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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

La oscuridad amenaza a Polonia

Imagen de archivo de un grupo de mujeres participa en una manifestación para expresar su oposición al endurecimiento de las regulaciones sobre el aborto en Polonia.

Beatriz Becerra

Eurodiputada independiente de ALDE —

Cuando cayó el telón de acero su sombra permaneció. Y se diría que todavía lo hace, impidiendo a los países occidentales ver con claridad lo que ocurre en Europa central y oriental. En el caso de España es posible, además, que cuarenta años de dictadura terminaran por afectar al hemisferio izquierdo de nuestro cerebro geopolítico, agravando nuestra dificultad para ver lo que sucede más allá de Alemania, como en aquellos casos que describía el doctor Oliver Sacks. Hacemos de la incapacidad virtud y miramos hacia el Atlántico. Sabemos y nos preocupa la deriva autoritaria en Venezuela, por ejemplo. En cambio, apenas miramos lo que ocurre en nuestra casa europea, en la Hungría de Orbán o en la Polonia de Ley y Justicia. Estos países aparecen poco en los medios españoles y no suscitan acalorados debates en las tertulias.

Y no nos lo podemos permitir. Con más de 38 millones de habitantes, Polonia tiene un peso importante en la Unión Europea. Por población, será el quinto mayor país cuando se consume el Brexit. Decenas de miles de polacos emigraron a España en los años 80 y 90 del pasado siglo, muchos de ellos para trabajar en la construcción –contribuyendo al crecimiento y al creciente sistema de bienestar de nuestro país–, y regresaron a su país cuando la economía mejoró. Esto es algo que conviene tener en cuenta.

Hoy Polonia sufre una regresión democrática. La naturaleza del problema la ilustra el caso de un libro de texto para alumnos de instituto en el que se mostraba a un hombre atendiendo a un bebé y se preguntaba si la imagen mostraba a una familia tradicional. La respuesta era no, ya que el cuidado de los niños corresponde a la mujer.

El Gobierno del partido conservador Ley y Justicia, guiado por la idea de tradición, ha iniciado una cruzada para imponer al conjunto de la sociedad los valores privados de una parte de ella. Para lo cual no duda en recortar libertades, socavar el Estado de derecho e incluso financiar milicias. Veamos algunos hitos.

La legislación polaca sobre el aborto resulta inaceptablemente restrictiva para los estándares españoles o de Europa occidental. Sin embargo, al Gobierno polaco debía de parecerle de una laxitud inmoral, de modo que trató de convertir el aborto en una práctica ilegal y penada prácticamente en todos los casos, incluido el de la violación de una menor. Una marea femenina vestida de negro contribuyó a frenar la reforma cuando parecía cosa hecha.

Recientemente, la ministra de Familia y Asuntos Sociales, Elizabeth Rafalska, ha declarado que Polonia podría abandonar el Convenio de Estambul, el texto del Consejo de Europa que obliga a los países firmantes a ciertos estándares en la lucha contra la violencia de género. Ley y Justicia nunca estuvo cómodo con el Convenio al considerar que cuestionaba los valores de la familia tradicional. La comisión de Derechos de la Mujer del Parlamento Europeo, de la que formo parte, redactó en octubre una carta destinada al Gobierno polaco manifestando la preocupación que nos producen hechos como este. Por desgracia, no pudo remitirse por la oposición de los grupos conservadores, incluido el Partido Popular Europeo.  

El abandono del Convenio de Estambul podría reactivar las protestas sociales que ya frenaron la reforma antiabortista, de modo que, por si acaso, Ley y Justicia se ha encargado de limitar el derecho de reunión y manifestación hasta el punto de que el Tribunal Supremo ha hablado de “estado de excepción encubierto”. La ley podría terminar en el Tribunal Constitucional, pero eso no tendría que suponer un problema para el Ejecutivo presidido por Beata Szidlo: en el que tal vez sea el peor de sus abusos, hace tiempo que impiden que el Constitucional publique sus sentencias en el boletín oficial, de modo que no pueden convertirse en efectivas.

Esto sucedió después de que el Gobierno impidiera la incorporación al Constitucional de tres jueces nombrados por el anterior Parlamento para colocar a otros más afines. El alto tribunal declaró nula la maniobra, pero la sentencia no llegó a publicarse. Este asalto al Estado de derecho ha motivado una investigación de la Unión Europea que podría terminar en sanciones.

Por si la restricción de las libertades civiles no fuera suficiente para impedir a los polacos manifestar su descontento, el ministro de Defensa, Antoni Macierewicz, ultima la formación de una milicia de voluntarios que muchos temen sirva como fuerza represiva, aunque su objetivo declarado sea proteger al país de una hipotética invasión rusa. Por lo visto, Macierewicz cree que si los misiles de la OTAN no consiguen disuadir a Vladimir Putin, varios miles de polacos bien entrenados sí lo conseguirán.

Naturalmente, esta ola autoritaria (Adam Michnik ya ha hablado de “dictadura de terciopelo”) viene acompañada de retórica nacionalista y populista. El partido presidido por Jaroslaw Kaczynski (para muchos el líder en la sombra del país) ha extendido teorías de la conspiración, manipulado la historia del país, acosado a rivales políticos como Donald Tusk y hace lo posible por dividir a la sociedad entre un pueblo virtuoso (tradicional, católico y rural) y unas élites urbanas corruptas e inmorales. Esto en el corazón de Europa a finales de 2016.

Se supone que la Unión Europea debía ser una vacuna contra infecciones nacionalistas como la que está postrando a Polonia. Los tratados son más que simples acuerdos comerciales, afectan a los derechos humanos, a las libertades básicas, al concepto de democracia. Libertad y Justicia, como otras fuerzas nacionalistas de Europa del Este, está tanteando, probando la fortaleza de nuestras convicciones.

Las instituciones europeas deben mostrarse estrictas en el cumplimiento de la legislación, lo que implica el respeto escrupuloso al Estado de derecho. Por otra parte, me gustaría que habláramos más de lo que ocurre en Polonia, que las noticias al respecto merecieran titulares de mayor tamaño y más tiempo en los debates, de modo que obligaran también a los partidos políticos españoles a pronunciarse y al Gobierno de España a presionar en defensa de la democracia y de las libertades de los polacos.

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