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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El estigma puede ser la segunda batalla para Teresa Romero y los aislados por ébola

Un sanitario del hospital Carlos III asomado a la ventana de la habitación de Teresa Romero.

Vanessa Pi

Los vecinos de Teresa Romero, sus compañeros de trabajo, sus familiares, sus amigos. En mayor o menor medida, todos han sido estigmatizados desde que el 6 de octubre se diagnosticara ébola a la auxiliar de enfermería. Rechazo a los vecinos de la urbanización donde vivía Teresa, en Alcorcón (Madrid); miedo en las escuelas de la ciudad, en los centros sanitarios y en los espacios públicos. La fobia colectiva al contagio ha provocado episodios como el vivido por uno de los hermanos de Teresa, Juan Ramón, a quien su jefe invitó a no acudir a trabajar. O el de las peluquerías de la ciudad, que han perdido clientes, no fuera que la enferma hubiera extendido el virus en alguna de ellas.

También en el hospital de Alcorcón, donde atendieron a Teresa, varios de sus profesionales sanitarios fueron señalados. En el centro, como el Hospital Carlos III, se siguen notando las cancelaciones en las consultas con los especialistas y un descenso de la demanda en las urgencias. “La situación se está normalizando”, explica Juan Izquierdo, enfermero del centro. Pero aún se nota que el hospital “está más tranquilo”, que atiende a menos personas. Sobre todo en Urgencias, la gente sigue preguntando: “¿Está Teresa sana?”

El estigma es el segundo bache al que se enfrentan quienes han vivido el ébola de cerca. No importa si se han infectado o no, ni siquiera si han podido estar en contacto con el virus. Como se ha visto, muchos ni siquiera conocían a la enferma. No obstante, el rechazo social ya les ha afectado en su día a día. “El ser humano, cuando se siente amenazado por algo que excede a su control, siente miedo y rechazo. Es la respuesta natural”, explica la presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN), Eudoxia Gay. “El problema es cuando este miedo se socializa y el grupo, en lugar de contenerlo, permite que cunda el pánico”, prosigue.

Este lunes 27 serán dados de alta –si ninguno de ellos presenta síntomas– los últimos pacientes ingresados en el hospital Carlos III como posibles infectados. Y está previsto que en unos días Teresa Romero sea trasladada a planta. Los análisis ya no detectan carga viral en su sangre. Su sistema inmune ha conseguido generar anticuerpos capaces de neutralizar al patógeno. Se enfrenta ahora a la recuperación de las secuelas físicas que le ha dejado la enfermedad.

Pero, ¿qué pasará cuando vuelva a casa? ¿Será la explicación científica suficiente para evitar que sus vecinos teman el contagio? ¿Será suficiente para evitar que la auxiliar de enfermería sufra algún tipo de rechazo, teniendo en cuenta los episodios vividos los últimos días en Alcorcón?

No parece que el caso español vaya a asemejarse al de África. Allí, la enfermedad ya ha matado a más de 4.877 personas y sus supervivientes se enfrentan ahora al rechazo de sus vecinos y de sus propias familias. “En la medida de que en España se dispone de suficiente información, las posibilidades de estigmatizar a la víctima de la enfermedad se reducen”, explica el presidente de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), Ildefonso Hernández.

“El estigma no es un desenlace inevitable, hay que tratar de prevenirlo o minimizarlo”, asegura Hernández. El experto en salud pública destaca el sufrimiento humano que causa el rechazo social, que a su vez “en ocasiones dificulta diversas acciones preventivas”. Hay que tomar medidas. “Es necesario hacer lo contrario de lo que se ha venido haciendo: informar desde la verdad y en positivo, racionalizar el miedo”, asegura Eudoxa Gay. “Siempre habrá personas miedosas, hipocondríacas u obsesivas, pero la inmensa parte de la sociedad respondemos con normalidad”, asegura.

Ildefonso Hernández coincide con la solución: “La transparencia debe mantenerse al máximo nivel y deben realizarse acciones que aumenten la confianza de la población”. Añade que la cuestión clave es “facilitar una fuerte y creciente capacidad de confianza pública”. Para ello, explica que “lo conveniente es reforzar la actuación de los portavoces científicos y profesionales que están actuando apropiadamente”. En este sentido, la jefa de Psiquiatría del Hospital La Paz-Carlos III, Marifé Bravo, subrayó el pasado martes ante los medios que “no hay razón” para el rechazo y se mostró confiada en que así será, dada la “madurez” que ha demostrado la sociedad.

Estrés postraumático

A la posibilidad de cierto rechazo social, hay que añadir las secuelas psicológicas que afrontan Teresa y quienes han estado en cuarentena. “Van a sufrir un estrés postraumático”, explica Eudoxia Gay, que destaca la dureza de permanecer durante tantos días aislado, sin la posibilidad de coger ni siquiera a alguien de la mano. En el caso de Teresa, ella sí ha estado enferma y todavía debe recuperarse de los problemas físicos que le ha causado la enfermedad.

A ello se suma que “su sufrimiento ha sido mostrado por las cámaras”, explica Gay. El aislamiento al que ha sido sometida le ha impedido saber que su rostro ha ocupado portadas. Hasta esta semana, Teresa tampoco ha sabido que su perro Excalibur ha sido sacrificado. Su vida ha dado un giro de 180 grados. “Ha sido herida en su profesionalidad, ha sido denostada y convertida en héroe sin quererlo”, insiste Gay.

Los expertos aseguran que precisamente lo que hay que hacer ahora es tratar a Teresa con normalidad. Marifé Bravo insistió en sus intervenciones en la importancia de no victimizarla. En unos días, la auxiliar de enfermería ha pasado de ser acusada de su propio contagio por el consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez, a recibir una condecoración por parte de la Comunidad de Madrid, según anunció el jueves su presidente, Ignacio González.

“Tenemos que dejarla en paz, tranquila”, insiste Eudoxia Gay. La receta es la misma para el resto de personas que han estado en cuarentena. Y el mensaje va para todos, también para los medios de comunicación. “Deben hacer su duelo y cuando demanden atención psicológica, dársela. No debemos crear un mundo psicologizado, porque nosotros no somos quién para decirle a nadie cómo se tiene que sentir, no somos más expertos en sentimientos que las propias personas”, añade. El Hospital La Paz-Carlos III desplegará todo su apoyo psicosocial y lo pondrá al servicio de quienes lo necesiten, según ha anunciado su jefa de Psiquiatría.

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