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Las cinco crisis de Podemos: nada grande puede hacerse sin grandeza

Podemos insiste en que la coalición es la "única salida" para la investidura

Ramón Espinar

Nada grande puede hacerse sin grandeza. En Las fuentes de poder social, Michael Mann explica las dos formas en que se configura el poder: de un lado estaría el “poder sobre”, esto es, la capacidad que tiene un actor social para imponer su voluntad a otros; de otro lado, el “poder para”, que es la capacidad que tienen los actores sociales para movilizar energías en una dirección, con un rumbo. Ambos conceptos funcionan juntos: no es posible alcanzar metas políticas desde una institución social sin capacidad para hacerlas valer sobre una comunidad, pero tampoco es posible instituir nada sin metas colectivas que todos asumen. La grandeza en política implica una relación con el poder que prima el rumbo, la dirección hacia metas comunes sobre la propia posición de “poder sobre”.

Empezar por el principio implica explicar, de forma muy resumida, que Podemos surge como una herramienta de representación de una realidad social que estaba, al menos de forma incipiente, articulando un sujeto colectivo que carecía de voz en la política institucional. El 15M supuso para España un momento político en tanto que una parte de la sociedad que está, o se percibe, excluida de la comunidad política, irrumpe para reclamar su espacio.

La aparición de Podemos representa el momento de institucionalización de esa energía social. Asumiendo que cualquier movimiento social es irrepresentable en su totalidad -la lógica de la representación y la de la participación directa son antagónicas-, se puede afirmar que Podemos y el espacio político del cambio fueron la pata institucional de un momento político de irrupción y cambio en la cultura política española en torno a tres elementos: la democratización de la democracia y la disputa por su significado, la reivindicación de mayor justicia social a través de un modelo de redistribución y la afirmación de soberanía democrática, y la aparición de un eje nuevo en la política española -configurada en torno a izquierda/derecha y centro/periferia desde la Transición- que tenía que ver con lo nuevo y lo viejo, incluyendo en “lo nuevo” los elementos de democratización y redistribución y en “lo viejo” a las viejas élites y su corrupción.

El ciclo 15M se ha cerrado en el último mes y medio con la celebración de convocatorias electorales en todos los niveles de gobierno en España, la victoria sin matices del PSOE y la estabilización de la crisis política ocho años después de su apertura. Los viejos ejes de debate han vuelto a la centralidad y el debate entre ruptura democrática o continuidad se ha saldado con una posición regeneradora del PSOE a través de la muerte y resurrección de Pedro Sánchez y la derrota del aparato del partido que había configurado el aparato del Estado durante 40 años.

La victoria electoral del PSOE aplaza al menos el ciclo de grandes transformaciones del Estado y desplaza la crisis de régimen hacia una crisis de los actores en liza, especialmente hacia Podemos. Terminado el ciclo político, a Podemos le toca plantearse la pregunta clave de la representación política y evaluar cuánto de estabilidad y legitimidad ha entregado al sistema político, poniéndolo enfrente de cuánto de democratización y justicia social ha sido capaz de devolver a la ciudadanía. No se trata de una pregunta definitiva, pero sí de un balance de fin de ciclo que toca poner sobre la mesa de cuando en cuando. Más aún, cuando se acaba de sufrir dos varapalos electorales que difícilmente pueden escapar a la calificación de fracaso.

Las cinco crisis de Podemos

Podemos y el espacio político del cambio afrontan, al menos, cinco grandes crisis que deben afrontar para cerrar el ciclo que les vio nacer y poder afrontar el siguiente en disposición de ser un actor clave en nuestro país:

-Crisis de resultados: las pasadas elecciones generales arrojaron un resultado pésimo para Podemos. La lectura de los resultados en clave de un “bloque progresista que suma” puede servir para la noche electoral y puede canalizar el alivio del electorado progresista ante la amenaza de una fuerza política de extrema derecha que aspiraba a un gran resultado y quedó en la marginalidad parlamentaria. Pero dista de ser una lectura completa. En 2015, Podemos y el espacio político del cambio se situaron a unos pocos escaños del PSOE, en disposición para superar al partido que había protagonizado la impugnación social y cultural de las plazas en 2011.

