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El duelo aplazado: las consecuencias de vivir sin el último adiós arrebatado por el coronavirus

Personal sanitario realiza el entierro de una víctima de coronavirus, en el cementerio Sao Franscisco Xavier en Río de Janeiro (Brasil).

Elena Cabrera

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El coronavirus ha atravesado las muertes de todos, incluso de los que no han muerto por COVID. Las condiciones han ido variando a lo largo de la pandemia pero han sido muchos meses de restricciones en los que los rituales funerarios se han visto alterados y restringidos y en los que en muchos casos –en especial en enfermos de COVID-19– no ha habido despedidas, tan solo vacío. Durante el pico de la pandemia, no más de tres personas podían asistir a la inhumación o cremación. En la primera fase de la desescalada el grupo se aumentó a diez; en la fase 2, ya en verano, hasta quince personas y en la tercera, hasta 25, pero manteniendo una distancia de metro y medio entre ellos. “Esos momentos han provocado un impacto emocional tremendo en las personas dolientes”, asegura el psicólogo especializado en duelo Vicente Prieto.

“Además del dolor por la desaparición de un ser querido al que no le tocaba [morir], el dolor se ha incrementado porque se ha roto el proceso funerario del último adiós, el funeral y el enterramiento”, explica. Por la consulta de Vicente Prieto están pasando muchas personas “en situaciones bastante extremas” que, al no poder normalizar el duelo, les ha sobrevenido “un duelo patológico”, un estado limitante en el que precisan ayuda psicológica: “Son las personas que no retoman el trabajo ni la rutina normalizada, que no entienden el proceso que están llevando, que se aíslan y en las que se pueden desencadenar trastornos ansioso-depresivos e incluso, en alguno de ellos, estrés postraumático, ya que sufren también el miedo al contagio y el miedo a contagiar”. En la foto fija de los días 8 y 10 de abril de 2020 que sacó la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid con una encuesta a más de dos mil personas, encontraron un 22% de casos con un nivel elevado de síntomas por depresión, bastantes más mujeres que hombres, bastantes más jóvenes (18-34) que cualquier otro grupo de edad.

Prieto recomendaba a sus pacientes tres cosas. La primera suponía aceptar la realidad ante la pandemia, aunque sea invisible; no prolongar la situación de injusticia ni preguntarnos “¿por qué nos ha pasado a nosotros?”. La segunda fue la de usar las videoconferencias para conectar a la familia y “llorar juntos”: “aunque no hay ninguna tecnología que sustituya un abrazo, hay que adaptarse a lo que tenemos”. La tercera estrategia consistía en, cuando se les permitiera, realizar “un homenaje como se merece el ser querido, ya sea religioso o cualquier ritual laico con el mismo fin y recordar que ahora ya no está entre nosotros pero está con nosotros”. El llamado “último adiós” es un momento de despedida junto al cuerpo de la persona ya fallecida, precisamente el que más ha faltado durante las muertes en pandemia, pero Prieto no le da tanta importancia y recomienda que es mejor recordar “los cientos y cientos de horas que sí hemos podido vivir y compartir con esa persona”.

Cómo arrancar el proceso de duelo

En la guía sobre el duelo durante la COVID que elaboró el Instituto IPIR dedicado a formar a terapeutas en el duelo y las pérdidas, recomendaban algunas formas de romper el aislamiento total de las personas mayores o en riesgo y que pudieran ayudar a canalizar la pérdida: contar con la complicidad de los empleados de la funeraria para despedir al ser querido con la lectura de una carta, el depósito de un objeto personal dentro del ataúd, darle al play en un móvil para hacer sonar una canción especial e incluso también retransmitir el entierro con una videollamada o grabar el momento. Otra de las recomendaciones consistía en instalar en una parte de la casa, tranquila e íntima, “un rincón del recuerdo”, donde poder llorar, hablar o rezar. 

Las despedidas ayudan a preparar el duelo inminente pero, con el aislamiento y riesgo de contagio, muchas personas han muerto en soledad, sedadas, acompañadas por los enfermeros y enfermeras, que en su trabajo de cuidados se veían en la tesitura de paliar la ausencia de la familia. La organización sin ánimo de lucro Covidwarriors consiguió más de tres mil dispositivos donados por empresas para conectar a más de 62 mil personas en los hospitales durante el confinamiento. Los voluntarios configuraban los teléfonos o las tablets y los dejaban listos para usar. Intentaron diversos usos, como el de los pacientes religiosos que deseaban recibir la extrema unción por parte de un sacerdote o la conexión entre un paciente y un psicólogo.

