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Izquierda Unida, ¿parte de la solución o parte del problema?

El coordinador federal de Izquierda Unida, Cayo Lara, abraza al portavoz de AGE, Xosé Manuel Beiras. / Efe

Nacho Álvarez

Acaban de cumplirse tres años de la fecha en la que el gobierno de Zapatero dio un giro en su política económica para iniciar la senda de los recortes sociales, los ajustes salariales, el abaratamiento del despido y el retraso en la edad de jubilación. Un año y medio después de su llegada al poder comprobamos cómo el Gobierno del Partido Popular ha profundizado aún más dichas medidas, ahondando la depresión y generando más desempleo.

La gestión que ambos partidos han hecho de esta crisis —caracterizada por socializar las pérdidas bancarias, cargar a la ciudadanía con la factura de la burbuja inmobiliaria e incumplir reiteradamente sus respectivos programas electorales— ha determinado una enorme contestación social, así como el hundimiento de sus expectativas de voto. El régimen de alternancia bipartidista, que había imperado en este país desde la Transición y que ha demostrado ser un nicho de corrupción, se encuentra seriamente cuestionado.

No obstante, a pesar de este desfondamiento del bipartidismo, no existe hoy por hoy una alternativa política con posibilidad de gobernar y que sea capaz de llevar a las instituciones la voz de la movilización popular. Amplios sectores de los movimientos sociales comprueban así las limitaciones de la protesta cuando ésta no se ve acompañada de un proyecto político en el que se materialice el descontento social. Empieza por ello a resultar evidente que sólo una alternativa política y electoral —un “frente amplio” que se oponga a las contrarreformas neoliberales, similar a la experiencia de Syriza en Grecia— podrá desatascar la situación actual en beneficio de la mayoría social.

El PSOE ya no tiene ninguna credibilidad para formar parte de dicha aventura. Durante años ha renunciado a situar al frente de su agenda política la defensa de los derechos colectivos —seña de identidad de lo que en su tiempo fue la socialdemocracia— llegando al extremo de atacarlos sistemáticamente. Sus ademanes por despojarse del manto del liberalismo ya no resultan verosímiles.

Izquierda Unida (IU) debería jugar sin embargo un papel central en la conformación de dicha alternativa política: su sintonía con las demandas populares, su conexión orgánica con la movilización y su protagonismo en la labor de oposición sitúan a la coalición en un lugar idóneo para ello. De hecho, el rápido declive del PSOE se ha traducido en un importante ascenso de IU en las encuestas electorales, llegando incluso a rozarse el sorpasso en los sondeos de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid.

Sin embargo, son diversas las incertidumbres y contradicciones que se ciernen sobre la capacidad de IU para jugar dicho papel. Destacan especialmente dos. En primer lugar, el ascenso que otorgan los sondeos de opinión produce una suerte de “aletargamiento” en sus filas: el “éxito” en las próximas contiendas electorales parece asegurado, luego ¿para qué hacer nada distinto? ¿Por qué buscar ningún tipo de reagrupamiento con otros actores políticos y sociales? Cayo Lara ya dejó claro en la pasada X Asamblea que “IU es la Syriza española, no hace falta irse a buscarla fuera”. Pero además, y en segundo lugar, desde esa posición de fuerza que le dan los sondeos la mayoría de la coalición aboga por llegar a pactos de gobierno allá donde sea posible. En Andalucía IU se ha integrado en el ejecutivo con la intención de “estirar” del PSOE hacia la izquierda. En Extremadura mantiene al gobierno del PP, sosteniendo unos presupuestos con importantes recortes sociales en lo que ha sido calificado como “oposición realista” por los dirigentes locales.

Esta estrategia —que intenta conjugar el apoyo a las reivindicaciones populares, acuerdos de gobierno que no entrañan una ruptura con lo que se dice defender, y un elevado grado de inmovilismo a la hora de buscar dinámicas de convergencia con otros sectores políticos y sociales— lastra la propia capacidad de IU de actuar como elemento aglutinante. Valga como ejemplo las contradicciones del gobierno andaluz, criticadas recientemente por los sindicatos: mientras que por un lado atiende una importante reivindicación popular con la ley contra los desahucios, por otro prolonga los recortes en las pagas extra para 2013, convirtiéndose así, junto con Cataluña, en la única Comunidad que sigue manteniendo dicha medida.