Existía la posibilidad de superar al PSOE entonces y encabezar un bloque de cambio“, que no es un bloque ”progresista“o ”de izquierda“, porque se inscribe en una construcción política en torno a ejes diferentes. El eje izquierda/derecha no plantea las mismas preguntas que los ejes nuevo/viejo, regeneración/continuidad o arriba/abajo ni, por supuesto, las mismas respuestas. Tras el resultado de las elecciones generales del 28A, la dirección actual de Podemos explicó que el resultado ”no era bueno, pero resultaba suficiente para nuestros objetivos“ y, un mes después, en la convocatoria del 26M, perdieron otro millón largo de votos para el proyecto. La tendencia es de caída libre. Sin elecciones próximas en el horizonte, hay tiempo para analizar y abrir debates sobre las causas cualitativas del desastre cuantitativo, pero hay que hacerlo desde una relación honesta con la realidad: los resultados apuntan una tendencia a ocupar un papel testimonial de un partido de izquierda mucho más que a ser una fuerza popular llamada a refundar España.

-Crisis orgánica: en el último año, Podemos se ha roto en pedazos. La fuerza política que consiguió más de cinco millones de votos en 2015 hoy mantiene sus siglas, pero no conserva a buena parte de sus dirigentes más destacados, tampoco los gobiernos municipales que dirigía: ha perdido la mayoría de sus diputados autonómicos, 30 diputados estatales y el grupo parlamentario en el Senado. Todas las organizaciones políticas sufren mutaciones con el paso del tiempo, pero Podemos ha sufrido amputaciones en muy poco tiempo. Siempre es delicado el reparto de culpas y responsabilidades en cada una de las rupturas que se han producido con la dirección actual de Podemos y hay explicaciones para todos los gustos.

Lo que es incuestionable es que, en los dos últimos años, Podemos ha perdido capacidad de integrar la diferencia en su estructura y, como resultado -entre otras razones-, ha perdido apoyos. Hay diferentes formas de dirigirse a la sociedad, pero la que Podemos había puesto en práctica con éxito tenía que ver con una pluralidad de portavoces que eran capaces de interpelar al conjunto de la sociedad desde un discurso de país modulado con diferentes perfiles y tonos que permitían la identificación de sectores sociales diferentes con cada uno de ellos. La homogeneización de mensajes, perfiles y discursos ha empobrecido la capacidad de interlocutar con la sociedad, la ruptura del partido en varios espacios, ha transmitido un envejecimiento acelerado de la herramienta.

-Crisis de alianzas: una derivada de la crisis orgánica y la ruptura de la unidad es la crisis de alianzas del Podemos actual. Del norte al sur y del este al oeste de España, las candidaturas unitarias de 2015 que conquistaron los “ayuntamientos del cambio” se han quebrado una tras otra. Con la salvedad del inmenso resultado de Kichi en Cádiz, los gobiernos del cambio han caído como moscas en 2019 y, en la práctica totalidad de los casos, lo han hecho tras una ruptura de Podemos con alguna confluencia y tras perder el apoyo del partido que lidera el espacio político del cambio. Para una apuesta por un Podemos homogéneo hubiera sido inteligente mantener la pluralidad y la apuesta por interpelar desde diferentes perfiles con una política de alianzas electorales y confluencias más desarrollada. Pero también se han roto.

-Crisis de análisis: ha cundido la sensación en los últimos tiempos de que las explicaciones de la realidad que Podemos ofrece son una concatenación de excusas. Explicar la distancia entre el resultado de las elecciones del 28A y las del 26M porque “hicimos grandes debates” va en esa dirección. Es, cuando menos, terriblemente naif pensar que los debates electorales pueden mover más de un millón de votos en una u otra dirección o que la movilización tremenda del 28A se produjo porque los debates motivaron a la ciudadanía a acudir a las urnas. Antes del 28A existía en la sociedad española una pulsión de miedo a un resultado enorme de Vox. Durante semanas, y especialmente en campaña, la izquierda política y mediática entró en pánico -no sin razón- ante las expectativas de que el franquismo tuviera, 40 años después, un peso decisivo en la gobernación de nuestro país. Y se produjo una movilización enorme del electorado progresista que votó, de forma muy mayoritaria, al PSOE, pero también a Unidas Podemos. Esto explica también el salto de 10-12 diputados entre las encuestas preelectorales y el resultado final a favor de la coalición. Es solo un ejemplo del modelo de análisis exculpatorio que está ofreciendo la dirección actual de Podemos sobre cada suceso de la política española. Hace tiempo que no aparecen análisis de lo que está sucediendo en la sociedad y cómo esto se traduce en apuestas políticas. Siempre hay un acierto que explica lo que ha pasado y, entre acierto y acierto, un millón de votos que se pierden.

