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The Guardian en español

Ibram X. Kendi: “El racismo y el capitalismo surgen al mismo tiempo y se han alimentado mutuamente”

El historiador Ibram X. Kendi en una conferencia en 2018.

Owen Jones

Es un recuerdo que todavía perturba a Ibram X Kendi. Eran los años noventa y Kendi, estudiante de último año de bachillerato, tenía que pronunciar un discurso en un concurso de oratoria celebrado en honor de Martin Luther King.

“Cuando pensamos en Estados Unidos en la década de los noventa, pensamos en un periodo de la historia del país en el que los miembros de ambos partidos [Republicano y Demócrata], personas de todas las razas, percibían que el auge de crímenes violentos entre los jóvenes afroamericanos, especialmente en los barrios de las ciudades, era una consecuencia de un problema de la juventud afroamericana y el creciente porcentaje de hogares monoparentales”, señala. El historiador describe este contexto: “Muchas personas llegaron a pensar que la raíz del problema era que algo fallaba con las jóvenes madres afroamericanas”. 

“Tanto los blancos como los afroamericanos pensaban que algo iba mal con la juventud afroamericana: no le daban la suficiente importancia a la educación, solo pensaban en tener relaciones sexuales y quedar embarazadas y ”sus padres no las habían educado bien“. Esa fue la década en la que los afroamericanos fueron etiquetados como ”superdepredadores“. Kendi había interiorizado esas nociones racistas y las plasmó en un discurso ante miles de jóvenes, en su mayoría afroamericanos. Y el público lo vitoreó.

“En un día que debería haber servido para poner en valor a los jóvenes afroamericanos –de hecho, [los estudiantes] representábamos todos los aspectos positivos de la juventud afroamericana– lo único en lo que podía pensar era en todos los aspectos negativos de la juventud afroamericana. Interioricé por completo todas esas ideas racistas porque en su mayoría me las inculcaron los adultos”, señala Kendi. 

Kendi es un gigante de voz dulce, que se recoge las rastas en una coleta y lleva traje con un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. Este carismático historiador y escritor se está convirtiendo en unos de los intelectuales más destacados que reflexiona en torno al racismo. Nació en el barrio neoyorquino de Jamaica, en Queens, durante la presidencia del republicano Ronald Reagan. Sus padres se conocieron en 1970 en una conferencia centrada en la teología afroamericana, que él describe como “las nociones de que el cristianismo, para el cristiano afroamericano, debe ser una forma y una fuente de liberación, que Jesús es negro, que Dios es negro, que la Iglesia debe ser relevante para la comunidad negra”.

Sus padres se convirtieron en pastores y le inculcaron esta fusión de ideas cristianas y poder negro. Cuando era niño escuchaba los eternos debates de sus padres sobre cómo luchar contra el racismo para garantizar que las personas afroamericanas “pudieran ser realmente libres en EEUU”.

Durante su etapa de estudiante se cambió su segundo nombre. Tras aprender el papel que desempeñó el explorador portugués Enrique el Navegante en el comercio de esclavos, decidió que ya no quería que su segundo nombre fuera Henry (Enrique en inglés) y pasó a ser Xolani ('sé pacífico' en el idioma zulú). Más tarde, según la revista The New Yorker, coincidiendo con su boda, él y su esposa decidieron apellidarse Kendi, que significa “el amado” en el lenguaje keniata de Meru.

Con formación en periodismo y estudios afroamericanos, su tesis doctoral analizó los movimientos estudiantiles radicales negros de los años sesenta. En 2016 ganó el National Book Award con el libro Stamped from the Beginning (Pisoteados desde el principio); un ensayo que busca contar “la historia definitiva de las nociones racistas en EEUU”.

En la era de Donald Trump y del populismo, su nuevo libro, Cómo ser antirracista, no podría ser más necesario. En esencia, se trata de una idea aparentemente simple que, de alguna manera, cuando se lee, nos permite entender una obviedad: cualquier persona que quiera luchar de verdad contra el racismo no debe identificarse como “no racista”, sino como “antirracista”. De hecho, para Kendi la historia de EEUU puede ser percibida como una lucha entre las ideas racistas y las antirracistas.

