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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?

Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.

P: Hable por usted, no por los demás.

R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.

P: Y aquí ha decidido dejarla.

R: Sí, para darle voz a mi otro yo.

P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?

R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.

Entrevista a Antonio Orejudo sobre la ley del concebido

Antonio Orejudo

Pregunta. ¿Qué opinión le merece la Ley Orgánica de Protección de la Vida del Concebido y los Derechos de la Mujer Embarazada, más conocida como la ley del aborto de Gallardón? la ley del aborto de Gallardón

R. Pues que tiene un título muy significativo, que ignora precisamente a la mujer que quiere interrumpir su embarazo. Por lo demás me parece una ley cojonuda, qué quiere que le diga. Por un lado reconcilia al PP con sus votantes más radicales, que están dispuestos a perdonar cualquier pecadillo económico a cambio de una contundente ley de penalización sexual. Además es una ley que despista: nos echan esa carnaza del aborto para que nos entretengamos mientras ellos solucionan otros asuntos que les preocupan más y que no deberían estar tanto tiempo en la primera página de los periódicos. Y por último, es una ley que convierte a Gallardón en el conservador más reaccionario del Gobierno, en un candidato por lo tanto muy adecuado a ojos de su grey para presidir un Gobierno del PP el día de mañana.

P. Dice usted que la ley del aborto es una ley de penalización sexual. ¿Así la considera?

R. A los sectores del PP más cercanos a la Conferencia Episcopal lo que de verdad les gustaría prohibir son las relaciones sexuales. Sobre todo las relaciones sexuales de las mujeres. La Iglesia católica siempre ha tenido muy claro lo importante que es apropiarse del placer sexual femenino. Los musulmanes radicales tienen la misma fijación. Que el placer no pertenezca a los individuos —y menos aún a las mujeres— sino a ellos, a los clérigos. Que sean ellos los que dictaminen quién puede gozar y de qué modo. Pero, claro, como nuestros católicos no pueden redactar una ley que prohíba a las mujeres mantener relaciones sexuales ni pueden defender en público la ablación del clítoris, llegan hasta donde pueden llegar: hasta la condena teológica de los condones, hasta la limitación legal de las píldoras del día después y hasta la prohibición del aborto. Si no quieres quedarte embarazada, no forniques. Esa es su única obsesión: apropiarse no solo del trabajo, del dinero, de la vida y de la muerte de la gente, sino también de su cuerpo. Todo ello envuelto para regalo, recubierto de amor a la vida y perfumado con colonia Nenuco.

P. ¿Quiere usted decir que la gente que está en contra del aborto no ama realmente la vida?

R. Seguro que sí. Yo también amo la vida y estoy en contra del aborto. Y toda esa gente que salió a protestar contra la ley de Gallardón y que fue maltratada por la policía también ama la vida y está en contra del aborto. No hay nadie en su sano juicio que esté a favor. No existe, como supone la ley, una pulsión irracional hacia el aborto que las leyes deban limitar como limitan los robos o los asesinatos. Asesinar a alguien que detestas sí puede ser una pulsión irracional. Interrumpir el embarazo, no. Las mujeres no se quedan embarazadas para poder abortar después. No se legisla este asunto para contener a las masas enloquecidas de placer ante la idea de poder abortar y abortar de forma gratuita y sin control. Se legisla para echar una mano a las víctimas de una pequeña tragedia, o no tan pequeña: a la jovencita que comete un error, a la mujer que concibe por desgracia un feto deforme, a la que por las razones que sean no quiere, o no puede, llevar a término su embarazo.

P. Pero la ley permite abortar en caso de violación.

R. Faltaría más. Pero, vamos, eso de permitir es una manera de hablar. Eche un vistazo a este artículo de Patricia Rafael y mire por qué calvario tiene que pasar una mujer violada, que lo único que desea es expulsar de su cuerpo cuanto antes el escupitajo de semen que acaba de recibir. De verdad le digo que esta ley parece redactada por un consejo de talibanes. Y además —qué diablos— ni ellos mismos se creen ese amor al cigoto que pregonan: ¿a qué viene entonces hacer una excepción en los casos de mujeres violadas? Como dice este, ¿qué culpa tiene un pobre bebé, que crece sano y alegre en el seno del vientre materno, del crimen cometido por un tercero? ¿No habíamos quedado que estaba muy mal eso de discriminar a seres tan pequeños e inocentes? ¿No era esa la razón por la que íbamos a dejar nacer, y a cuidar entre todos, a los niños que nazcan con dos columnas vertebrales? Pues a los que vengan de mujeres o niñas violadas también. Así lo quiere Dios.

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Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?

Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.

P: Hable por usted, no por los demás.

R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.

P: Y aquí ha decidido dejarla.

R: Sí, para darle voz a mi otro yo.

P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?

R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.

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