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Un feminicidio, el arte y el periodismo

Una de las imágenes de la performance 'Con toda la muerte al aire'.

Natalia Chientaroli

Un jardín umbrío, silencioso, en el que resuena insistente el golpe de una pala que abre la tierra, que anuncia tumba aunque nadie pronuncie una palabra. Unas paredes que reproducen imágenes del pasado, que retrotraen a un 1955 tumultuoso en Buenos Aires –bombardeos incluidos–. Pero atención, que esta no es la historia de una ciudad. Bastan unos minutos para entender que es apenas la reconstrucción de un asesinato. Una actriz y un actor se mueven entre atónitos ¿espectadores? Él persigue, jadea, atrapa. Ella corre, tropieza y brama con su silencio un final que eriza la piel. Pero atención, que esta no es una obra de teatro. Es, en realidad, una investigación periodística.

El caso de Alcira Methyger es un feminicidio más en un país en el que hubo una asesinada cada 34 horas en 2018. Y no solo eso: es un crimen cometido hace 64 años. Pero el trabajo de María Eugenia Cerutti y Alejandro Marinelli (ella fotógrafa, él reportero de sucesos) ha convertido su muerte en la de cada una de las mujeres que han inspirado el Ni Una Menos. Han conseguido “ponerle el cuerpo” a una noticia del pasado para hacerla estremecedoramente actual.

Con toda la muerte al aire es uno de los proyectos ganadores del Laboratorio de Periodismo Performático impulsado por la Revista Anfibia y Casa Sofía. Esta propuesta –presentada en el último Festival Gabo– parte de la idea de que, tras la revolución digital y las transformaciones que ha generado en la producción de noticias, el periodismo se encuentra ante nuevas fronteras y preguntas: ¿Es legítimo que lo creativo forme parte de un proceso periodístico? ¿Cómo el periodismo a través del arte puede intervenir en lo real?

Cerutti se topó de casualidad con la historia de este feminicidio que conmovió Argentina cuando esa palabra todavía no había sido acuñada: una empleada doméstica que inicia una relación con el hijo de sus empleadores y que acaba asesinada y descuartizada por él. Una sociedad conservadora y clasista que la convierte a ella en una ‘mala víctima’ y empatiza con el despechado asesino de buena familia. Tras diez meses de intensas pesquisas surgió la pregunta que nos asalta cada día en las redacciones. ¿Cómo contar lo ya contado tantas veces? ¿Cómo convertir a Alcira Methyger en algo más que un número en la estadística de miles de mujeres víctimas de la violencia machista?

Ni crónica, ni reportaje, ni libro, ni especial multimedia… Para esta pareja, que trabajó casi dos décadas en un periódico, era necesario “trascender los formatos clásicos”. La performance que eligieron ‘sacrifica’ necesariamente mucha información, pero no traiciona los hechos. A cambio, provoca al receptor y multiplica el alcance emocional del relato.

Hay días en los que resulta desesperante comprobar que nos hemos acostumbrado a recibir ciertas noticias, que hemos perfeccionado el gesto de mirarlas de reojo, de arrumbarlas con un rictus entre penoso y cansado. Asesinatos, violaciones en grupo, agresiones sexuales pedófilas, maltrato, desigualdades… Lejos del morbo que genera clics con el horror, el desafío de los medios de comunicación es horrorizarnos, obligarnos a ver de frente aquello que duele para intentar cambiarlo.

Ya hubo críticas a la crónica periodística por utilizar recursos de la literatura. Y las alarmas han saltado –justificadamente– con casos como el de Claas Relotius, el periodista estrella del periódico alemán Der Spiegel que ‘adornaba’ sus textos con datos y testimonios falsos para volverlos más espectaculares. Revisando sus textos han descubierto que incluía habitualmente en sus crónicas a niños cantando para darle un toque de emoción al relato.

¿Puede el arte ser una herramienta para sorprender a una audiencia hiperestimulada, hiperconectada e hipercrítica? ¿Y puede hacerlo sin subvertir la esencia periodística? Los impulsores de este proyecto defienden que buscan formas innovadoras para narrar lo complejo, por eso están pasando de la investigación a la narración y de la interpretación a la creación. Pero más allá de las dudas y el escepticismo subyace una certeza: el periodismo va de hacer preguntas –incluso a nosotros mismos– y buscar respuestas.

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