdote.
Durante 35 años no ha podido celebrar misa ni confesar. Su vida ha continuado siendo la del místico que fundó la comunidad de Solentiname y la del activista político. Sin embargo también terminó alejado de la revolución que apoyó: no dudó en apartarse del actual presidente nicaragüense, Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, cuando éstos se alejaron, según su criterio, de los ideales políticos que los juntaron y el pueblo se rebeló. En 2007, el poeta llegó a calificar a su compañero de revolución como “un dictador”.
“Era lógico que la causa de los pobres terminara con la incorporación a la revolución. Una expresión más de la coherencia del mandato divino”, explicaba, hace años, a este cronista. “Era lógico también que la causa de los pobres me llevara a apartarme de quienes ya no les defendían”.
Carta al Papa
Actualmente, ambas partes, Gobierno y Asamblea Cívica, se han dado una nueva oportunidad y, con la mediación de la Iglesia, han retomado el diálogo. También, el papa Francisco ha acabado con la injusticia, y ha ordenado a la Iglesia que se reconcilie con el nicaragüense. Desde la pasada semana, Ernesto Cardenal vuelve a ser, a todos los efectos, sacerdote católico.
Su primera misa fue sumamente emotiva y simbólica. Cardenal estaba postrado en la cama del hospital, pero revestido con la casulla de sacerdote y consagrando junto al nuncio y al obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez.
Báez, que se encuentra estos días en Madrid, recuerda ese momento para eldiario.es: “Creí que llegaba el final de su vida, no quise perder tiempo y le fui a ver al hospital. Hablamos de la situación de Nicaragua y le pedí su bendición, porque la necesito. Sus lágrimas y las mías se juntaron en ese momento y nos dimos un abrazo muy sincero”.
Y es que Ernesto Cardenal jamás abandonó su fe, ni su compromiso político. “Ha sido y es hombre de fe, un hombre de Iglesia, al servicio de la cultura y de la libertad, al servicio de la comunidad de los creyentes y de todos los hombres y mujeres de una tierra manejada por las tribus de los prepotentes”, así lo define el teólogo Xabier Pikaza. “Es uno de los grandes símbolos de la cultura universal, del latido de libertad de América Latina, de la presencia cultural y social de la Iglesia en el mundo”.
Nada más salir del hospital, su secretaria, Luz Marina Acosta, declaraba que el escritor, de 94 años de edad, envió una carta al Papa agradeciéndole el levantamiento de la suspensión. “Muy querido papa Francisco. Acabamos de tener el emocionante evento de la concelebración de la misa junto con el Nuncio entre nosotros. Aprovecho también para agradecerle su bendición, la que recibo amorosamente”, se lee en la misiva.
Tal vez la del hospital haya sido la primera y última misa de Ernesto Cardenal, un poeta, un sacerdote, un político, pero sobre todo un hombre comprometido con la causa de la liberación de los pueblos en Latinoamérica, como decía. Un camino que jamás abandonó y que le valió en su día la condena de Roma. Ahora, los vientos del Vaticano, al menos en esto, han cambiado.