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El pueblo es quien más ordena

Rosa María Artal

“El sentimiento es de frustración por no haber conseguido mantener lo buscado con la revolución. Los ideales están vivos en el corazón y en la mente de los portugueses pero el sistema es tan opresor -aquí como allá- que no permite mantener lo que se consiguió”, dice José Moreira da Silva. Hace 40 años era un joven capitán portugués que participó activamente en la Revolución de los Claveles. En un papel secundario, dice. En la noche del 24 al 25 de Abril de 1974 se multiplicó. “Primero salí en busca del presidente de la república que estaba huido y después acudí al aeropuerto de Lisboa para mantener la seguridad”, relata. Tres días estuvo cerrado. Por cierto, en cuanto se abrió se llenó de españoles que -con Franco vivo y aún hasta firmando sentencias de muerte- querían ver si era posible respirar en libertad y lograrlo... sin un solo tiro.

Moreira da Silva cita como ejemplo de los logros más relevantes que la Revolución iba consiguiendo en sus primeros estadios la reforma agraria. “Se habían puesto a funcionar cooperativas agrícolas, granjas estatales y pequeños agricultores y -destaca- fue un logro ciudadano, de las personas”. Fueron muchos más los objetivos conseguidos. De entrada y sobre todo derrocar una dictadura que se perpetuaba desde 1926, y hacer que el presidente, entonces, Marcelo Caetano, huyera y se exiliara.

Se empezó a perder la batalla, en opinión de Moreira da Silva, ya a partir de las elecciones de 1976 “cuando el partido socialista -dice- se encargo de poner freno al desarrollo de la revolución. Los gobiernos sucesivos, después, fueron revirtiendo todo”. Muchos factores concurrieron. “Los poderes facticos nacionales e internacionales no estaban interesados en que aquello prospera, porque el ejemplo suponía un peligro de contagio en España, un país mucho más grande. Y así fue, España hizo la Transición para dejarlo todo atado y bien atado”, explica.

Portugal y España. Siempre juntos, aunque tantas veces nos demos, les demos, la espalda. La expansión colonial, la pérdida del imperio. La dictadura, la democracia, el ingreso en la hoy Unión Europea. Un paso por delante Portugal con mayor frecuencia. Salvo en la corrupción política mucho menos numerosa y descarada que aquí. Ambos países fuimos y somos cobayas de la austeridad neoliberal. A los portugueses les han vendido a manos privadas la mayor parte de cuanto tenían de valor en su patrimonio púbico, a nosotros nos están “privatizando” a la carrera. Han esquilmado a los funcionarios de los servicios públicos, mermados, tanto como a los españoles. Se ven más mendigos en las calles españolas que en las de Lisboa pero también acuden a los puntos de suministro de comida. De forma discreta. También los parados y jubilados racionan sus medicamentos -incluso dejando de tomar lo que necesitan-, dado que ya son objeto apenas contestado del lucro del repago. Por supuesto han disminuido sus sueldos. Soportan, eso sí, menos paro. E igualmente les cuentan que la economía se recupera y crece cuando su bienestar se ha desmoronado. Incluso muchos portugueses creen la propaganda sin reparar ni en el deterioro de sus propias vidas.

La capacidad de sufrimiento de los portugueses es infinita repiten como una definición, como un mantra. La nuestra parece haberse contagiado para aceptar cuantos mermas nos decreten. Buena parte de los portugueses se agarran sin embargo al espíritu del himno que constituyó Grandola Vila Morena de José Afonso en aquellos días de Abril. Irrumpen en el parlamento a cantarla. Es baza fija en todas las concentraciones populares. “En cada esquina un amigo”, “tierra de fraternidad” pero sobre todo “el pueblo es quien más ordena”. Una pujante intelectualidad presenta numerosas iniciativas -la Fundación José Saramago es parte viva de ese foco cultural-. Pero Grándola va mucho más allá, es la canción de aquel sueño que se materializó haciendo saber que a veces la voluntad los convierte en realidades. Los portugueses saben que, en efecto, es el pueblo quien más ordena, pero que las trabas reales las ponen quienes dimiten de la ciudadanía. El pueblo, manipulado, desactivado, atemorizado, enormemente distraído de lo esencial, lo olvida. Minorías decisivas llevan las riendas de esa dejación. Son aquellos en quienes seguramente pensaba, Saramago, el Premio Nobel de Literatura portugués al decir: “El pensamiento correcto es un veneno social”.

“La gente puede hacer, hacia y ha hecho muchas cosas” protesta, tajante, el antiguo capitán de abril José Moreira da Silva. Quizás necesitamos créernoslo todos, tanto como él. Tiene motivos, a él no pueden decirle que es imposible cambiar el rumbo de la historia para que labore en favor de todos. Lo vio. Lo tocó con las manos.

Los mismos nubarrones se ciernen sobre ambos países. José Saramago o Mario Soares entre otros abogaron por una Iberia unida que, más grande, respondiera con mayor fuerza a los envites de los poderes fácticos de Europa. Es idea a tener en cuenta, ganaríamos con la suma. Mucho, nosotros.

Lisboa se llenó de españoles hace 40 años, en el abril de los claveles. Fueron a respirar la revolución que los portugueses se trabajaban. Franco siguió su curso natural de vida y murió en su cama año y medio después. En su puesto del aeropuerto de Lisboa el capitán José Moreira da Silva no supo entonces que allí, cuando se abrió el tráfico aéreo, se encontraba una mujer catalana que más adelante, en segunda oportunidad, cambiaría su vida. A su lado y en España continua en la brecha. En un papel discreto y esencial. Porque hay que seguir insistiendo. Quizás un día, el pueblo deje de ponerse zancadillas y entienda que es... quien más ordena. El 25 de Abril de 1974, en Portugal, lo demostró.

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