“Creo que a la mayoría de las personas de todo el mundo se les enseña a creer y a creer de sí mismos que no son racistas”, explica. Incluso las personas que son manifiestamente racistas a menudo no se identifican como tales, señala Kendi, desde los colonizadores y dueños de esclavos hasta los nacionalistas blancos del siglo XXI. “Soy la persona menos racista del mundo”, declaró Trump, un presidente racista, en julio. “No creo que la gente se percate de que al presentarse como 'no racistas', se identifican esencialmente de la misma manera que los supremacistas blancos”, señala Kendi.

La afirmación de “no ser racista” no conlleva tener que luchar contra el racismo. En cambio, ser antirracista implica interiorizar un pensamiento que confronta directamente la del racismo.

Según Kendi, los racistas sostienen que “algunos grupos raciales son mejores o peores que otros”, mientras que una persona antirracista “expresa activamente que todos los grupos raciales son iguales”. En su opinión, no hay término medio. O bien apoyamos los sistemas y las políticas que promueven la desigualdad racial, con entusiasmo o de forma pasiva, o bien los combatimos activamente. “Por lo tanto, el término 'no racista' no sólo carece de significado, sino que también implica que existe este tipo de espacio seguro al margen en el que una persona puede estar, cuando no hay neutralidad. O somos racistas o antirracistas”, mantiene Kendi. Por esta razón decidió escribir este libro, en el cual explica por qué no podía definir el “no racismo” y quería responder a los que preguntaban: “¿Cómo puedo ser antirracista?”

Cómo aplicar el antirracismo

¿Qué implicaciones tiene esta reflexión en la práctica? Por un lado, los movimientos antirracistas estadounidenses han exigido que se reparen los daños causados a la población racializada durante siglos de opresión e injusticia sistémica. Su reivindicación ha sido caricaturizada como la emisión de un cheque en blanco a ciudadanos afroestadounidenses, pero en un manifiesto de 2016, la coalición de Movimiento para las Vidas Negras detalló lo que podría significar: acceso universal a la educación para todos los afroamericanos; unos ingresos que cubran sus necesidades básicas; un plan de estudios nacional que se centre en el legado del colonialismo y la esclavitud; y el acceso y control de los alimentos, la vivienda y la tierra.

“La riqueza media de los blancos en EEUU es aproximadamente 10 veces mayor que la de los afroestadounidenses, por lo que existe una enorme brecha de riqueza racial”, puntualiza el historiador, que añade también que esta brecha va en aumento. ¿Cómo sería posible, pregunta Kendi, reducir, por no hablar de eliminar, esa brecha sin reparaciones? Esta reflexión es una idea antirracista en acción.

¿Qué papel desempeñan los medios de comunicación en la legitimación de las ideas racistas y su integración en la sociedad? Los musulmanes, los inmigrantes y los refugiados se enfrentan a la demonización y al odio, por las nociones promovidas por grupos mediáticos muy distintos, desde Fox News hasta los medios de comunicación británicos de derechas. Kendi hace una pausa y, con una ligera sonrisa y midiendo cuidadosamente sus palabras, afirma que “para empezar, los principales medios de comunicación deben reconocer que históricamente han sido una plataforma de difusión para las ideas racistas”. “A lo largo de la historia, los medios de comunicación han reproducido ideas racistas, a menudo sin saberlo”, subraya.

Luego está la cuestión de cómo la extrema derecha ha intentado blindar la incitación al odio, específicamente el derecho a utilizar plataformas públicas para incitar al odio, con el argumento de que es “libertad de expresión”. Kendi señala que es peor que eso: así como la segunda enmienda de la Constitución de EEUU otorga a los estadounidenses el derecho a poseer armas que luego se utilizan para matar a sus conciudadanos, la primera enmienda, destinada a proteger la libertad de expresión, puede salvaguardar el derecho a incitar al racismo.