-Crisis de proyecto: está pendiente en nuestro país la discusión sobre la política de bloques. Desde la construcción del bloque parlamentario que hizo posible la moción de censura a Mariano Rajoy, se ha puesto en circulación la idea de que España está políticamente dividida en un bloque conservador y un bloque progresista. Nadie ha empujado este mapa con más énfasis que Podemos y el PP en los últimos tiempos. Con este imaginario, el PP consigue situarse como el actor mayoritario del bloque de la derecha, subsumir a Ciudadanos, obviar a Vox y situar frente a sí una amalgama del PSOE aliado con Podemos y los independentistas. No está claro qué consigue Podemos alentando un imaginario que convierte a los independentistas en parte del bloque progresista y al espacio del cambio en un actor subordinado al PSOE.

La construcción simbólica de ese bloque tiene sentido para la configuración, en el corto plazo, de un gobierno de coalición pero supone una catástrofe estratégica. Podemos pasaría de representar una irrupción popular y desde abajo en la política institucional a consolidarse como una élite política a la izquierda; pasaría de haber incorporado ejes de debate más allá del izquierda/derecha y el centro/periferia a interiorizar estos dos sin posibilidad de liderar el primero ni una apuesta que supere el segundo; y, por último, asumiría que comparte rumbo y destino con las formaciones políticas independentistas abandonando la posibilidad de representar una idea de España que la afirme desde postulados democráticos y progresistas frente a la derecha y a los propios independentistas.

La consolidación de la política de dos bloques en España está condenada al fracaso y es, además, un negocio ruinoso para el espacio político del cambio que se posiciona como actor subalterno al PSOE y renuncia a poner un proyecto propio encima de la mesa. Por último, este mapa de la realidad ha terminado en una obsesión por el gobierno de coalición que ha vuelto a situar el debate en quién y no en qué. Se entra al gobierno para garantizar cambios, pero se asume una correlación de fuerzas que impide discutir, por ejemplo, la derogación de la reforma laboral. Cuando eres parte del bloque, asumes la dinámica del bloque con lealtad. Todo patas arriba: en lugar de configurar un programa de exigencias a favor de la ciudadanía y explicarle a Sánchez que solo va a gobernar si las incluye en su programa, se proponen negociaciones discretas para un gobierno de coalición sin una sola medida encima de la mesa.

Podemos nació como proyecto con una concepción del poder completamente centrada en el “poder para” de Michael Mann. Le contó a España que era posible socializar el poder acortando el espacio entre representantes y representados, democratizando la economía y acortando la distancia entre ricos y pobres. Le contó a España que era posible reconstruir un hilo democrático y progresista de nuestra historia para levantar un proyecto de país que no planteaba lo que España fue, sino que crecía desde lo que quiere ser. Puso encima de la mesa un sentido de historicidad y cuestionó que hubiera un destino fatal para nuestro pueblo, dijo que el destino se construye y fue una plataforma para hacerlo. Lo hizo con grandeza y una cierta despreocupación del “poder sobre”, del poder duro y el control férreo pensando que no hacía falta, que quien lidera no necesita hacer de capataz.

Ya no es tiempo de aprender de los errores, sino de aprender del fracaso. No es lo mismo. Los errores permiten una cierta indulgencia e invitan a pensar en el margen de mejora. El fracaso es más amargo, invita a la reflexión profunda pero también a la acción y al cambio. España ha cambiado y el ciclo 15M ha modificado estructuras profundas de nuestra realidad social, política y cultural. Hay avances sin vuelta atrás en un país que hoy es más exigente con la política, más feminista, más contundente en defensa de lo común. No hemos fracasado como país, sino como herramienta política de representación de un país nuevo.

No hay nadie hoy en Podemos que no piense que lo razonable sería encontrarnos en una Asamblea Ciudadana. Recuperar el rumbo y a los compañeros que hemos perdido por el camino es una premisa para reconstruir un proyecto de país pensando que somos un proyecto del pueblo en las instituciones y no una nueva élite política de izquierdas. Nada grande puede hacerse sin grandeza. Y hay margen para una política de cambio a la altura de nuestro pueblo.

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