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Milagro: Francisco cambia el centro del debate en la Iglesia y sobre la Iglesia

Un Papa argentino no podía pasar desapercibido.

Belén Carreño

Entre las columnatas de la plaza de San Pedro aún resuena la voz trémula –atrapada por el Párkinson- del cardenal Jean Louis Tauran anunciando habemus papam. Ya había anochecido, aquel 13 de marzo de 2013, y los miles de fieles que esperaban bajo el balcón vaticano rugían exultantes a la espera de conocer el nombre del nuevo pontífice. Cuando Tauran pronunció el apellido Bergoglio la multitud bajó el tono, entre sorprendida y desconcertada. Un jesuita, argentino y casi octogenario, sería el nuevo obispo de Roma.

La sorpresa, y para muchos el desconcierto, se han quedado adheridos al personaje de Francisco. Tras el pontificado de Ratzinger, continuista con el de su antecesor Juan Pablo II, el argentino no ha hecho, ni dicho, prácticamente nada de lo que se espera de un Papa. O, más bien, de lo que un sector de la Iglesia católica espera de su principal gobernante.

La primera declaración de intenciones de Bergoglio fue la elección de su atuendo. Francisco viste una sotana blanca con un único adorno: un crucifijo de metal. Se calza con unos desgastados zapatos que ya le ha repasado varias veces su zapatero de Buenos Aires, y sus destartaladas gafas bailan desde hace años sobre su nariz. Con este look, Francisco lanzó, sin abrir la boca, un primer aviso. Sería Papa, pero de otro tipo.

Los gestos se sucedieron durante los primeros meses. Solo pisó los apartamentos pontificios para recoger parte de los papeles de Ratzinger y saludar al personal que sirve en el complejo. Bergoglio vive en la casa de huéspedes del Vaticano. Un alojamiento que no vende solo austeridad. El Papa recuerda también que está de paso, invitado.

Esculpidas las imágenes, vinieron los primeros hechos. Antes de rebasar los cien días de mandato, abre una investigación al banco vaticano. El sancta sanctorum de las miserias eclesiales. Durante los últimos compases del pontificado de Benedicto XVI ya había trascendido que la corrupción campaba a sus anchas en la entidad. Y Francisco decidió que esta era la primera gangrena que atajar antes de iniciar cualquier otra reforma. ¿Cómo pontificar sentado sobre un entramado de blanqueo de capitales?

En octubre, la investigación ya se había traducido en una ley que persigue cumplir los estándares de blanqueo de capitales internacionales. Lo que parece un principio elemental está siendo revolucionario de puertas vaticanas para adentro. Se ha hecho una purga del llamado Instituto para las Obras de Religión y el nuevo equipo, que goza de la confianza del argentino, tiene como mandato no dejar piedra sobre piedra en la institución financiera.

Para avanzar en la transformación, el Papa ha creado una suerte de ministerio de Economía vaticano, que hará una pormenorizada auditoría del empleo del dinero. La secretaría de Economía estará vigilada por un Consejo que estará compuesto por ocho cardenales y siete laicos, entre ellos, un español: Enrique Llano Cueto.

A la espera de ver los frutos de estos cambios, el gobierno del 266º Papa se recordará por haber pivotado sobre el cambio de discurso. El arranque oficial fue en julio, con el Encuentro Mundial de la Juventud en Brasil. Bergoglio comenzó a forjar un mensaje que los expertos ven como un cambio de paradigma.

En la propia difusión del mensaje ya radica un elemento diferenciador. Si “el medio es el mensaje” (McLuhan), Francisco eligió el periodismo como vía para llegar a su multitudinaria parroquia. El argentino ha hecho llegar su posición de gobierno en una charla informal con periodistas en un avión; en una carta abierta al director de La Repubblica (el periódico progresista de Italia) y en otra con motivo de este año de aniversario en Il Corriere della Sera. Le ha sacado todo el jugo a los medios de comunicación, pero desde una perspectiva muy diferente a la de Wojtyla. El polaco utilizó la televisión como acercamiento (y enaltecimiento) de masas. Francisco habla con los periodistas.

El mediático mensaje aterrizó por fin en un documento oficial –una exhortación apostólica- en noviembre de 2013. Una hoja de ruta sintetizada bajo el título Evangelii Gaudium (la alegría del Evangelio) donde advierte de que sus palabras “tienen un sentido programático y consecuencias importantes”.

Críticas al capitalismo

En el documento, pocos palos se quedan fuera de la atención de Francisco. Desde una dura condena al capitalismo, hasta la relativización de la posesión de la verdad por parte de los católicos. Una revisión integral. En su segundo año de mandato se ha enfrentado ya al cambio de la cúpula (el colegio cardenalicio) y en otoño al Sínodo de los Obispos, una suerte de Congreso en el que pueden salir cambios importantes de doctrina. El único asunto que se debatirá será la familia con todas sus implicaciones: relaciones sexuales, divorcio, homosexualidad...

El Sínodo será la prueba del algodón de la capacidad de Francisco de cambiar la Iglesia. Por lo pronto, lo que ha logrado es cambiar el foco de la discusión. La opinión sobre la Iglesia. Lo que parece tan sencillo es, probablemente, la tarea más complicada de todas. En un año de Gobierno, el argentino ha movido el centro del debate. En un entorno de crisis económica y desafección hacia las instituciones, una de las más desacreditadas se ha convertido en un punto de esperanza. Francisco ha sido portada de la revista Rolling Stone. Anticipar algo así el día que Ratzinger anunció su renuncia era, sencillamente, inimaginable.

Pero, la euforia también crea confusión. Algunas expectativas no se llegarán a cumplir. Bergoglio es renovación, o vuelta a los orígenes de una determinada corriente de pensamiento, la católica, que también se mueve en un estrecho canal. Apertura sí. Pero renuncia a ciertos elementos, como la oposición al aborto, no. ¿Qué se puede esperar entonces de Francisco?

A esta pregunta y otras sobre el estado de la Iglesia y la religión católica en España tratará de dar respuesta el próximo número de la revista Cuadernos que saldrá a la calle a finales del mes de marzo.

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