“Cuando sumas la primera y la segunda enmienda tienes un asesinato en masa, como ocurrió en El Paso”, señala. Kendi se refiere a la situación de desacreditar y hablar sin filtros: gritar “¡Fuego!” en un teatro lleno de gente y causar una estampida fatal. Frente a El Paso, Christchurch, Pittsburgh y Utøya, ¿qué contraargumento hay?

Una idea incorrecta sobre Trump es que su victoria electoral se produjo en la ausencia del racismo y que, por ello, el racismo promovido por el Estado es un fenómeno nuevo. Kendi sostiene que no es casual que la victoria de Trump se haya producido inmediatamente después de la del primer presidente afroamericano de EEUU. En la era de la Reconstrucción que siguió a la guerra civil estadounidense, los “Republicanos Radicales” lucharon apasionadamente por la igualdad de los anteriormente esclavizados. Luego vino la segregación y las leyes de Jim Crow, el Ku Klux Klan, el linchamiento y la opresión racista. El historiador cree que la noción de una “sociedad posracial”, simplemente perpetúa el mito de que las desigualdades no son causadas por políticas racistas, “porque somos posraciales, ya no tenemos un problema racial”. 

Después de todo, la historia no es un relato de progreso constante, sino de victorias seguidas de reveses y derrotas. “Es crucial que sigamos denunciando las actitudes racistas de Trump, pero al mismo tiempo debemos reconocer que reflejan y representan la historia de EEUU y que, aunque nos libremos de Trump, no nos libraremos del racismo”, indica.

Trump ha reconocido que el racismo contra los afroestadounidenses, los musulmanes y los latinos es omnipresente y ha impulsado una campaña basada en este hecho. Sin embargo, el racismo no empezó con Trump ¿qué hay de George W. Bush, que en parte debe su presidencia a la privación del derecho al voto de los ciudadanos afroamericanos de Florida? ¿Y qué hay de su respuesta al huracán Katrina? ¿Qué hay del proyecto de ley criminal de 1994 de Bill Clinton, que condujo al “mayor encarcelamiento masivo de poblaciones racializadas de la historia de EEUU”, o de su “reforma de la asistencia social”, que penalizó desmesuradamente a las minorías? ¿Qué hay de Reagan, que vetó las sanciones contra la Sudáfrica del apartheid y utilizó expresiones populistas impregnadas de nociones racistas como la de “reina del bienestar social” [al referirse a personas que, en su opinión, abusaban de las ayudas públicas] para reafirmar la noción de afroamericanos indignos?

Lo que resulta más revelador de las ideas de Kendi es cómo se han fusionado el racismo y el neoliberalismo, el cual justifica el retroceso de la esfera pública a favor del mercado, la desregulación y la reducción drástica de los impuestos sobre los ricos. Después de la Segunda Guerra Mundial, el consenso en Occidente fue que la sociedad estaba llena de injusticias colectivas que sólo podían solucionarse con soluciones colectivas. Esto impulsó la fundación del estado de bienestar y de la sanidad pública en el Reino Unido. En EEUU apuntaló la “Gran Sociedad” y la “Guerra contra la Pobreza” de Lyndon Johnson. Tanto en la era Reagan como en la era Thatcher caló la noción de que problemas como el desempleo o la pobreza eran una cuestión de carácter y de defectos personales, morales. 

“Esto fue una revolución contra la idea de que la raíz de las desigualdades económicas e incluso raciales eran las políticas públicas”, dice Kendi. “Por lo tanto, estos nuevos revolucionarios argumentaron que el problema no eran las políticas, sino las personas.” Era un argumento conveniente para racionalizar la creciente desigualdad: los de arriba merecían estar allí, al igual que los de abajo. “El problema eran estos grupos raciales inferiores, aunque no usaban el término 'inferior'; sólo utilizaban expresiones populistas”, subraya.