Por mucho que algunos de sus dirigentes no quieran darse cuenta, IU no es la “Syriza española”. Por varias razones. Recordemos que la coalición helena, encabezada por Tsipras, ha abordado de forma distinta la posibilidad de formar parte de un gobierno. Cuando en mayo de 2012 pudo hacerlo, sus condiciones para empezar a negociar pasaban por exigir la retirada de los planes de ajuste y la renegociación del Memorando firmado con la UE. Su negativa final a entrar en el ejecutivo le sirvió a Syriza para consolidarse como alternativa de gobierno y cosechar en las siguientes elecciones, un mes después, el mejor resultado de su historia, pasando del 16,8% al 26,9%.

Pero además, la contestación social ha revelado que la pluralidad y amplitud de la izquierda excede con mucho los contornos de IU y de sus sectores más próximos. Así, simpatizantes del 15M, activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), votantes socialistas desencantados, integrantes de las diversas “mareas” ciudadanas, partidos minoritarios o sindicalistas sin un referente político claro son, entre otros, actores políticos decisivos no vinculados directamente a IU. Una dinámica de confluencia con estos actores —democrática, horizontal y sin tutelas— resulta totalmente necesaria si verdaderamente se quiere construir un amplio referente político, que cree nuevas expectativas sociales, contribuya a la movilización y sea capaz de derrotar a la derecha. Esta convergencia podría utilizar como punto de apoyo los debates que estos actores ya están teniendo, así como las diversas jornadas que comienzan a impulsarse al respecto.

El horizonte debe ser el de construir una fuerza política plural y unitaria, que levante un amplio frente contra las medidas neoliberales y que sea coherente entre lo que diga y lo que haga. Esta nueva alternativa —orientada en torno a reivindicaciones como la reconstrucción de la enseñanza y la sanidad pública, el reparto del trabajo y la defensa de los salarios, la declaración de una moratoria en el pago de la deuda para auditar su grado de ilegitimidad y la refundación democrática del sistema político— debiera tener la vocación de conquistar la hegemonía política en la izquierda y formar gobierno. Es necesario reagrupar en torno a este nuevo proyecto a todos aquellos votantes de izquierdas desencantados y huérfanos de representación, pero dispuestos a sostener una fuerza política apoyada en la movilización y fiel a los intereses populares. Hoy día empieza a ser posible.

Los actuales dirigentes de IU debieran ser conscientes de que el proceso de “pasokización” del PSOE no constituye todavía un fenómeno irreparable, y de que el ascenso en la intención de voto que reflejan las encuestas bien pudiera resultar reversible si la coalición no hace nada al respecto. Transformar el actual “voto prestado” en un voto realmente efectivo dependerá en buena medida de las ilusiones que suscite el proyecto electoral con el que finalmente se concurra a las urnas.

Refundar un proyecto político “a la ofensiva” —es decir, cuando todas las encuestas ofrecen resultados en ascenso— haciéndolo converger con el resto de sectores sociales que se enfrentan a las medidas de recortes actuaría de catalizador de ilusiones, disparando la resonancia y la credibilidad de dicho proyecto. Especialmente si este paso adelante se acompaña de una renovación de las caras públicas. Tanto en las filas de IU como en las de los movimientos sociales emergen activistas –muy populares en algunos casos– con capacidad para encarnar tal proceso.

IU se enfrenta por tanto a un enorme reto histórico. Tiene que elegir entre la seguridad de ganar algunos escaños en las próximas elecciones o la posibilidad de impulsar lealmente una nueva alternativa política, con capacidad real de situar las vidas de la gente por delante de los beneficios económicos. La decisión no es fácil, es cierto, pero la falta de valentía podría llevar a que IU deje de ser parte de la solución para pasar a ser —a fuerza de “taponar” un verdadero proceso de refundación— parte del problema.

Que este proceso de refundación logre triunfar exigirá no sólo visión estratégica entre la militancia de IU, sino también una importante dosis de empatía política, generosidad y conciencia del desafío actual. Precisará también que esta militancia movilice a nivel interno la suficiente capacidad de presión como para impulsar este proceso. Un resultado contrario, el enroque de los aparatos burocráticos en la seguridad que proporcionan las expectativas electorales, no servirá más que para retrasar y dificultar la aparición de una verdadera alternativa. En política, como en la vida, hay trenes que sólo pasan una vez. La izquierda de este país no debiera dejar pasar este.

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