En el contexto de la pandemia se ha roto el tabú de la muerte; ahora hay una necesidad urgente de hablar del tema. Se ha hecho muy evidente que despedirse de una manera deseada es salud pública.

Julia Sánchez Cid Colectivo Soms Provisionals

Finalmente vieron que donde más falta hacían era en la comunicación con las familias, ya que a muchos enfermos se les guardaba el móvil en los hospitales y quedaban totalmente aislados. A partir de ese proyecto, llamado Derecho a conectarse, surgió otra necesidad. “Familias que no habían visto a su ser querido en 20 días desde que le ingresaron y de repente les decían 'ya se ha ido' y no se puede hacer ningún ritual, ni reunirse más de dos personas”, recuerda Patricia Ripoll; “ahí es cuando articulamos Trascendencia para hacer ceremonias virtuales de despedida: hacíamos un Zoom, que podía ser con enfoque religioso o no, y la familia se reunía con una persona que guiaba todo el proceso. Más que crear un funeral, queríamos simular lo que sucede en los tanatorios, que cuando vas a velar al muerto acabas creando estos corrillos en los que recuerdas anécdotas o la vida de esa persona. Se veía que en tres o cuatro meses no se iban a poder hacer funerales y había que iniciar ese proceso de duelo”.

En la residencia de ancianos privada Montcau de Terrassa tienen una cuenta de Instagram que es una ventana a cumpleaños, fiestas, tartas y manualidades. Llegada cierta fecha, las fotos se cubren de mascarillas y EPI. A partir del 28 de febrero del año pasado, cerraron las puertas y allí no entró ni un familiar, ni un proveedor, nadie. Y ha sido un caso de éxito: hasta hoy no ha habido un solo enfermo de COVID entre ellos. Los residentes no tenían otra opción que comunicarse por videollamada por móvil con sus familiares. Les costaba identificar los rostros y veían, difícilmente, a sus familiares en la pequeña pantalla de los smartphones. El 13 de abril, dos empleados grabaron un vídeo pidiendo si alguien se ofrecía a regalarles una tablet para que pudieran hacer videollamadas en las que verse mejor. Cinco días después, Covidwarriors les mandó dos. “Las caras de los abuelos eran increíbles”, recuerdan las auxiliares Elena y Toñi, acompañadas de Evelyn, la directora del centro. Afortunadamente durante el periodo más restrictivo no hubo ningún fallecimiento entre los 22 residentes, por lo que no tuvieron que utilizar las tablets para paliar ese protocolo del “final de vida” que, en verano, cuando sí hubo alguna muerte por otras causas ajenas a la pandemia, se hizo invitando a los familiares a la residencia, para reunirse y acompañar a la persona, todos protegidos con EPI.

El negocio de la muerte

Según la patronal del sector funerario, este factura 1.565 millones de euros anuales, un 0,13% del PIB. Hay más de 1.100 empresas públicas y privadas pero las cinco grandes facturan más de 50 millones de euros anuales cada una. El colectivo Soms Provisionals forma parte de las voces críticas hacia cómo se configura este sector y apunta ideas y un trabajo de reflexión para politizar la experiencia del fallecimiento: “poner la muerte en el centro es cuidar la vida en un sentido muy amplio”, explica Julia Sánchez Cid. “Cuando se hace negocio y una empresa obtiene lucro de una necesidad básica, como el agua, la educación, la sanidad o la muerte, sea un céntimo o sean millones, que es el caso del sector funerario, está habiendo una injusticia. Es una privatización en la que se le quita poder y margen de decisión a la gente para elegir cómo quieren despedirse, el espacio del ritual, los productos que implican, los que son o no son obligatorios, además de la falta impresionante de información, que viene motivada no solo por el tabú sino porque el sector funerario es bastante opaco, como ya denunció el Síndic de Greuges en Catalunya”.