Esto explica, en parte, la fuerte reacción de los blancos contra las luchas de las minorías por la igualdad. Como dice la frase: “Cuando estás acostumbrado a los privilegios, la igualdad se siente como una opresión”. Kendi añade que “puesto que están convencidos de que la igualdad de oportunidades existe, vas a percibir la reivindicación para la auténtica igualdad de oportunidades como un ataque contra ti y tu medio de vida”.

Además, argumenta Kendi, también les convenía desviar la responsabilidad de las injusticias causadas por los poderosos. Si la gente cree que los inmigrantes, los musulmanes o los afroestadounidenses son los culpables “de sus propios problemas económicos y sociales”, los políticos que han causado la injusticia ya no tienen que rendir cuentas. Este pensamiento también perpetúa las divisiones dentro de la clase obrera. “En EEUU la clase obrera nunca ha estado cohesionada, siempre ha estado fragmentada entre grupos raciales” e impide tejer los lazos solidarios que serían necesarios para progresar. Kendi también tiene claro que las historias del racismo y el capitalismo no pueden separarse. “El racismo y el capitalismo surgieron al mismo tiempo, en la Europa occidental del siglo XV, y desde el principio se han alimentado mutuamente”. La esclavitud y el colonialismo acumularon la riqueza que impulsó al expansionismo capitalista. Para Kendi, ser antirracista también es ser anticapitalista.

El futuro del “antirracismo”

Kendi se siente esperanzado. Apunta al auge de “la brigada” ('the Squad' en inglés), como se conoce a una nueva generación de jóvenes congresistas racializadas, entre las que destacan Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib, Ayanna Pressley e Ilhan Omar. Trump les ha lanzado ataques racistas, y ha pedido a unas mujeres que tienen la nacionalidad estadounidense (tres de ellas nacieron en EEUU) “regresar a los lugares de los que proceden, completamente plagados por el crimen y hechos polvo”. Mientras, sus seguidores gritaban “¡devuélvela!”.

Kendi cree que 'la brigada' encarna algo que es especialmente amenazador no solo para los republicanos que apoyan a Trump, sino también para muchos demócratas moderados y progresistas. Representa este movimiento joven y antirracista entre las personas racializadas que cuestiona y quiere redefinir EEUU. Son detestadas por ser demasiado jóvenes, demasiado radicales o tener una tez demasiado oscura. También se afirma que van a destruir EEUU. En cambio Trump se presenta como la antítesis y pregunta a los ciudadanos: “En un contexto de enfrentamiento entre nosotros y ellas, ¿a quién vais a apoyar?” 

Por todo ello, la gran pregunta es: ¿cómo acabar con el discurso de Trump? El historiador no tiene duda: el racismo le dio la presidencia y el antirracismo se la arrebatará. Si bien Kendi no ha apoyado públicamente a ningún candidato demócrata, defiende políticas claramente demócratas como Medicare for All. “[La sanidad pública universal] es una medida antirracista, ya que los negros y otras personas racializadas son, de lejos, los grupos más desprotegidos y los que más probabilidades tienen de caer muy enfermos o morir como consecuencia de problemas de salud no tratados”. También defiende la legalización de la marihuana y la condonación de los préstamos estudiantiles. 

Han pasado pocos días desde la muerte de la icónica ensayista y novelista estadounidense Toni Morrison. Kendi encuentra inspiración en el legado de la escritora y reconoce que los libros de la Premio Nobel de Literatura han tenido un profundo impacto en su obra: “No podemos separar la literatura estadounidense de Toni Morrison, especialmente en los últimos cincuenta años”. El hecho de que Morrison haya contribuido a inspirar a una nueva generación de escritores antirracistas, como Kendi, es esperanzador en el presente contexto de tensión. Racismo, unida a la injusticia económica y social, se encuentra en la raíz de la actual crisis en EEUU. Partiendo del pensamiento de Kendi tenemos la oportunidad de descubrir un antídoto para el aparentemente eterno horror político.

Traducido por Emma Reverter

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