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El desarme y la futura desaparición de ETA desatascarán el futuro de sus presos

El manifiesto de Bayona celebra el desarme y pide acercar a los presos de ETA

Aitor Guenaga

Bayona —

Un grupo de militantes de la izquierda abertzale se arremolina bajo una sombrilla que cubre la mesa de uno de los bares situado en la plaza Pau Bert de Bayona. Están cerca de donde por la mañana se ha procedido a la entrega a los verificadores internacionales de los documentos con los ocho zulos de ETA, su localización exacta y el contenido. Son las 15.15 y el acto central del día para los artesanos de la paz no termina de arrancar. El sol quema a esta hora como si fuera napalm. La sombra es un bien escaso en la plaza de la capital labortana. 

En el escenario, habla en euskera uno de los autoproclamados artesanos de la paz. Michel Berhokoirigoin. Sobrio, sin aspavientos, con un tono medido, alejado de todo triunfalismo. Recuerda algo que a la “organización desarmada” ETA le ha costado entender 58 años... y más de 860 víctimas a sus espaldas: hay que “aprender a vivir todos juntos” y resolver las “diferencias de manera democrática”. Y dicen los artesanos de la paz que hay que poner “a todas la víctimas” en el centro. “Sobre cada una de ellas, sobre todas estas víctimas, pesa una tragedia”, se afirma en el manifiesto firmado por partidos y sindicatos.

Una mujer toma la palabra. Habla mucho más alto que Berhokoirigoin. Sube la temperatura en la plaza de la capital labortana. El grupo de abertzales del bar cercano apura la sombra y una cerveza. Parecen salir de letargo en el que les ha sumido el discurso en inglés -traducido al euskera y al francés- del padre metodista Harold Good, quien participó en el proceso de desarme del IRA. 

A lo lejos, desde los altavoces del escenario la voz femenina toma un tono casi mitinero. Y tras asegurar que tras el desarme de ETA “para nosotros nadie ha perdido, todos somos ganadores”, apunta la clave. Habla de lo que todo el mundo que se ha reunido en Bayona este sábado 8 de abril tiene en mente. “Es posible la vuelta de los presos para casa”. Antes que ella otro artesano había denunciado el doble castigo que supone para los presos de ETA el alejamiento de sus lugares de origen. “Queremos creer que su vuelta a casa se producirá lo antes posible. Porque lo que es necesario debe ser posible”.

Como si se hubiese activado un resorte invisible, los miles de asistentes al acto -20.000 según los organizadores, unos 7.000 según la policía- empiezan a corear un lema que se volverá a repetir en varias ocasiones a lo largo de la hora larga que dura el acto organizado por los mediadores de la sociedad civil. “¡Euskal presoak, etxera, Euskal presoak, etxera! (Los presos vascos a casa). Los de ETA se sobreentiende, como tantas otras cosas en el ”conflicto vasco“. En la plaza se respira sobre todo alegría.

Esta es la clave a partir de ahora: el futuro de los 342 presos de ETA. Hasta Arnaldo Otegi, presente también en esta “jornada histórica”, lo ha repetido en su comparecencia ante los medios para que no queden dudas de lo que la izquierda abertzale espera tras la entrega de las armas de ETA. Hay que “poner encima de la mesa” y del “tablero político” los “graves” problemas que, en su opinión, se tienen “como pueblo, como nación”: el futuro de los presos, las víctimas y su reparación y la desmilitarización (se sobreentiende, de nuevo, que es la salida de la Policía y Guardia Civil de Euskal Herria). “Son los retos a los que se enfrenta el país y el independentismo vasco”, remarca el líder de Sortu y EH Bildu.

El futuro de los presos de ETA, en realidad, les compete primero a ellos, a los reclusos, inmersos en un debate que conducirá en los próximos meses a la aceptación de la legalidad penitenciaria (sin arrepentimiento, ni delación, esas son las líneas rojas que el propio colectivo se ha marcado). Lo mismo que el desarme le competía a ETA desde que bajó la persiana el 20 de octubre de 2011. Pero ha tardado cinco años y medio en percatarse de que o se desarmaba o la Policía y la Guardia Civil la desarmaban.

Lo que queda de la ahora “organización desarmada” sabe que lo que toca poner en la mesa, en el tablero político al que se refiere Otegi, es el debate sobre su desaparición como “agente”. Su disolución. Tras el desarme, todas las fuerzas políticas que siempre han puesto pie en pared frente al terror y la violencia se lo han recordado, desde el PNV, pasando por el PSE-EE, hasta llegar al PP. Y a los Gobiernos del lehendakari Urkullu y de Mariano Rajoy.

Y los reclusos etarras no pueden esperar otros cinco años. La ecuación es clara: saltar del desarme a la disolución para que el Gobierno modifique su política penitenciaria en relación a los presos de ETA. El Ejecutivo de Urkullu, que tiene sus propios planes en relación a esta materia -incluida la reclamación con carácter prioritario de la competencia de Prisiones- ha diseñado un itinerario en relación a este asunto. Algo que respalda sin fisuras el PSE-EE de Idoia Mendia y que está incluido en el acuerdo de Gobierno sellado entre peneuvistas y socialistas vascos. Mariano Rajoy lo sabe, porque tiene los planes y documentos que el lehendakari le ha remitido en varias ocasiones sobre el tema. Probablemente los tiene metidos en algún cajón de su despacho en Moncloa.

Y aunque ahora toca el discurso de aquí todo sigue igual, en su fuero interno el presidente del Gobierno sabe que, en algún momento, sin necesidad de retorcer la legalidad penitenciaria, tendrá que trinchar ese pavo. Flexibilizar su política en las cárceles, empezando con los presos enfermos y siguiendo con el paulatino acercamiento de los reclusos a las prisiones vascas o de las comunidades limítrofes. Ya no restan más partidas que jugar en relación a lo que queda de ETA. La única duda es cuánto va a durar aún esta partida.

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