"Creo que en la literatura infantil habrá que trabajar en el futuro el tema de las despedidas sin poderte despedir, eso ha sido de lo más doloroso que ha tenido esta pandemia. Lo de haber visto a tu abuelo por Zoom y que de golpe ya no esté"

Javier Fonseca reseñista de libros para niños sobre la muerte

Para Sánchez Cid, esta crisis, aún siendo terrible, supone una oportunidad de cambio. “En el contexto de la pandemia se ha roto el tabú de la muerte; ahora hay una necesidad urgente de hablar del tema. Se ha hecho muy evidente que despedirse de una manera deseada es salud pública. Toda la gente que tiene ahora duelos traumáticos porque no ha podido despedirse o porque la persona que ha muerto estaba sola y no tenía contacto con los seres queridos ha sido muy criticado. No voy a valorar si se debería haber hecho de una manera u otra pero sí que esta no es solo una cuestión de evitar las muertes que podrían no haber ocurrido, ya que la muerte siempre ocurre, pero aunque hay una parte de la muerte en la que somos impotentes, hay otra en la que sí tenemos poder, que es la de cuidar cómo morimos y cómo nos despedimos, hay un poder colectivo en ello. Hay muchas maneras de morirse y sí que hay una diferencia importante en ello, una persona puede morirse en casa acompañada de sus seres queridos o, sin haberlo elegido, sola en un hospital. Sin juzgar una cosa o la otra, lo importante es que la persona haya podido preguntarse ‘¿cómo quiero morir?”. De igual manera, recuerda Julia que aunque en el entorno urbano ya no se realizan, los velatorios en las casas siguen siendo legales y que la ley española obliga a prepararlo todo en un plazo apresurado de 48 horas, mientras que en otros países el tiempo es mayor y permite una reflexión sobre la despedida deseada.

Honestidad infantil

El miedo a hablar de la muerte es natural, lo que no debe ser es paralizante. Los niños y las niñas hablan de la muerte con una honestidad que a los adultos les deja pasmados, como recuerda el escritor de literatura infantil y juvenil Javier Fonseca, reseñista de libros para niños sobre la muerte en la revista Adiós, publicada por la funeraria Funespaña. Hay abundancia de buena literatura al respecto, tanto como para que Fonseca pueda recomendar un buen título al mes en los últimos siete años. Los cuentos, por su capacidad simbólica, ayudan a explicar a los niños y niñas relatos y experiencias con la distancia de la metáfora. “Este año he pensado que los niños han perdido muchos abuelos, especialmente, y esto les habrá marcado, junto al tema del encierro, y por experiencia propia, creo que en la literatura infantil habrá que trabajar en el futuro el tema de las despedidas sin poderte despedir, eso ha sido de lo más doloroso que ha tenido esta pandemia. En la literatura infantil se ha tratado el duelo, el acompañamiento y la despedida pero este es un tema totalmente nuevo, haber visto a tu abuelo por Zoom y que de golpe ya no esté, sin ritual ni despedida, posiblemente deje huella y es una oportunidad para reflexionar de ello desde la literatura”.

Es importante dejar a los niños que lo hagan como ellos quieran, sin forzarles pero dándoles herramientas para que puedan canalizar esto. Puede ser un dibujo o simplemente escucharles o respetar su silencio

El padre de Javier falleció hace un año a causa de la COVID-19: “Una pérdida de alguien cercano siempre marca, pero en estas circunstancias, más. Yo tengo aquí las cenizas de mi padre y no nos hemos podido juntar la familia para despedirle todavía, ni hacerle ninguna ceremonia. Al menos, me he buscado mis maneras de hacer mis rituales y aquí le tengo en un pequeño altar, con una vela encendida de vez en cuando y con la familia hemos hecho alguna cosa, por WhatsApp o Zoom para homenajearle y acordarnos de él de vez en cuando. Buscas tus maneras para ir cerrando un poco, aunque nunca se cierra del todo, pero ahora mismo estoy agradecido de tenerlo aquí porque me acuerdo mucho de él, mucho más que si estuviera enterrado en otro sitio”. Los niños de la familia de Javier, los nietos, han tenido que aceptar la realidad de lo ocurrido, “incluso sin haberle visto”. 

Con motivo del Día de Todos los Santos, en el cementerio de Alcalá de Henares (Madrid), Funespaña organizó un encuentro sobre las víctimas de la COVID y le pidieron a Javier Fonseca que participara con su testimonio. Allí, él habló de la necesidad de los rituales, aunque sean pospuestos en el tiempo, para “cerrar no, porque no es algo que se cierre nunca, y bien está porque se aprende de ello y es parte de la vida, pero sí para empezar a digerir, y en especial para los niños”. El escritor recuerda que, cuando falleció su suegra, sus propias hijas, menores de diez años, decidieron acudir al tanatorio y realizar unos dibujos, que pidieron que se introdujeran en el ataúd: “Es importante dejar a los niños que lo hagan como ellos quieran, acompañándoles, sin forzarles pero dándoles herramientas para que puedan canalizar esto, que puede ser que sea con un dibujo o simplemente escucharles o respetar su silencio. Es importante estar a su lado y en eso los libros ayudan bastante”.

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