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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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“Soy escritor, dame algo...”

Lluís-Anton Baulenas

El escritor Javier Marías explicaba en su página dominical de El País la decepción que le producía el pirateo de libros. Hablaba de los bestseller extranjeros y de las voces editoriales que decían que habían caído espectacularmente de ventas. Marías lo atribuía, ya lo hemos dicho, el pirateo. Y también daba datos del negocio de libro electrónico en Francia e Italia, que rondaba el cinco por ciento del total, cuando en España no llega al 0,6. Y de ello deducía -o más bien demostraba- la tendencia a la estafa en España. Incluso Italia, según el autor madrileño, que se supone que tiene un carácter más o menos parecido al español, mantenía una actitud más civilizada ante el hecho. Y concluía viniendo a expresar el pesimismo ante el futuro en cuanto a la remuneración del creador.

Bueno, compartimos en parte este pesimismo, pero no estamos del todo de acuerdo en que se pueda atribuir al pirateo. Sin querer ser cínico, qué más quisiéramos, en España, en Cataluña, que la causa fuera tan clara. Desgraciadamente, no podemos atribuir sólo al pirateo el índice de lectura español. Es bajo y siempre ha sido bajísimo. Y esto se traduce automáticamente en el otro índice, el de compras. No se compran libros. Al menos, no se compran suficientes. Y lo que es peor, desaparece el hábito de comprar. Toda una serie de generaciones crecidas con este hábito desaparecen, por la edad o por la crisis. Y las generaciones siguientes ya no lo hacen. Pero mientras tanto, ¿qué hacemos?

Del artículo de Javier Marías, dolido, lo más impresionante, para mí, ha sido uno de los comentarios añadidos al final, a la versión digital del diario. Ya sabemos que de comentarios hay de todo tipo, lo digo por experiencia (¡un saludo a los comentaristas que me dan más caña!). Y hay que hacerles un caso relativo. Pero es que este era enervante, por ignorancia y pedantería. Venía a decir a Javier Marías que no llorara tanto, que se dedicara a otra cosa para ganar dinero y que los libros debían ser gratis. No sé si Marías lee los comentarios de los lectores en sus artículos. Si lo hace, le deben flaquear las piernas. Porque esta ferocidad es sintomática: La creación no es considerada un trabajo. Por lo tanto, ¿por qué hay que pagar? Que trabaje como todo el mundo, panda de vagos privilegiados... Y si además le da para seguir escribiendo libros, mejor. Y si no, tampoco hay nadie imprescindible...

Los escritores nos morimos de hambre por culpa de gente así. Gente así, por cierto, que ocupa direcciones generales muy importantes. El debate sobre el derecho de autor es uno de los debates del momento. Yo, en particular, no tendría ningún inconveniente en que, después de escribir una novela en la que he invertido dos, tres o cuatro años, alguien, quien fuera, me da igual, me pagara un tanto por el trabajo realizado. Y que después, los libros se regalaran. Dudo que el comentarista de Marías, ante la gratuidad, se pusiera a leer como un loco. Dudo también que el tanto por ciento de lectores subiera como la espuma y el pirateo se acabara.

De hecho, es la misma teoría por la que el Estado se encuentra en estado de rebeldía ante la Unión Europea por no hacer efectiva una directiva comunitaria sobre la cuestión del pago de un canon por cada libro prestado por las bibliotecas públicas. El Estado, ante el requerimiento de Bruselas, dijo que no pensaba pagar porque “la consecución de objetivos culturales prevalece sobre el objetivo de garantizar a los autores unos ingresos suficientes”. Ya hace siete años de esto. Y quien firma ve como anualmente tiene liquidaciones, modestísimas, pero reales, de las bibliotecas francesas o italianas, pero de las españolas, no.

El Estado, en una argumentación que le traiciona el subconsciente, daba por sentado que quien tenía que pagar el alquiler del libro (por cierto, unos disparatados veinte céntimos de euro cada vez) era el usuario. Es gracioso porque en ningún lugar se decía esto. Cuando se dieron cuenta, rectificaron. Y a estas alturas, para evitar que pague dicho usuario de la biblioteca (con la repercusión negativa de imagen para los políticos) todavía están discutiendo quién paga los veinte céntimos: si el Estado central, si la Autonomía, si las Diputaciones... Mientras tanto, no paga nadie.

Es dinerito que se ahorran (por ejemplo, Antoni Fogué, presidente de la Diputación de Barcelona, en 2009 decía que si tenía que pagar él, le supondría unos cien mil euros anuales del presupuesto). Tanto da, lo que queríamos decir es que el problema es del índice de lectura. Y que no sube o baja por veinte céntimos que le cobres a un particular por el servicio. Y este problema, que no lo hemos solucionado, con las nuevas generaciones de mentalidad y hábitos tan diferentes, todavía se solucionará menos. A no ser que haya una intervención de verdad.

Mientras tanto, como Javier Marías, viviendo en un país que no considera especialmente a los escritores, ni tiene unas ganas especiales de que vivan dignamente (el divorcio es grande: desde la Universidad a las instituciones pasando por los medios de comunicación), quizás nos tendremos que empezar a plantear cambiar de trabajo. Por pobreza, pero también por dignidad.

Para información de los lectores: Ahora mismo -y repicando lo que Marías decía en su artículo- por un libro que se vende a 18 euros, los autores en cobramos 1,8 brutos.

Hagan cuentas ustedes mismos.

Ah, y feliz año nuevo, claro.

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