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Las mascarillas del CSIC empezarán a fabricarse masivamente, mientras diseñan modelos homologados para niños y a demanda de las personas sordas

Varias personas con mascarilla a la salida del Hospital Gregorio Marañón. EFE/Mariscal/Archivo

Marina Estévez Torreblanca

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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) está trabajando en el diseño y fabricación de mascarillas homologadas semitrasparentes en respuesta a la reivindicación del colectivo de personas sordas, que han sufrido un importante perjuicio en su forma de comunicarse durante la pandemia de COVID, ya que desde que se generalizó la necesidad de tapar la boca para evitar contagios no pueden leer los labios de sus interlocutores.

“Me gustaría que las mascarillas que usan las personas que atienden al público en empresas y en organismos fueran transparentes”, explica a este periódico Andrés Rodríguez. Desde que comenzó la pandemia ha tenido que ir buscando medios para adaptarse. “Yo mismo para empezar digo que soy sordo para que asimilen la situación... algunos se bajan la mascarilla y otros prefieren por escrito. Hacemos lo que podemos para tener una comunicación fluida”, relata. “Me gustaría que las usaran médicos, profesores, funcionarios, atención al público...nuestro colectivo necesita ver las expresiones de la cara”, abunda por su parte Marisa, también sorda.

Marcos Lechet consiguió un importante eco social y mediático para esta reivindicación tras reunir 70.000 firmas, y reunirse con el ministro de Sanidad, Salvador Illa, y con representantes del Ministerio de Consumo. “Las mascarillas faciales que se utilizan actualmente, ocultan la mitad del rostro del usuario. Esto hace que la comunicación sea más difícil, y en muchos casos imposible, para las personas sordas, con problemas de audición y otras personas (por ejemplo las personas autistas), al evitar la lectura de labios, amortiguar el habla y enmascarar las expresiones faciales”, subraya.

Fabricar con las tecnologías convencionales una mascarilla transparente y a la vez estanca y homologada “es imposible o muy difícil”, explica el investigador José María Lagarón, del Instituto de Agroquímica y Técnica Alimentaria (IATA-CSIC), jefe del equipo que se está encargando de desarrollar esta línea de negocio del centro público. Gracias al material que ha desarrollado el CSIC, las nanofibras, sus mascarillas son 60 veces más finas que el material tradicional. La idea que quieren desarrollar implica mascarillas que “no serían totalmente transparentes como un cristal, pero sí lo suficiente como para permitir que una persona se pudiera comunicar y se pudiese ver el movimiento de la boca”, adelanta Lagarón a este medio, tras haberlo comentado ya con miembros del Gobierno que se habían interesado por este tema. La idea es utilizar un material transparente pero microperforado, ya que las mascarillas necesitan una porosidad para poder respirar.

“Si no es estanca lo que tienes es una de esas viseras transparentes que no te protegen de nada más que del impacto directo de gotas gordas, pero no de los aerosoles, de las gotas finas”, explica Lagarón.

Sobre cuándo podrán estar a la venta estas mascarillas, asegura que “el desarrollo en sí mismo es lo más fácil de hacer. Lo más difícil es luego integrarlo dentro de la maquinaria de fabricación, de la confección de la propia mascarilla. Y lo siguiente es pasar las certificaciones, que es la pesadilla que llevamos todos los que trabajamos en este tema y es lo que más tiempo lleva”, subraya. Esto implica que una vez ya hecha la mascarilla, deben pasar cinco o seis semanas hasta que el organismo notificado correspondiente lo valide. En total, pueden pasar dos o tres meses hasta que las mascarillas semitransparentes puedan adquirirse.

Además, el Consejo está aprovechando las ventajas de sus materiales para intentar diseñar una mascarilla EPI (con protección FFP) para uso de niños. “Vamos a sacar en los próximos meses tres diseños distintos para intentar adecuarlos a las diferentes ergonomías de las caras de las personas, incluida para niños también”, afirma.

Éxito de sus mascarillas EPI

Prueba de las dificultades y del “atasco” en los organismos notificados ha sido el propio proceso de fabricación y venta de las mascarillas que Bioinicia (CSIC) empezó a comercializar el pasado mes de agosto. El éxito de los EPIs, hechas de nanofibras, más ligeras y seguras contra la COVID, fue inesperado, y a los tres días de sacarlas a la venta se habían hecho casi medio millón de pedidos. En los almacenes de Bioinicia, spin-off del CSIC, ya hay material de filtro almacenado suficiente “para servir a toda España y Latinoamérica”, explica Lagarón. Y también cuentan con el equipamiento necesario para medir filtración y respirabilidad de los materiales, frente a otros fabricantes. Pero lo que faltaban eran empresas finales que confeccionaran la mascarilla. Todo este material sanitario se había deslocalizado a países de bajo coste, principalmente China, y las empresas con las que finalmente está trabajando este proyecto, cofinanciado por el CSIC y la Agencia Valenciana de Innovación, han tenido que ponerse al día, adquirir maquinaria, etcétera.

Además, un imprevisto con las certificaciones de uno de los fabricantes contratados, el alemán IMSTec, que es el que tiene más capacidad de fabricación (consiguió el certificado en el organismo notificado en Alemania, pero hasta la semana pasada no se reconoció en España), retrasó la producción masiva de las mascarillas. Todo ha quedado este tiempo en manos de una empresa más pequeña afincada en Cataluña, Palens, y de un distribuidor externo que tenia una tienda electrónica. De este modo, todas las unidades que se han ido fabricando durante el mes de septiembre se han destinado sobre todo a cubrir solo los pedidos de los primeros días. Cada vez que se ha puesto a la venta un nuevo lote se ha agotado en horas.

“Es espectacular, hemos tenido que alojarnos en un servidor individual de internet porque cada vez que ponemos un lote a la venta se bloqueaba el que compartíamos con otras empresas”, relata Lagarón.

Pero una vez que se ha solventado el certificado en España del fabricante con mayor capacidad, el incremento productivo de Palens y la incorporación de otros fabricantes, esperan a mediados de noviembre tener capacidad para hacer 11 millones de mascarillas a la semana (hasta ahora han podido vender alrededor un millón en total). “La idea es que se pueda proteger a todo el territorio nacional y también exportar, sobre todo a Latinoamérica, donde tenemos una demanda muy grande”, recalca el investigador. Además de por internet, a través de la nueva tienda electrónica de Bioinicia, Proveil.es, este equipo de trabajo, cuyos beneficios redundan en parte al CSIC, va a empezar a distribuir en farmacias y supermercados.

En breve saldrá a la venta una mascarilla quirúrgica con viricida, y en unas semanas lo harán los EPIs con este compuesto. No obstante, con el último certificado que han obtenido han descubierto que ya las propias nanofibras son un ambiente nocivo para los virus, con lo que serán mascarillas con doble protección.

Estos productos obligatorios para amortiguar la pandemia podrían rebajarse próximamente en España. El Gobierno ha contactado con la Comisión Europea para preguntar cuál es el criterio respecto al IVA de las mascarillas dado que varios países han anunciado una reducción en el mismo a pesar de que está prohibido en una directiva europea y el Ejecutivo comunitario ha contestado que pueden hacer la rebaja desde el actual 21% sin temor a un procedimiento de infracción.

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