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The Guardian en español

El gobierno de Polonia quiere reescribir la historia y su ejemplo puede extenderse

Soldados polacos patrullando las calles de Varsovia / CC.

Estera Flieger

Periodista en Gazeta Wyborcza —

Los populistas tratan el pasado como si fuera comida rápida: van directos a lo que les resulta más sabroso y satisfactorio, dejando a un lado otra comida que podría ser más saludable y más nutritiva para todos. Pero el estudio honesto de la historia no tiene como objetivo el hacernos sentir bien. Pensemos en el caso de la Segunda Guerra Mundial y cómo, 80 años después de la invasión de Polonia, en Gdansk se está desarrollando una disputa por un museo sobre la guerra.

Los ultraconservadores del partido gobernante Ley y Justicia han intervenido tanto en la narrativa que ha adoptado el museo y su principal exposición que cuatro historiadores polacos que participaron en la creación y lanzamiento de la institución no han tenido más opción que acudir a los tribunales.

Los tribunales no es el mejor sitio para juzgar las lecciones de la historia. Seguramente las universidades, las academias, las bibliotecas y los museos son mejores para este tipo de debates.

Os explicaré cómo hemos llegado a este punto.

El Museo de Gdansk sobre la Segunda Guerra Mundial fue inaugurado en 2017 a bombo y platillo. Su característica singular y no tradicional iba a ser un enfoque especial tanto en el contexto global de la guerra como en el destino de la población civil en medio del sangriento conflicto. Tardaron ocho años en armar la exposición principal. El historiador estadounidense Timothy Snyder dijo que el proyecto era una “hazaña civilizacional” y “quizá el museo dedicado a la Segunda Guerra Mundial más ambicioso del planeta”.

Pero los ultraconservadores, que habían llegado al poder en las elecciones de dos años antes no lo pudieron soportar, ya que preferían una versión de los acontecimientos que retocara la historia real y glorificara a la nación. Rápidamente, el Ministro de Cultura y Patrimonio Nacional, Piotr Gliński, echó al director del museo de Gdansk, Paweł Machcewicz. El nuevo director, Karol Nawrocki, se propuso modificar la exposición principal sin consultar a los autores. Esta revisión se realizó según instrucciones del Gobierno para enfatizar la glorificación de las acciones del Ejército polaco y pintar a Polonia como una nación honesta: el museo sería un monumento al victimismo nacional.

Por ejemplo, Nawrocki reemplazó un vídeo de las experiencias de la población civil en la guerra con otra filmación totalmente diferente en la que se incluyen afirmaciones que solo pueden ser descritas como propaganda política: frases como “nosotros salvamos a los judíos”, “damos vida en nombre de la dignidad y la libertad”, “fuimos traicionados”, “el Papa dio esperanzas de triunfo”, “los comunistas perdieron”, “nosotros ganamos” y “no suplicamos por la libertad, sino que luchamos por ella”.

Esta es una reescritura populista de la historia. Los historiadores populistas le dicen a la gente -especialmente a quienes han votado por ellos- lo que quieren oír sobre el pasado. Para ellos, recordar la guerra es un juego de suma cero: es sobre ganadores y perdedores. Les importan poco las complejidades y mucho menos el reconocimiento de los capítulos oscuros del pasado colectivo de Polonia ¿Qué es lo que realmente hemos aprendido del pasado? Viejas fotografías de una Varsovia destruida me recuerdan a las imágenes nuevas de otras ciudades, como Alepo, que en tiempos recientes han experimentado la brutalidad de violentos ataques militares. Con mayor razón debemos recordar lo que sucedió en el pasado y a aquellos que quedaron atrapados en el horror.

Sin embargo, para los historiadores populistas -no solo los polacos-, la historia no es para aprender lecciones. Es o bien un juguete para endulzar las complejidades nacionales, o bien un arma para asuntos exteriores (por ejemplo, para las relaciones de Polonia con Ucrania o con Israel).

Machcewicz, junto con los otros historiadores fundadores del museo, Janusz Marszalec, Rafał Wnuk y Piotr M Majewski, respondieron con un contundente “no”. Han denunciado al nuevo director del museo por violación de sus derechos como autores del contenido de la exposición y han amenazado con frenar otros cambios en el museo. Yo estoy totalmente de acuerdo con Machcewicz, que describió esta saga como “la disputa más importante sobre la historia que se ha dado en Polonia en los últimos años”.

El caso, sobre el que aún deben dictar sentencia los tribunales, es el primero de este tipo en Polonia y probablemente en Europa. No se me ocurre otro ejemplo de una exposición montada por un museo importante que haya sido censurada por el Gobierno por prestar demasiada atención a la población civil y por no glorificar lo suficiente a la nación. Pareciera algo más propio de la Rusia de Putin que de un Estado miembro de la Unión Europea.

El fallecido Leszek Kołakowski, uno de los filósofos más importantes de Polonia, escribió en su ensayo Doctor Fausto: “Gracias al pasado aprendemos a reconocer a nuestro alrededor los rostros que han sido tocados por su peor legado”. Para mí, una joven polaca, esta es la mejor definición del propósito del estudio de la historia. No sorprende que la censura comunista no le permitiera a Kołakowski publicar esas palabras. Y ahora, 30 años después del colapso del régimen comunista en Polonia, otra vez la historia es manipulada con fines políticos. Es como si solo fuera aceptable una versión de la historia: aquella aprobada por un gobierno de derechas que ha permitido innumerables actos de retroceso democrático e intentará ser reelegido el mes que viene. Cualquiera que vea las cosas de forma diferente es declarado enemigo público.

Cuando comencé a investigar la disputa por el Museo Gdansk, me pareció un buen tema periodístico, especialmente porque estudié historia en la universidad y es algo que me apasiona. Pero de a poco se fue convirtiendo en algo mucho más personal: me di cuenta de que esto se trataba de nuestros valores como sociedad. Y debe ser un tema personal para cualquiera a quien le importen el pluralismo y el debate en libertad. Esta es una batalla para impedir que la historia sea escrita en blanco y negro, para impedir que sea funcional a una agenda política. Es una batalla por una historia que nos inspire a establecer relaciones entre el pasado y nuestro mundo actual. Podrán parecer palabras grandilocuentes. Pero esos cuatro historiadores que han desafiado al Gobierno están luchando por algo mayor que el futuro de un museo. Esto tiene un significado europeo. Nos atañe a todos.

Estera Flieger es periodista del periódico polaco Gazeta Wyborcza.

Traducido por Lucía Balducci

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